Elvis Costello – Hey Clockface (Concord Records)

Nunca juzgues un libro por su cubierta. Esa sencilla afirmación que hacía Do Diddley en su vieja canción es plenamente aplicable al nuevo ofrecimiento discográfico de uno de los pocos tótems fiables y en activo en esto de la canción pop-rock tradicional, Elvis Costello. Y es que es difícil aproximarse a un trabajo que en su portada nos propicia semejante horror gráfico, una especie de ilustración alegórica del paso del tiempo sobre la cual es poco decir que desagrada a la vista. Pero en fin, si hay alguien a quien podemos perdonar todo eso es sin duda a uno de los grandes músicos tanto de su generación, como de todas las edades del rock. Un hombre inquieto como pocos que es dueño de una carrera prácticamente intachable.

El celebrado Look Now (2018), de portada igualmente horrenda, vio a su autor regresar al redil que muchos de sus fans ansiaban con fruición, el de una concreción pop que no abrazaba desde el siglo anterior. Fue un disco muy pensado – llegaba tras años de silencio- y en él su banda, The Imposters, tuvo amplio protagonismo. La aclamación unánime por parte de crítica y público fue una de las más abrumadoras de su carrera, hasta el punto de que el disco le valió su segundo Grammy. Un triunfo al que la lógica pedía una continuación, pero como ya sabrá quien le haya seguido con algo de continuidad, Costello no es un tipo acomodaticio.

De hecho, su premisa a la hora de afrontar un nuevo disco, era hacer algo completamente diferente, aunque eso sí, contando de nuevo con la colaboración de Sebastian Krys tanto en las mezclas como en la producción de unas grabaciones que se han llevado a cabo en Helsinki, con Elvis tocando todos los instrumentos, en París, con su fiel Steve Nieve y “Le Quintette Saint Germain” y por último, en New York, con la colaboración de luminarias como Nels Cline o Bill Frisell. Por lo tanto, no busquen una coherencia sónica entre los resultados de cada una de las diferentes sesiones, pues son todas muy de su padre y de su madre, como suele decirse. Es básicamente, un disco tan variado como es el gusto de su autor, un tipo cuya principal virtud, además de su inmenso talento compositivo e interpretativo, es una vasta erudición musical

.Es por eso que no debe alarmarnos que tras el comienzo “arabesco” que adorna el spoken word “Revolution #49” nos encontremos el sucio guitarreo tiznado de ritmos programados de “No flag”, tema que anticipó el disco en junio y que fue saludado como todo un himno en referencia a los complejos tiempos que corren, o a continuación llegue la mucho más carnosa “They’re not laughing at me now”. Todas ellas dan muestra de un disco que acude a muchos sitios, lejos de la coherencia estilística que aportaba su celebrado anterior trabajo y, sin embargo, una vez más demuestra la maestría de su autor a la hora de fabricar canciones memorables que encuentran su hilo conductor precisamente en que es él -y no otro- quien las canta. Y con eso es suficiente para que cualquiera al que le guste de verdad su música -y no una idea estereotipada de la misma- las disfrute.

Sí que es cierto que los aciertos compositivos no son aquí tan rutilantes como en el trabajo precedente. Quizá se le haya ido algo la mano mezclando resplandecientes ambientaciones jazzy o delicadas piezas folk con momentos de oscuridad, coqueteos con la electrónica o lo que es peor, con un reiterado spoken word que en “The radio is everything” resulta algo soporífero y quiebra un tanto la armonía de un disco que sí, a pesar de todo ello convence, básicamente, porque contiene, una vez más, varias de esas canciones irresistibles que sólo su autor puede traernos de cuando en cuando y que llegan para quedarse, como es el caso de las imaginativas “We are all cowards now” o “Newspaper pane”, la saltarina titular “Hey clockface/How can you face me?” o la maravillosamente íntima “What is it that I need that I don’t already have”, todas ellas muestras atemporales de uno de los más grandes talentos compositivos que el mundo haya visto desde que su tocayo empezara a menear las caderas. No obstante, junto a estas hay algunas otras no tan acertadas en las que da la impresión de que Elvis ha tenido un poco el piloto automático puesto, caso de, por ejemplo “The whirlwind” o la final “Byline”, más que correctas, pero quizá excesivamente herederas de otras hechas anteriormente con la misma plantilla. Se le puede achacar, por tanto, que con los aciagos tiempos que corren no haya acudido a la cita con otro necesario disco sobresaliente e incontestable bajo el brazo, pero lo que no puede negarse es que esta nueva colección de canciones vuelve a rebasar el notable, confirmando que su autor mantiene un nivel que muy pocos son capaces de mantener con una carrera tan larga como la suya y eso nos obliga, por tanto, a quitarnos el sombrero ante él una vez más.

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