Sr. Chinarro (Ambigú Axerquía) Córdoba 16/11/24
Con cada nueva gira –lo de nuevo disco es ya tan frecuente que se difumina la solución de continuidad– don Antonio Luque, líder y único núcleo creativo de Sr. Chinarro, alterna formatos más cercanos logística y emocionalmente, léase sets acústicos, con los que verdaderamente dimensionan su propuesta, actualmente abierta a aires y arreglos nuevos y necesitada de una banda cómplice que almacene y expanda un bagaje ya considerable, incluso sin tener en cuenta estos nuevos hallazgos. Con Cal Viva, su más reciente entrega, vuelve a la multitarea englobada en la composición y producción de un puñado de canciones notabilísimas, más afinadas que nunca y al menos igual de afiladas que siempre, de cuyo corazón surte el núcleo de las presentaciones que lo tendrán ocupado hasta final de año y más allá por toda suerte de parajes y salas del territorio hispano. A Córdoba, una especie de segunda casa en su penúltimo devenir, volvió al escenario del familiar Ambigú Axerquía, algo así como el centro de acogida para aquellos y aquellas que aún creen que existe eso que una vez se llamó escena alternativa. El traje de tío abuelo del indie no sólo le queda corto sino que a estas alturas carece de importancia, pues la indumentaria sonora y el alcance de sus letras va más allá de cualquier cobertura mediática y subidas de acciones en la mercadotecnia imperante. Ahora, sólo alguna que otra deficiencia en la microfonía que pueda limitar sus mensajes (algo patente en esta ocasión, sin perjuicio de su efectividad) podría perjudicar en parte el impacto de un repertorio único y singular, como su propia personalidad.
Recetas de funky suave como “V de Victoria”, retratos anti costumbristas como el de “El muelle 1”, escritos desde la atalaya de un observador privilegiado de un entorno que le resulta cada vez más hostil, o historicismos vergonzantes en figuras oscuras dibujadas con justicia en “Carlos Haya”, verdades absolutas sobre la dignidad artística espetadas a destajo en “Bufón”, y su absoluta devoción por la nostalgia mal entendida en “Comunión”, junto a otras confesiones que sin llegar a ser íntimas provocan afinidades emocionales en “Exvoto”, vertebran el grueso de los nuevos temas, que siguen conviviendo con otros no menos necesarios aunque, inquisiciones pandémicas mediante, poco explotados aún en directo: “Escorpio”, “Pulgarcito”, “Aplauso” o “El detector”, en los que los músicos combinan luz y sombra, melodía e introspección, a través de los solos de la guitarra de Israel Diezma, seguramente una de las puntas de lanza de la nueva escena hispalense, y la base devota del soul clásico, hasta ahora oculta en la pulsión “chinarresca”, compuesta por Juande Jiménez y Alfonso López, plenamente integrada para que los pequeños clásicos suenen como siempre o como nunca: “Ángela”, “Sexo, mar y sol”, “Los ángeles”, “Tímidos”, “Esplendor en la hierba”, “Los amores reñidos”, con toda su variedad en ritmos e intenciones, con parada imprescindible en el ímpetu de “Babieca”, el pop majestuoso de “De piedra”, la rumba involuntaria de “Del montón” o el punto de inflexión que supuso, y aún supone, “El rayo verde”. Pocos lo habrán visto, sí, igual que otros pocos incrédulos escucharon a un artista que describían como renovado en “Una llamada a la acción” sin reparar en que no demasiado tiempo antes había hecho un himno romántico recitado en clave de “Alfabeto morse” o llevado a los altares la crónica de un llanto mortuorio con el nombre de “María de las Nieves”.
Curiosamente, con el tono más lúgubre pero a la vez más intenso concluye un concierto en el que sólo son necesarias poco más de veinte canciones para saber que las cosas, tal y como el señor Luque las ve, no merecen más que encontrar las palabras precisas para ser descritas y entendidas como realmente son. La trayectoria y la obra, que es lo que verdaderamente importa, de un músico de estas características empiezan a cobrar visos de trascendencia. Y eso que para muchos de quienes le profesamos respeto y admiración, la tuvo desde que aquel Pequeño Circo empezó a girar en nuestra pletina, para pasmo propio y después ajeno. ¿Ha llovido, verdad?
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