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Maestro Espada (Sala Sol) Madrid 10/12/25

A Maestro Espada no hay que verlos dos veces para entenderlos, pero verlos dos veces ayuda a descifrar lo que hay detrás de su música. Les cubrí a principios de año y salí con la sensación de haber asistido a algo extraño: un grupo que no busca ni aprobación ni aplausos; un grupo que se sumerge en su sonido, que se escucha a sí mismo y disfruta tocando. Ayer, en la Sala Sol, confirmé que su concierto en el Movistar Arena no fue casualidad: viven dentro de su música, la respiran y la manejan desde un lugar al que muy pocos grupos en España pueden llegar.

Hay bandas que tocan desde el músculo y otras desde la exageración; hay quienes buscan caer bien y quienes quieren demostrar. Maestro Espada no está en ninguno de esos lugares. La clave de este dúo murciano no es la técnica, ni el repertorio, ni el volumen (aunque todo eso lo tienen), sino la conexión interna entre Alejandro y Víctor Hernández. Son hermanos y se nota: comparten un pulso, una memoria, una manera de entrar y salir de cada canción sin romper nunca la línea. Han construido un mundo imaginario, como cuando eres un niño, hecho de sonidos y respiraciones. Lo habitan como un juego, pero uno auténtico; no uno superficial como los que los adultos nos empeñamos en jugar constantemente.

Sobre el escenario, manda la verdad y el cuerpo. Invitan al público a entrar sin ruido, sin pedir nada, con la misma naturalidad que un crío abre su universo y te lo muestra. Construyen un espacio que parece cerrado, casi hermético, y aun así te permiten entrar. Y lo más importante: uno entra porque quiere, no porque ellos te obliguen. El sonido fue de los que se quedan clavados: ruidista en ocasiones, calmado en otras; falsete o gutural según lo pidiera cada tema. No busca ser bonito, sino preciso, y consigue ambas cosas: te abraza y te empuja a la vez, te deja sin aire cuando Raúl Frutos (Crudo Pimento), mitad batería y mitad animal, decide apretar o retirarse del escenario según convenga a la fórmula. Hay golpes suyos que no parecen venir de un músico, sino de algo antiguo, oscuro, necesario. En España, ahora mismo, hay pocos baterías capaces de algo así.

Quizá por eso el silencio en la Sala Sol era total, poco habitual en un espacio tan pequeño. Se oían incluso los ventiladores del techo, lo único realmente molesto. Nadie hablaba, nadie rompía la atmósfera, nadie quería desequilibrar ese equilibrio; lo que allí pasaba era frágil y potente al mismo tiempo, y el público lo entendió. En una sala como esta, muchos dudamos de si ese tipo de concierto podía sostenerse, por suerte para los presentes,  lo consiguieron. Tanto que incluso me pareció mejor que su actuación en el Movistar Arena.

El setlist no cambió demasiado del concierto de febrero ni del que ofrecieron en la Plaza Mayor por el Día de la Hispanidad. Duró entorno a una hora, entraron a las 21:30 y salieron antes de las 22:40, pero con ellos el tiempo se hace corto, casi volando. Enlazan canciones casi sin hablar y sin prisa; abrieron con “Mayos”, siguieron con “Murciana”, “Granaico”, “Peretas del tío Vicente”, versionan “Maquillaje” de Mecano con una delicadeza ruda inesperada. Prácticamente sin darnos cuenta, la mitad de la actuación ya se había consumido. El final, estuvo marcado por Salve”, “Carriles”, “Yo en deshacerme”, “Estrellica”, “Trilla”, “Tres gotas de rocío”, seguramente de las más queridas del público, “Lirio” y “La despedida”. Todo con una fluidez que parece improvisada, pero no lo es.

Y ahí está el punto: Maestro Espada no impresionan porque quieran impresionarte; impresionan porque están completamente dentro de su música, porque la habitan, porque les pertenece, y cuando un grupo se conecta así consigo mismo, la conexión con el público llega sola.

Su debut ya fue uno de los mejores discos del año, su concierto de febrero está entre lo mejor de mi 2025 y este de la Sala Sol confirma que Maestro Espada no están creciendo: están consolidando algo más valioso, algo completamente propio, una identidad sólida, un lugar donde no buscan convencer a nadie, pero acaban convenciendo a todo aquel que se acerque a su música. Hay grupos virtuosos, eléctricos, intensos, luego están ellos: tres personas construyendo un mundo al que uno siempre quiere volver, y esa es su mayor victoria.

Fotos Maestro Espada: Víctor Terrazas

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