Conciertos

Mogwai + Gruff Rhys – Sala San Miguel (Madrid)

Si hay algo que me alegra después del apoteósico concierto de Mogwai en la inaugurada Sala San Miguel, es la esperanza renovada de que las bandas con una longeva carrera consagradas en mi imaginario musical aún pueden mejorar con los años.
Y eso es casi milagroso: mientras uno observa como la mayoría de héroes de su despertar juvenil se arrastran a duras penas en los escenarios o producen vergüenza ajena en sus lanzamientos, los de Glasgow sin miedo alguno puedo atestiguar que se encuentran en su mejor momento de forma.
Previamente tuvimos que soportar el endogámico y árido montaje que nos presentó en solitario Gruff Rhys. Mucho sonidito, loop, base, arpegio folkie y cachivaches varios para maquillar una tomadura de pelo anti-clímax de las que necesariamente hay que desenmascarar para purificar la esencia de lo que es la música en nuestro existir.

Hardcore will never die, but you will (11), es posiblemente el ejercicio de ninguneamiento periodístico más infame en décadas; un trabajo tan maravillosamente espléndido, heterogéneo, elaborado, intenso y bello ha pasado delante de todos los medios sin obtener ningún reconocimiento en unos oídos que ya de antemano decidieron que la banda estaba desgastada. Pues no sólo se equivocaron al escuchar sus canciones en el plástico, sino que delante de uno, a escasos centímetros, la tempestad de emociones anega cualquier corazón con el privilegio de estremecerse en estos tiempos convulsos y leves a la par.

Y es que un show que me arranca de primeras las lágrimas con el crescendo de “White noise” ya me tuvo rendido a las excelencias de los auténticos reyes de un género manoseado y explotado hasta la nausea. Pero el puñetazo en la mesa que dio Mogwai el miércoles en Madrid les hizo confirmar que nadie puede hacerles sombra y que suenan aún más ensordecedores, expansivos y precisos a cada paso que dan.
Incorporaron a su formación a un músico negro que igual tocaba el violín o acompañaba con una cuarta guitarra adicional que prestaba su voz en “Mexican Grand Prix”, tema que nos llevó al paroxismo haciendo que nos doblásemos bailando convulsamente enmudeciendo cualquier ejercicio sonoro destinado a ello.

Siendo un disco al que me costó sacarle todo su jugo por culpa de una producción errática que ensombrecía su potencial, los temas rescatados de su anterior The hawk is howling (08) brillaron entre lo mejor de la velada con una compleja “I’m Jim Morrisson, I’m dead” y una electrizante “Batcat”.
Cualquier fan, echaría de menos sus temas particulares; en mi caso sufrí especialmente las ausencias de “Friend of the night”, “Mogwai fear Satan” o “San Pedro”, pero por el contrario me elevé con la evocadora tristeza de “Death rays”, la abrasión de “Rano pano” o la severidad extrema del inmortal “Like Herod”.
Las virtudes de una banda inmortal en un concierto a enmarcar para siempre en nuestra memoria, las desarrolló el colofón de una de las pocas que aún conmueve y excita mis oídos cada día que me enfrento a un mundo tan difícil de entender y tan fascinante a su vez por albergar seres humanos que un día escribieron los dos temas del bis, “Helicon 1” y su nostalgia sin límites y “We’re no here”, la salida de emergencia hacia un lugar mejor que quizá no exista, pero que esa noche, entornando los párpados, se dibujaba perfectamente ante mí.

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