Pink Floyd – Piper at the Gates of Dawn: 53 años emitiendo señales desde el espacio interior
Es muy curioso como el primer disco de una de las bandas más grandes del rock puede ser al mismo tiempo, tanto joya insuperable como un “sin pena ni gloria”. Para algunos, es el único válido de toda la discografía, mientras que, para otros, es una amalgama de sonidos estridentes sin sentido, indigno de lunas y muros.
Pink Floyd puso en órbita The Piper at the Gates of Dawn el 4 de agosto de 1967. Su ignición pateó las mentes del mundo musical, dejando el punto de retorno como un solar. Alerta spoilers, hubo bajas por el camino.
Tan solo un año atrás, la banda se encontraba aún despojándose del repertorio más R&B para hacer hueco a las composiciones de Syd Barrett, quien llevaba la batuta en aquel momento. Paralelamente, guiados por los consejos de sus primeros managers, Peter Jenner y Andrew King, empezaron a introducirse en la escena underground londinense. Largos pasajes instrumentales, juegos de luces y un atisbo de locura escénica, empezaron a ser marca de la casa.
Con estas credenciales, hicieron match tinderiano con el club UFO, punto de encuentro de la vanguardia, la contracultura y del nutrido grupo de fans de la novedosa onda psicodélica.
La notoriedad creciente de Pink Floyd llamó la atención de la disquera E.M.I., quienes les contrataron y planearon la grabación del primer álbum de la banda durante la primavera del 67. Para cubrirse las espaldas ante el revuelo causado por las drogas psicotrópicas, la discográfica decidió estampar en la promoción relacionada con la banda, incluidos los discos, la siguiente perla: “Pink Floyd no sabe qué es lo que la gente entiende por pop psicodélico y no está tratando de crear efectos alucinatorios en la audiencia”
Como preludio al tórrido verano que se avecinaba, el sello lanzó dos singles con dispar éxito comercial. “Arnold Layne” cuenta la historia de un travesti cleptómano que suele robar ropa en lavanderías. Tras ser vetado por Radio London, su impacto fue escaso. El segundo, “See Emily play”, fue muy bien recibido, siendo para algunos la obra maestra compositiva de Barrett. Ambas, canciones de culto a posteriori.
El estudio tres de Abbey road fue el lugar elegido para la grabación de The Piper at the Gates of Dawn. Simultáneamente, en el estudio contiguo, The Beatles hacían lo propio con Sgt. Pepper. La mejor tecnología de la época servida en bandeja a ambas bandas, para crear la psicodélica respuesta británica a la lluvia de flores que llegaban de San Francisco. Pero con intenciones opuestas. Mientras los Beatles exprimían los medios técnicos con un control absoluto, Pink Floyd los utilizaban para perder el control.
No es el único elemento que compartieron ambos grupos, ya que el productor para el LP debut de los de Londres, fue Norman Smith, antiguo ingeniero de sonido de los de Liverpool. Este hecho será decisivo para el resultado final del álbum por varias razones. Por un lado, Norman había aprendido muchos trucos de científico loco cuando estuvo al servicio de los fab four en los revolucionarios Revolver y Rubber Soul. Por otro lado, el productor había estado viendo a la banda en el UFO y se propuso plasmar el impacto visual de sus directos en piezas sonoras. Para ello, sacó de la chistera sus conocimientos sobre música concreta, edición de cinta y sonidos extra-musicales, los cuales enseñó a los propios músicos y quedaron esparcidos por todo el acetato.
Desde el mismísimo comienzo, el disco te avisa de lo lejos que te va a mandar. El manager de la banda, Peter Jenner, megáfono en mano, recita los nombres de estrellas, planetas, galaxias y constelaciones, que son la antesala de un camino cargado de efectos inquietantes. Teclados emulando código morse, guitarras y voces dobladas, reproducciones al revés, sonidos de relojes, cortes de cinta dramáticos, eco, mucho eco, uso de instrumentos y escalas poco comunes o cambios de métrica, son solamente algunas de las innovaciones presentes en el viaje.
Se podría decir que son dos las tendencias sonoras que se entrelazan en el álbum. Cortes como «Astronomy domine», «Insterstellar overdrive» o «Pow R. Toc H.» responden a la vertiente más instrumental, improvisada y lisérgica, mientras que otros como «The gnome» o «The scarecrow», se acercan más al folk -pop inglés.
Es asombroso que con tanto caos concentrado, el disco consiga tener unidad. En gran parte es debido a que, salvo «Take up thy stethoscope and walk», las canciones son producto de la genuina mente de Syd Barrett.
“The Piper” es la plasmación del universo del líder de la banda. Un universo plagado de referencias a la literatura inglesa más enraizada en el folclore. Autores como Tolkien, Hilaire Belloc, Edward Lear, Lewis Carrol o Kenneth Grahame, de cuyo libro The Wind in the Willows, sacó el título del álbum. Es por ello que sus textos están repletos de personajes de cuentos infantiles o historias fantasiosas. Como el gran David Bowie declaró: “Syd Barrett es un poeta en una banda de rock”. Creó una rica imaginería vestida de época victoriana y regada en LSD, cuyo consumo marcó los límites entre la genialidad y la decadencia.
Música y letra se mezclan en una simbiosis perfecta, reflejando fielmente el viaje lisérgico en el que Syd estaba inmerso. Puedes adentrarte tanto en las profundidades de su mente más pueril como caer vertiginosamente en picado en un agujero negro por la Galaxia de Andrómeda.
Pero como ha ocurrido muchas veces en el mundo del arte, las mentes creativas y sensibles son también las más frágiles. Durante la grabación ya empezó a ser obvio que su comportamiento no era normal, pero fue durante la subsiguiente gira cuando todo se agravó. El abuso en el consumo de drogas alucinógenas desequilibró la balanza y el genio empezó a oscurecer. Menos de un año después del lanzamiento, Syd estaba fuera de la banda.
Como era de esperar, la sociedad de su tiempo no estaba preparada para el shock musical que representó The Piper at the Gates of Dawn. La recepción fue fría. Incluso los más acérrimos de los tiempos del UFO se quejaron porque no reflejaba sus intensos directos. Tampoco ayudó el contexto. En el famoso verano del amor, predominaba la psicodelia de corte más happy flower, a años luz del demencial y oscuro artefacto. No obstante, coetáneos como Paul McCartney o Pete Townshend supieron ver el producto como algo diferente e innovador.
No fue hasta que el tiempo dio caza a su música, cuando realmente ganó la admiración que se merece. Es considerado como una de las piedras angulares de la música psicodélica, en el mismo escalón que las obras de The Velvet Underground o The Beatles.
Pink Floyd hizo camino sin Barrett, adentrándose por la senda del rock progresivo, hasta convertirse en un de los totems del rock. Pero la sombra de Syd es muy alargada, siendo para muchos The Piper at the Gates of Dawn la obra suprema de la banda.
Su mejor disco. Syd era grande