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Sidonie – El peor grupo del mundo (Sony Music)

Entre los habituales e inútiles propósitos de año nuevo suelen figurar resoluciones que, a modo de epígrafe, resultan de lo más recurrentes y universales aplicadas a cualquier persona y circunstancia. Una de ellas es la que hace referencia a las señas de identidad, a la necesidad de aferrarse a los principios propios y a lo absurdo de plegarse a conveniencias o imposturas ajenas con las que congraciarse con el resto de la manada para colmo de la propia insatisfacción. Resumiendo, que hacer lo que a cada uno le interese cómo y cuándo sea menester es uno de los ejercicios más sanos para cuerpo y espíritu, se incluya o no en la lista de renovadas resoluciones. Justamente a eso es a lo que se aferran algunas bandas como la que aquí nos ocupa, y no deja de ser curioso que lo hagan precisamente en el tramo más inestable de su carrera artísticamente hablando.

Después de las irregularidades que presentaba un álbum de aparente capricho como Sierra y Canadá, Sidonie vuelven a incidir en la idea de que están en la música para divertirse por encima de todo, y que para ello pueden emplear los recursos que más les convengan en cada momento. Si antes el método era la electrónica liviana y el hedonismo con excusa conceptual, ahora alegan ser “El peor grupo del mundo” (la ironía por bandera) para dinamitar cualquier estereotipo y reírse de sí mismos para encontrarle nuevos resquicios a su música. Nuevos y efectivos, habría que añadir. En esta ocasión la ligereza y el entretenimiento son la base para contar historias que podrían haberle sucedido a ellos mismos, utilizando cuerdas y apuntes sintéticos en temas como “Los coches aún no vuelan” y abriendo sus antiguos horizontes psicodélicos al folk moderno en “Instrucciones para construir un submarino”.

Se refieren a ciudades esenciales en la evolución del pop contemporáneo como Memphis o Detroit y se muestran libres y completamente entregados a su nueva causa, en la que también tienen cabida Brian Eno, Morrissey o The Doors, cada uno de ellos dibujado en el contexto adecuado para unos textos escritos con convicción pero con gran dosis de descreimiento. Hasta saludan de lejos a Mecano y otros próceres del tecno primigenio español en “Siglo XX”, un bonito cuadro de usos y costumbres que personalizan a su antojo en “Os queremos”, adjuntando sus propios recuerdos musicales en una stoniana misiva de admiración y respeto por la profesión y la gente que los hizo dedicarse a ella.

Entre la desilusión y la nueva esperanza dedican unas líneas a algunos de sus colegas en “Carreteras infinitas”, con un estribillo que gana con las escuchas, se repliegan en rincones más oscuros e íntimos como “No sé dibujar un perro” y tocan su olvidada fibra soul en “Fundido a negro” o “Atragantarnos”, una sentida y lograda aproximación al góspel. Siempre desde su óptica y con la mente despejada y llena de versos ligeros, en plena ebullición, atentos a la máxima que reza que los músicos deben reflejar su realidad más cercana e ir un poco más allá. Sidonie lo han logrado con un álbum brillante que los reconcilia con gran parte de su público e incluso les proporciona un campo de operaciones más amplio y ambicioso. Debería haber más bandas así en nuestro país.

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