Lianne La Havas – Lianne La Havas (Warner)
Pese a que Blood (2015) fue un disco de gran éxito, que llegó a los primeros puestos de varios países y obtuvo una nominación a los Grammy, su autora no quedó contenta con él. Sentía que no representaba de forma creíble quién era ella en ese momento. La que otrora fuera musa tardía de Prince, intentó con ese álbum, tras un viaje a Jamaica, abrazar las raíces que la ataban a su familia materna, pero según ella no acabó de lograr atrapar su esencia. A todo esto se sumó la ruptura de Lianne La Havas con su pareja sentimental, un proceso catártico que la obligó a pasar algún tiempo sin hacer nada para asimilarlo.
Poco a poco, el dolor se fue disipando y las canciones apareciendo en un proceso largo de composición de lo que acabó siendo un ciclo de canciones unidas por un mismo tema: el tránsito de una relación sentimental desde su ensoñador comienzo hasta su amarga muerte. Esto, unido a diversos compromisos y un proceso de grabación que se extendió por prácticamente todo el otoño e invierno del pasado año, determinaron que la espera hasta la llegada de su tercer trabajo fuera larga, nada menos que cinco años.
La Havas es una música realmente completa y dotada. Multiinstrumentista, con una amplitud vocal portentosa y excelente compositora, puede perfectamente calificarse como una de las mejores intérpretes y creadoras de neo-soul de su tiempo. De ahí que este trabajo se esperara con ahínco por aficionados y seguidores y de ahí también que el riesgo adoptado, al ser un álbum conceptual, territorio eminentemente fangoso, introduzca cierto escepticismo a la hora de determinar si su aparición va a suponer una confirmación de lo planteado por sus dos excelentes primeros discos.
Digámoslo alto y claro: la espera ha merecido totalmente la pena. La autora cita como influencias en el período de composición de estas canciones nada menos que a Milton Nascimento, Joni Mitchell, Al Green, Jaco Pastorious y Destiny’s Child. Y no hay duda de que uno puede rastrear detalles aquí y allá de todos ellos en el tránsito del álbum, pero lo que está todavía más claro es que Lianne La Havas ha hecho lo que debe hacer una artista con casi una década de carrera: ha encontrado una personalidad plena, totalmente definida, que la convierte en referente en lugar de émulo de influencias.
En el disco, la disposición de los temas está perfectamente diseñada para contar la historia de una relación que fue la suya, pero que podría ser realmente la de cualquiera. El disco cuenta con doce temas en su versión digital, la que encontraremos en plataformas de streaming y en cd, pero el vinilo sólo diez. Y esta es la estructura argumental con la que nos quedamos. Abre fuego de manera sugerente y jazzy “Read my mind”, haciendo gala de una cuidada producción que es uno de los puntos fuertes del disco. La Havas quiso contar con su banda de directo habitual a la hora de dar vida a estas canciones y eso refulge en la carnosidad del resultado. Producido por ella misma, en compañía de su colaborador Matt Hales, es un álbum enemigo de artificios innecesarios, pulcro y parco en el uso de elementos, para así dejar que la compleja arquitectura de los arreglos vocales, verdaderamente arrebatadores, campe por sus respetos.
El tono volátil y sensual del inicio sirve para hacer digerible el agridulce sentimiento que sobrevuela el disco, algo ya patente en “Green papaya”, una canción que recuerda mucho a la Joni Mitchell de Hejira (1976), dando muestra de esa desolación tan característica de las canciones más íntimas de la canadiense, algo que no cualquiera sería capaz de hacer.
“Can’t fight” es el single más claro del disco, r’n’b de libro, con un estribillo que llega para quedarse y uno de los acentos melódicos más claros de este trabajo, que prosigue con la ensoñación sensual y soul de “Paper thin” y con la monumental rendición de “Weird fishes”, tema de Radiohead que la londinense grabó con su banda tras su participación en el Glastonbury de 2019 y fue el germen de toda la construcción de este nuevo disco, que con este preludio entra en el terreno dramático: “Please don’t make me cry”, que también tiene trazas de single, inaugura el descenso a los infiernos de la relación que sirve de tronco estructural a todo el álbum, una historia que se completa con “Seven times”, la delicada “Courage” y dos monumentos que dan carpetazo al asunto: el extraño cruce entre samba-jazz y progresivo que supone la exuberante “Sour flower” y la tajante belleza de la final “Bittersweet”, otra de las piedras angulares del álbum, que destaca precisamente por el dramatismo que sabe imprimir al deep soul en que Lianne exhibe a las bravas toda su categoría vocal, ante una estructura que va in crescendo para dar broche final a un trabajo sensacional, que pone a su autora a la altura que siempre había merecido. Un disco tan bello como portentoso en su profusión de ideas y calidad musical, siempre al servicio de una historia que cualquiera puede perfectamente trasladar a su experiencia, pues tiene lo que deben tener las obras de arte que se precien de serlo: una indiscutible capacidad de comunicar su mensaje. Por eso es uno de los pocos discos que encontrarás capaces de acariciar tu corazón suavemente en este verano raro.
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