Conciertos

Richard Hawley + Smoke Fairies – Apolo (Barcelona)

Richard Hawley es un tipo peculiar. Una figura a medio camino entre Buddy Holly, Roy Orbison y Johnny Cash. Un personaje imposible que se desliza entre los casting de Rebelde sin causa y Un tranvía llamado deseo. Un individuo que, al fin y al cabo, sólo podría encontrar su acomodo y su única razón de ser en el rock. Y así lo demostró en Barcelona, con sus formas y su contenido. 

Antes de que el de Sheffield irrumpiera con su chaqueta de cuero y vestido completamente de negro, pasaron por el escenario las también británicas Smoke Fairies. Poco pudieron hacer ante la escasa treintena de personas que había decidido comprobar qué había antes del plato principal. Y lo que se encontraron fue a un dúo de folk con ramalazos de blues, cercano a la PJ Harvey más telúrica, pero sin la mordiente de ésta y con una pasión excesiva por el ambient y los juegos vocales. Pero bien.

Poco tardó Hawley en sacar a relucir en el Apolo, escenario del fin de la gira de presentación de su nuevo disco, Standing at the Sky´s Edge, su contrastada facilidad para pasar del encanto a la rudeza. Algo que, de alguna manera, ya hemos visto en sus discos. Del mismo modo en que navega suavemente entre el romanticismo oldie y la contundencia de un rock de quilates, reparte amor y exabruptos sobre el escenario. Se echa de menos últimamente cantantes que conecten con el público de una forma genuina y real, más allá de los tópicos y el populismo que se enseña en la academia del buen frontman. Mandar callar a unos individuos que habrían pagado una cifra nada despreciable de euros para estar en un concierto es tan kamikaze que sólo merece el aplauso. “Debéis de ser ricos”, dijo el británico, “porque pagar la entrada sólo para hablar…”. La referencia más cariñosa que recibieron estos anónimos desde el micro de un Hawley visiblemente molesto fue un iracundo “assholes”. Mucho más comedido que el primer “motherfuckers”.

Anécdotas aparte, el concierto de Hawley fue sensacional. Un despliegue enorme de furor y talento fundamentado en el pilar básico del rock y de cualquier actuación en directo: una buena banda. La veterana formación que acompaña al de Sheffield sabe lo que se hace en cada momento; lo que es muy aconsejable a la hora de subirse a un escenario. Apoyado en ésta (una formación clásica), Hawley repasó los mejores momentos de su interesante último disco, y los acompañó de una sensacional selección de temas de su valiosa carrera.

“Standing at the sky´s edge” (con la que abrió el set), “Don’t stare at the sun”, “Before”, “Down in the woods” o “Leave your body behind you” acapararon el flujo de electricidad de Barcelona durante un buen rato. Hawley se soltó con la guitarra (debió de cambiar unas cuatro veces) y, además de estar impecable en la interpretación vocal, protagonizó algunos de los solos más memorables de la noche. Éste es posiblemente el mejor regalo que le deja Standing at the Sky´s Edge: la oportunidad de desatarse tempestuosamente con las seis cuerdas.

Entre esa tempestad y la fragilidad, “Soldier on” se mueve con la finura de unos pies diminutos. Difícil de superar. Y más con el trabajo en las luces y el fascinante slide del guitarrista de Hawley. Para echar a volar. Algo parecido a lo que ocurrió con “The ocean”, broche del bis que concluyó la noche en lo más alto del concierto: un ático con vistas al Titanic. Ambas, junto a las preciosas “Tonight the streets are ours”, perlada acústica en mano, “Open up your door” y “Hotel room” construyeron el decorado ideal para perder la cabeza una y otra vez.

El directo de Richard Hawley podrá salir mejor o peor parado frente a otros, pero difícilmente podrá ser superado en elegancia y savoir-faire. La propuesta del británico parece tener cada vez menos réplica en un panorama actual muy marcado por la inmediatez, la parafernalia y esa anómala sensación de cercanía basada en la recurrencia de los lugares comunes más accesibles. Hawley y los suyos engrandecen el rock, lo que convierte a sus conciertos en algo que cuidar. Algo por lo que merece la pena pagar una entrada, y guardar el debido respeto.

 

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