RVG (Sala El Sol) Madrid 27/11/23
Los melómanos que no dejan de indagar en la actualidad musical a la caza y captura de nuevas emociones, si bien a veces deben lidiar con inevitables escollos o decepciones, viven de diferentes alicientes o estímulos para consolidar su pasión y alimentar su voracidad. Hay muchos, de índole muy diversa. Uno de ellos es ratificar el crecimiento exponencial de una banda o artista con la publicación de un disco diferencial, de plenitud, que marque verdaderas diferencias. Otro es el hallazgo de una voz, de una personalidad expresiva, que sin necesidad de inventar nada, posea carácter y rasgos distintivos. RVG, el grupo que nos ocupa, y para alegría de su fiel parroquia, aglutina ambos.
Tras dos lanzamientos sumamente interesantes, A Quality Of Mercy (17) y Feral (20), donde se podían rastrear, en su permanente balance estilístico entre el post-punk y el jangle pop, ecos de bandas como The Smiths, The Cure o The Go-Betweens, la formación capitaneada por Romy Vager anunció que su tercer disco vería la luz este año y se titularía Brain Worms (23). Su nombre es tan soberbio que parecía imposible que su contenido estuviera a la altura, pero no sólo lo está, sino que difícilmente podía representar mejor el concepto con una inspiradísima colección de temas tan sugerentes como serpenteantes y obsesivos, de no parar de incrustarse en el cerebro. Un trabajo redondo, de hipnótica elegancia, y con una sensibilidad más propia de décadas pretéritas. Uno de los álbumes del año, de largo, y una de las giras que más apetecía disfrutar en este crepuscular otoño.
Flanqueada por un guitarrista que parecía extraído de algún casting de Stranger Things y una distante e impertérrita bajista ataviada con un chubasquero (?), Romy Vager salió a escena de la madrileña sala El Sol avisando de que su voz no estaba en las mejores condiciones, y de que haría lo que pudiese. Esa voz tan peculiar y tortuosa, con su timbre tan maravillosamente andrógino. Lo que podría apuntar, con estos ingredientes, a función extravagante e imperfecta no tardó en coger vuelo y pulso, y por diferentes motivos. En buena medida por el excelso sonido de esta sala, virtud habitual, y que dotó a la actuación de un halo envolvente y cristalino en perfecta conjunción con el repertorio.
Pero especialmente, y esto tal vez no sea tan perceptible en estudio, por la desaforada intensidad, el llamativo desgarro, con los que atacaba los temas, con la lógica prevalencia de su mejor y flamante obra, que dominó el set list. Así, tras la impecable “Common Ground”, si cabe alguna imputación a la siguiente, “Midnight Sun”, seguramente el tema con más gancho de esta banda, es que llegó demasiado pronto. Del mismo modo, no se tardó en advertir cómo composiciones que erróneamente pueden pasar más desapercibidas en los discos, ensombrecidas por otras más epatantes, aquí, dado el nivel de intensidad y compromiso de su ejecución, rayaron a extraordinario nivel (“It’s Not Easy”, “Tambourine”, “That’s All”).
Con fluidez y continuidad, sin altibajos, cortes de ritmo o parlamentos estériles para agradar a una audiencia ya suficientemente embelesada por la pericia interpretativa de la banda, la actuación fue tan concisa como convincente, el típico despliegue sobre las tablas que, sin excesivos alardes, sin ningún tipo de aspaviento o subrayado, potencia a una banda en general y al disco que presenta en particular. Todo muy equilibrado, pero con dos lances especialmente memorables, y que ejemplifican los puntos fuertes de esta banda: “I Used To Love You” y “Squid”.
La primera fue lo más sobrecogedor de la velada con diferencia, con Romy redoblando su visceralidad y escupiendo una de sus letras más desoladoras e impúdicas, estimable seña de identidad, mientras daba la sensación de no saber si reír o llorar. Impagable momento. Y en cuanto a la segunda, cénit absoluto, en parte por lo superlativa que es en sí misma la canción, y sobre todo por la angustia y ferocidad con la que fue atacada, incluyendo en la coctelera de este modo un espíritu, el de los 90’s, aparentemente ajeno a las coordenadas de esta banda, pero que también terminó teniendo cabida. Así, y tras un bis de una sola canción, “Alexandra”, la banda se despidió sin llegar a la hora de actuación, dejando a todos con ganas de más, pero poco podría importar tras la suma de bondades referidas. Difícil tenérselo en cuenta. Como más difícil aún será toparse este año con una banda más en forma y necesaria que RVG.
Fotos RVG: Blanca Orcasitas