Kim Deal – Nobody Loves You More (4AD)
¿Se puede molar más que Kim Deal? La respuesta es clara, meridiana y rotunda: NO. Lo sabían The Dandy Warhols, que le dedicaron aquél “Just want a girl as cool as Kim Deal”, lo sabe Black Francis (o Frank Black), que siempre le ha tenido celitos. Y lo sabe el puñetero mundo entero (toma rima).
La única que, tal vez, se le pueda comparar es, precisamente, la otra Kim: la Gordon. Y es curioso, porque ambas en este año del señor 2024 han publicado sendos discos, cada cual más cool. Dos discos que demuestran que la experiencia, en esto del rock, ya parte mucho más la pana que la juventud. Y que siguen marcando el camino a base de algo tan sencillo, y a la par tan difícil, como ser ellas mismas. El de Gordon es transgresor, valiente, hasta adelantado a su tiempo. Deal no necesita eso, se ha dedicado, simplemente, a dejarse ser y estar. A ser cool.
La bajista original de Pixies y líder de The Breeders, además, siempre ha sido eso que se llama una enfant terrible. Jamás se ha dejado someter ni por los machirulos que intentan ningunear a la chica de la banda; ni por los dictados de una industria musical que, pese a lo que nos quieren hacer creer y salvo honrosas excepciones, de indie tiene bien poco; ni por los convencionalismos sociales que dictan modelos de ser mujer que no tienen nada en absoluto que ver con ella. Ni, definitivamente, por nada ni por nadie.
A base de ello ha forjado una carrera que quizá en alguno de sus puntos podríamos haber calificado de errática, dada la ignorancia de oportunidades de éxito que ha exhibido y algunas decisiones personales equivocadas. Muestra bien clara de ello es que este Nobody Loves You More sea el primer álbum en solitario (sin contar una serie de sencillos aparecidos entre 2013 y 2014, algunos de ellos presentes aquí) de una artista dueña de un nombre propio totalmente reconocible y mercantilizable, con el que podría haber volado por su cuenta hace mucho tiempo.
Pero, tal como dice bien alto desde el mismo comienzo de su disco “no sé dónde estoy, y no me importa”. Ella, simplemente, ha tenido que hacer las cosas así. Así ha salido todo. Y Nobody Loves You More es, a resumidas cuentas, el resultado de todo el viaje. El de una náufraga que se ve sola en medio del océano, tal como muestra la preciosa portada del álbum, con su guitarra, su ampli y un flamenco. Y es el último de estos elementos, precisamente, el más surrealista, el que más pistas nos da. El que aporta, de nuevo, ese “no me importa un carajo” que es el mayor de todos los impulsos de creatividad.
De este modo totalmente despreocupado, y al contrario de lo que cualquiera haría, Deal nos da la bienvenida a su primer disco en solitario, en lugar de hacerlo con un petardazo que reclame atención a gritos, con el delicado medio tiempo que lo titula. Una absoluta delicia, de esas en las que quedarse a vivir, que de repente explota con una sección de vientos a medio camino entre la cuadrilla mariachi y los Memphis Horns. Un comienzo que quita sentido y una sección de viento igualmente presente en la jolgoriosa y mucho más pop “Coast”, segunda en la lista. Ya vamos viendo que la de Ohio no tiene problema en tocar todos los palos que haga falta. La canción manda.
De hecho, el proceso de gestación del disco tiene tal lista de colaboradores que eso nos da una idea de lo largo, minucioso y diverso que ha sido el proceso de gestación: pasan por aquí su hermana Kelley, los también miembros de The Breeders Jim McPherson o Jim Watford, así como Raymond McGinley, de Teenage Fan Club, Jack Lawrence (Raconteurs) y Fay Milton de Savages, o, por supuesto, el recientemente fallecido Steve Albini, que pone su marca de fábrica en ese apoteósico final que es “A good time pushed”.
Entre medias, lo dicho. Cabe de todo en este paquete de canciones que a su autora le ha costado más de una década reunir. Algunas pertenecen a sus años más oscuros, cuando luchaba con adicciones o problemas familiares. “Are you mine” (sobre la demencia de su madre) o “Wish I was” pertenecen a ese período, pero no dejan que la amargura nuble la luminosa perfección pop que las envuelve. Y lo mismo ocurre con el resto.
Tenemos la aguerrida, jovial y algo electrónica “Crystal breath”, todo un hit; la más literalmente indie rock del lote, “Disobedience”, que empasta bien con la ruidista e insólita “Big Ben beat”, así como con la críptica y minimalista “Bats in the afternoon sky”; y también tenemos ese pedazo de tributo ingenuo y soleado a Brian Wilson que es “Summerland”, golosina evocadora y delicada que, junto a la algo más épica y guitarrera “Come running” anticipa el final con la mencionada “A good time pushed”, funcionando así de apoteósico colofón para un disco que merece igual apelativo. Un trabajo soberbio que pese a su diversidad ofrece una cohesión pétrea y retrata a su autora, tras casi cuarenta años de carrera, como el clásico plenamente vigente que es. En definitiva, el disco más cool que podía hacer la persona más cool del planeta.