Lali Puna – Sala Apolo (Barcelona)
Flores y mariposas sintéticas pero sin color
La expectación por volver a contemplar y disfrutar de la exquisitez de Lali Puna era bastante considerable en su nueva visita a Barcelona tras su paso por el Sonar y a las doce y media, hora de la convocatoria en estas sesiones ’imperdible del Nitsa, no menos de un centenar de personas ya esperaban a la apertura de puertas. Dentro, los sonidos entre el electro y el house no hacían más que incrementar las ganas de que este grupo formado por componentes de otras bandas del sello Morrmusic comenzase a tocar. El cuarteto, compuesto por Markus Acher, al bajo, Kasdpar Brandner, a la batería, Florian Zimmer en teclados y otros utensilios y Valerie Trebeljahr en la voz y teclados, sin embargo, no tomó posiciones en el escenario hasta las dos, una vez que la sala principal del Apolo presentaba no más de la mitad de su aforo.
La entrada fue silenciosa y discreta por lo que los primeros sonidos de la actuación pudieron sorprender a más de uno en un inicio con el que expusieron los cimientos de la actuación: pop y electrónica o bajo y batería en interacción con samplers y teclados; todo fundido en una combinación de elementos que convierten las canciones de Lali Puna en pequeñas obras de arte retro-futuristas.
Sin embargo, tras los primeros temas, las dificultades para escuchar la susurrante y frágil voz de Valerie, y las dispersas composiciones fueron enfriando a un público creciente en número pero que se mostraba cada vez menos entusiasmado. Canciones como “Lowdow” o “Contratempo” no brillaron con el fulgor que cabía esperar y los sentimientos que aportaba los acompañamientos del bajo fueron perdiendo terreno en su pretendido equilibrio con la tecnología.
Puede que a esa circunstancia, además, se uniese la escasa difusión radiofónica que suelen tener estos grupos, lo que supone el desconocimiento de la mayoría de los temas que interpretaron. O, simplemente, los alemanes no tuvieron su mejor noche. Lo cierto es que Lali Puna mostró un lado alejado de la emoción que destilan algunas de sus canciones como “Bi-pet” o “603” de su anterior trabajo Tridecorder y prefirieron navegar terrenos más bailables, posiblemente por adecuarse a la convocatoria.
Las canciones, en su mayoría extraídas de su último trabajo Scary World Theory, conformaron un repertorio que continuó por un terreno bastante monótono, entre ritmos sobrios e imperfectos, en los que se combinaba la batería con otros elementos sintéticos, desarrollos in crescendo mantenidos, al más puro estilo de Stereolab y una melancolía electrónica que destilaba esencias de Krafwerk. Con todo, la banda en ningún momento consiguió sacar al público del laberinto de límites confusos e innumerables recodos y pasillos, a los que le faltaron las melodías que convierten la música de los alemanes en una propuesta experimental pero al mismo tiempo plagada de sentimientos.
Cuando, tras poco más de una hora de actuación, los componentes de la banda desfilaron hacia los camerinos, entre los asistentes parecía haberse instalado una indiferencia desafiante, extraña y algo paralizante. De hecho, no fue mayoritaria la petición del bis con el que concluyeron un concierto corto y que no satisfizo las expectativas de quienes esperaban una actuación emocionante e intensa.
Pocos segundos después de terminar la última canción, un buen número de asistentes enfilaba las escaleras que llevan a la calle con una sensación agridulce por haber asistido a una actuación deslucida y corta de una de las propuestas de pop electrónico más interesante que se pueden escuchar. Puede que en otra ocasión haya más suerte…