Los Rápidos + Los Burros – Sala Razzmatazz (Barcelona) – 28/02/16
Treinta y cinco años pueden servir para muchas cosas. Para olvidar aquellas cosas que no nos aportaron nada o nos recuerdan tiempos relativamente oscuros; para macerar la memoria de una vida que se nos entretuvo entre hechos y gente relativamente necesarios; o para constatar que el lugar que habitamos una vez sigue ahí, intacto desde sus cimientos, y solo tenemos que darle una capa de pintura para que vuelva a lucir como antaño. Con la música que hace tanto tiempo nos hizo ser quienes hoy somos, con las canciones que construyeron el tramo fundamental de una vida y con la pasión que hoy conservamos oculta, latente y tan irracional como entonces, puede suceder exactamente lo mismo. El oficio es la única y gran diferencia, el propio y el ajeno. Hacer del paso del tiempo una profesión es un bien escasamente apreciado, sobre todo cuando la sigues ejerciendo con todas sus consecuencias. Con todo lo bueno y malo que ello conlleva. Lo que han vivido miles de personas durante cuatro mágicas noches, repartidas equitativamente entre las dos grandes capitales del país, tiene de dichoso lo mismo que de irrepetible. Cuando estas cosas suceden, el “había que estar” cobra sentido de una vez por todas. Y allí estuvimos, poniendo el colofón al final definitivo de una banda que tenía que hacer justicia consigo misma desde su más primigenia encarnación. Suponiendo que su historia es la nuestra y que su existencia se prolongará solo hasta que nosotros queramos. Es decir, que será eterna.
En la sala Razzmatazz de Barcelona se vivieron un par de últimos conciertos que en realidad fueron los primeros. A los ojos de todos resultaba poco menos que improbable ver agrupados en apenas unos metros a un conjunto de músicos separados durante demasiados años, por mucho que los lazos que los unieron siempre estarán ahí de una forma u otra. Y si no, están sus canciones. Los Rápidos fueron un combo surgido de las entrañas obreras de la ciudad condal, en un tiempo en el que hacer música “moderna” era mucho más complicado que ahora y las audiencias se ganaban con estajanovistas sesiones apenas alimentadas con un bocadillo de chorizo. Quienes ahora se presentan enchaquetados con brillantinas en un ejercicio de sana complicidad con su pasado y sonrientes tras el sold out y la complicidad de miles de fieles tuvieron que pelear lo indecible para que su único disco viese la luz en una discográfica que luego los ningunearía hasta el hastío. En el debut de Los Rápidos (y “debut” es el término apropiado, pues acaban de grabar, como si no hubiera pasado nada entretanto, su segundo trabajo) había surrealismo sano, ilusión por darle la vuelta a la realidad con la ayuda de rock directo y concreto, y algunas de las canciones que ahora suenan por primera vez como debieron sonar. “No, no, no”, “Septiembre”, “Grité”, “Ruta del sur” y la maravillosa “Navaja de papel” son excelentes himnos por fin ejecutados en las condiciones adecuadas, con las guitarras de Josep Lluís Pérez y el gran Quimi Portet llevando la batuta. Este último, en su bien asumido papel de líder musical de una banda a la que apenas contribuyó en su día, también es parcialmente responsable de la construcción del nuevo anexo, un coqueto complemento sonoro titulado Piensosluegoexisto (la identidad ante todo) que en directo explota en la intensidad de “No estoy hecho polvo”, la necesaria recuperación del entrañable “Cine ideal”, ambos temas nuevamente amurallados para su defensa en el estudio, y lógicamente los más coreados durante la primera parte del concierto. A algunos de los nuevos hay poco que reprocharle, porque “Confusión”, “La pájara (Gasolina y gasoil)” y “Misa de cinco” son la impresionante demostración de lo que podrían ser –en realidad lo son– Los Rápidos en pleno siglo XXI si la industria no les hubiera dado la espalda. Otros, en cambio, suenan como el relleno del nuevo pastel: “Gladiadora”, un reggae fallido pero resultón por lo novedoso; “Ausencias”, enésimo resultado de la nueva forma de escribir de Manolo García –quien escuche sus últimos discos atentamente sabrá a lo que nos referimos-; “Braque”, más de lo mismo; y “San Gennaro”, una insulsa balada que justifica un vistosísimo juego de luces al final de la primera parte, en la que ya la batería de Lluís Visiers deja paso a la de Ángel Celada y la banda al completo, con el omnipresente bajo de Antonio Fidel y los teclados de Esteban Hirschfeld, otro mítico de la escena pop de los primeros ochenta. Los de antes eran los teloneros; los de ahora, que son los mismos, son los verdaderos protagonistas de la noche. Así, con la legendaria “Mi novia se llamaba Ramón” se abre la puerta al tramo más eléctrico y sorprendente, obra y gracia de unos locos sesentones que se hacen llamar Los Burros, para que queden claras las intenciones.
