Roddy Frame – Moby Dick (Madrid)
¿Qué se puede decir de la última visita de Roddy Frame? Pues que, sencillamente fue emocionante, brillante. Tal cual. En un escenario vacío de decorados y músicos que se sostenía por tres guitarras acústicas colocadas en soportes, el escocés supo hacer de lo que, a priori es un riesgo, una virtud y una conquista. Porque salir en desnudez instrumental es jugarse el tipo tanto a la hora de validar unas canciones como de demostrar capacidad de impacto, cercanía y carisma.
Desde que subió hacia donde las luces señalan, Frame dejó claro que la noche iba a abarcar toda su carrera, desde el esplendor de sus días bajo la seña intachable de Aztec Camera hasta la grata solvencia de sus discos bajo su nombre. La noche iba a estar dedicada al público y a las peticiones. Por supuesto que fue así. Un aforo completo recibía lo que pedía, y lo mejor de todo es que quien lo daba estaba pasándoselo muy bien.
Entre tantas gemas, que en el formato de guitarra, presencia y voz de Frame cobraron una rotunda contemporaneidad, brilló un pop que mantiene la virtud de su inmediatez pero que a la vez contiene varios recursos para visitarlo una y otra vez. Quizás ese sea el valor real de la música que consigue tocar sentimientos y evocaciones. En eso él es un especialista. Así lo demostró soltando melodías que en su cancionero siempre se antojan perfectas para ilustrar aventuras, romances, reflexiones o conversaciones frente al espejo.
Y es que viéndole daba la impresión de encontrar, de algún modo u otro, un rastro confesional grato, desnudo y deslumbrado. Por momentos, excelente guitarra en mano y movimientos emocionados, uno podía pensar que en sus trajines Roddy Frame podría habérselo pasado genial tocando y cantando frente a Ricky Nelson o Billy Fury. Pero en su romanticismo también había signos de un trayecto, donde se veían rayos de soul, rockabilly o folk, pero siempre desde la perspectiva de la canción como corazón.
La canción como corazón latiendo grandezas como «Small World», «We Could Send Letters», «Forty Days Of Rain», «Spanish Horses», «How Men Are», «Western Skies», «Oblivious», «Walk Out Winter», «Bigger Brighter Better», «Hymn To Grace», latiendo peticiones como «Portastudio» o cerrando la noche con un gran suspiro en «Somewhere In My Heart».
Rotundo en su grandeza, Roddy Frame se mantuvo al lado del pulso de los implicados y ofreció lo que tenía que ofrecer. Pero lo hizo tocando fibra, más allá del mero ejercicio de estilo del directo, con esa especie de nervio y empatía propia de los que se saben artesanos. Entonces las siluetas de sus guitarras y el toque de su voz hicieron justicia al valor de un repertorio intachable. Un gran directo. Absolutamente grande.