Nathaniel Rateliff – And It’s Still Allright (Stax Records)
Quién diría que el mismo tipo barbudo que, cual granjero desbocado, gritaba con el rostro enrojecido aquello de “son of a bitch, give me a drink!”, que daba forma al inflamable estribillo de “S.O.B.”, probablemente el himno soul más caliente que haya editado el legendario sello Stax desde los años 70 del siglo pasado, sea el mismo que ahora ilumina una serena obra dedicada a la pérdida y al desamor.
La alianza de Nathaniel Rateliff con The Night Sweats trajo dos discos urgentes y bailongos que supusieron el rápido ascenso del orondo cantante a las ligas mayores. Éxito que, no obstante, pasó su factura: un proceso de divorcio y la caída en el alcoholismo son el saldo negativo con que ha quedado la contabilidad del músico tras los escasos dos años que median entre su anterior disco con banda, Tearing At The Seams y este And It’s Still Allright, eso sin contar la lamentable pérdida que supuso, para él y para la música en general, la desaparición prematura del talentoso productor Richard Swift, su colaborador y amigo personal, que perdió su vida precisamente por su afición al líquido elemento.
Nada más americano que la redención. Y como Nathaniel es más americano que las barras y estrellas, ha decidido hacer frente a los demonios que pueblan su cerebro tras su separación y la pérdida de su compañero con canciones. Canciones sinceras, con las que regresa, además, al formato que le vio nacer como cantautor, el que exhibía en discos como aquél Falling Faster Than You Can Run (2014) y que nada tienen que ver con el sudoroso y festivo soul que cultivaba con su banda y que le trajo fama y fortuna.
Incluso decidió, para que su homenaje fuera completo, regresar al mismo estudio de grabación de su fallecido amigo, National Freedom, en Oregon, rodeado de unos cuantos hombres de confianza, como Patrick Meese, de su banda, o James Barone, batería de Beach House. Juntos se las han apañado para no necesitar de mucha más ayuda en la tarea de dar a estas canciones tan bonitas y reposadas esa luminosidad que hace que las tinieblas que las originaron, desaparezcan.
Arreglos sencillos, pero enormemente bien trazados, que se las arreglan para pellizcar el alma del oyente de una manera poderosa. Quizá más enraizadas en la vertiente folk y country de la música estadounidense, este paquete de canciones no deja de tener ese componente soul que la voz de Nathaniel Rateliff no puede evitar imponer en todo lo que canta, así como en determinados componentes de la producción, que se encargan de enervar, sutilmente, toda la melancolía que estas historias de redención encierran.
Así pues, estamos ante un nuevo Rateliff, que no deja de estar emparentado tanto con su versión primeriza pre-Night Sweats, como con su yo alterado y rabiosamente soul, pero que ahora se presenta como un ser renacido, un ave fénix que resurge de sus cenizas y nos cuenta sus historia. Una historia bien contada, que cala fácilmente gracias a la sabiduría con que se ha sabido disponer los elementos sónicos en la producción en un disco especialmente bien trazado. Un ejercicio de desnudez, honestidad brutal y humildad en cuanto a empaque, de esos que, si bien en otros supondrían un triple salto mortal resultante en caída al foso, los grandes artistas -y este hombre lo es- saben convertir en aciertos triunfales.
Es improbable que el impacto de este trabajo a nivel comercial sea comparable con el de sus anteriores esfuerzos, pero sin duda alguna a nivel de apreciación cualitativa merece todos los parabienes posibles, al fin y al cabo hace gala de una especial capacidad para emocionar de la que dan sobrada muestra tanto himnos de monumentalidad sosegada como la canción titular, “Tonight #2” o la inabarcable “Rush on”, como los momentos en que su autor deja que ciertos ritmos calientes se apoderen de la situación, para no hacer olvidar del todo al oyente su yo anterior. Es el caso de ejercicios de magia sureña como la inicial “Ain’t no drag”, el blues pantanoso de “Expecting to lose” o esa magnífica “Mavis”, cuya producción recuerda tanto al estilo de Swift, que parece querer consumar por sí sola ese sincero tributo que el disco, dedicado según rezan los créditos al productor, contiene.
El dolor puede destruirnos o ser utilizado como herramienta para construir belleza, si uno sabe cómo controlarlo. Nathaniel Rateliff en esta ocasión, en lugar de caer en el pozo profundo en el que muchos caen en circunstancias similares a las suyas, ha sabido sacar provecho, entrar en el estudio como si fuera la consulta del psiquiatra y salir renovado y lleno de luz, justo la misma que reflejan todas estas bellas canciones.
Escucha Nathaniel Rateliff – And It’s Still Allright