La legendaria “Mi novia se llamaba Ramón”, con los nuevos arreglos incluidos para su regrabación, junto al resto de sus compañeras, en Kloruro Sódiko, más conocido por el disco punk de Los Burros –o así debería llamarse, básicamente por la actitud demostrada al hacerlo-, abre la espita para la explosión intermedia, completada con los nuevos trajes diseñados para “Portugal”, “Vamos a ver”, “No puedo más”, “Conflicto armado”, “Te quiero bastante” y “Huesos”, con una puntualización: Cualquier versión anterior de esta última, sin ir más lejos la que tocaban en la última gira como El Último de la Fila, es tremendamente superior a la incluida en la caja Historia De Una Banda: Autobiografía Sónica, donde funciona sin duda como una de las regrabaciones a la baja. En cambio, “Hazme sufrir”, transformada recientemente en una joya medio psicodélica con la voz de Adrià Puntí, se erige como una de esas canciones por las que merece la pena invertir en dicho testimonio musical. Igual que “Disneylandia”, por supuesto, imperecedera y bellísima, mucho más cuanto más tiempo pasa desde la primera escucha. Un pequeño gran clásico que ejerce de puente para el fin de fiesta, en el que el repertorio más conocido del dúo es plasmado con eficacia y plena respuesta. Toca empezar por los tres originales elegidos como “regalo” en el cofre editado. Así que “Sara”, “Llanto de pasión” y “Aviones plateados”, casi inaudibles desde el escenario por el fervor que desatan entre el mar de brazos al aire y voces al viento, rememoran un tiempo pasado que seguramente nunca fue mejor. Los recuerdos y la emoción, hemos de decirlo, por escuchar estas joyas sonoras en boca y manos de sus creadores tantos años después, cuando casi nadie daba un duro por una reunión desmentida tantas veces por tantos medios, superan cualquier expectativa, incluso a la sensación de estar escuchando revisiones algo descafeinadas, solo engrandecidas por la elasticidad exhibida en directo y a la maestría de unos músicos en perpetuo estado de gracia. La cosa debía ampliarse, y se amplía con una “Querida Milagros” que simplemente hace llorar, esta alejada del corsé de las anteriores, una “Mi patria en mis zapatos” febril y una final y esperadísima “Insurrección”, probablemente la canción que en conjunto todos ellos hayan interpretado en más ocasiones, con la que la puerta y la historia de la banda queda aparentemente cerrada para siempre. No sin antes dar pie a ciertas objeciones. Pocas y seguramente infundadas, pero ¿qué sería de una crónica sin los previsibles comentarios cerriles de quienes viven en una luna de miel perenne con sus ídolos?
Algunos no entendimos muy bien cuál pudo ser la aportación de tres coristas femeninas (ni el propio Manolo García recordaba sus nombres en la presentación final) que transformaron el último tema en un karaoke para la galería absolutamente innecesario, ni la inclusión de un tema en solitario de Quimi Portet, un por otra parte fantástico “La Rambla”, cantado obviamente en catalán y fuera del ámbito espacio-temporal que servía como excusa para la resurrección. Sin olvidar las disquisiciones lingüísticas, suponemos que al tocar “en casa” y apelar al inevitable sentimiento de apego al terruño, la inmensa mayoría de los comentarios también debían ser pronunciados en dicho idioma, otra cosa es que muchos de los allí reunidos los entendiesen o se sintiesen tan cómplices de la fiesta como la mayoría. Nada que empañe un recuerdo que permanecerá en nuestro corazón y alma durante muchos años, ojalá tantos como ha tardado en volver. Seguramente ya tenemos otra historia que contarle a nuestros nietos mientras les ponemos cualquiera de estos inmortales discos: “Yo estuve en el último concierto de Los Rápidos, y también en el de Los Burros”. No nos entenderán, pero no nos hará ninguna falta.
No hay manera de describir lo vivido en Razzmatazz la noche del 26 /28 de febrero. Todo quedara grabado para siempre en nuestras vidas.
los Rápidos/Burros El Ultimo de la Fila graciassss infinitas y hasta siempre!!!!
Insulsa «San Gennaro»? Es una estupenda balada q que el público de Razzmatazz se encargó de que no sonara todo lo bien que debiera, ya que el que no se la sabía no dejó de hablar, pareciendo que estuviéramos en un mercado. Yo, de ser Manolo García en ese momento, me bajo del escenario. He podido visionar un vídeo del concierto en La sala Riviera y se t ponen los pelos de punta.
Ambos grupos en el escenario estuvieron espectaculares!!!!!!!
A la espera de la vuelta a los escenarios de » El último de la fila»
Pues si,un poco cerril si que eres…..ahora resulta que hablar catalán en un concierto en Barcelona es un problema,madre mía….y luego no se entiende que queramos irnos…..que pena de país y que pena de «periodismo»
Con comentarios como ese, escritos desde un punto de vista tan cerril como lo es para ti el del «periodista», no haces más que confirmar la intención de la frase. Es curioso cómo en artículos, crónicas, reseñas y debates sobre música algunos solo se fijen en lo que a ellos les interesa. Efectivamente, se entiende a la perfección que algunos queramos irnos de este país.