Swans & Sir Richard Bishop – Kafe Antzokia (Bilbao)
Expectación ante la primera visita de la banda de Michael Gira a Bilbao tras su regreso a los escenarios y su devastador concierto del Primavera Sound 2011 y así lo corroboraba la nutrida presencia de la músicos, periodistas locales y veteranos aficionados vascos.
La noche comenzó con Sir Richard Bishop solo con su guitarra, que ofreció un académico, pero nada envarado pase, en el que se mezclaron géneros sin estridencias con una gran pericia instrumental y que provocó primero, el respeto de los asistentes, demostrado con un silencio infrecuente en este tipo de conciertos, y luego su aprobación con numerosos aplausos. Un contraste realmente bello a la tormenta que nos esperaba tras el telón.
Los seis componentes de Swans fueron cogiendo posiciones con una intro grabada que se podía calificar como festiva en comparación con la rigidez de lo que oiríamos después y que encadenó con la entrada de los músicos a bajas revoluciones para llevarnos en un crescendo hasta el primer estallido de la noche con un volumen feroz donde todos los instrumentos parecían concentrarse en un punto y desaparecer. Ya sabíamos que no hacen prisioneros, pero el sonido era aplastante, en la prueba de sonido parece que alcanzaron los 120 decibelios y se produjo algún estallido de vidrio.
En escena dos guitarras, bajo, batería, percusiones y steel guitar que van, capa a capa, tramo a tramo, adhiriendo sonoridades sin urgencias, sin pausas construyendo ambientes intimidantes, opresivos y adictivos durante casi 2 horas de concierto basados en su último disco «The Sheer» con un único recuerdo al pasado con «Coward».
La música de Swans deviene en experiencia a través del sonido con exigencia al oyente de una implicación superior a otras propuestas, que no todo el mundo llega a conseguir, para recibir una incomodidad sónica atractiva y arisca al mismo tiempo. Destacando en la parte rítmica el trabajo del percusionista, con varios instrumentos fabricados por el mismo, junto al batería dando poderío y matices descompresores al rocoso sonido de la banda, lástima que alguno de estos detalles quedaba sepultados por la turbina sónica.
Como maestro de ceremonias, Michael Gira, dominando con firmeza todo lo que ocurre en el escenario, lo mismo lanza un puntapié a un fotógrafo que le incomodaba, que ordena que se sujeten las columnas de altavoces que se mueven por el volumen excesivo ó que dirige a sus músicos con batuta de hierro. Severidad que se aplica a si mismo con gritos desgarradores, simulaciones de rebanarse el gaznate ó lanzar salivazos al infinito que terminan encima de si mismo.
Igual no es muy aconsejable ver dos conciertos de la banda en un escaso período de tiempo, ya que la sensación final era de agotamiento físico y vacío emocional para los que fueron absorbidos la banda y mucho menos para los que abandonaron con antelación.
Mientras sus músicos desmontaban y recogían sus equipos de sonido e instrumentos y los cargaban en las furgonetas, Mr Gira, tocado con su inconfundible sombrero de cowboy blanco firmaba discos, posters y estrechaba la mano de quien se lo pedía, eso sí, con la misma rotundidad que tenía en el escenario.