The Magnetic Fields – I (Dock)
Por razones de honestidad, creo que debo comenzar confesando mis dudas acerca de si soy la persona más adecuada para escribir esta reseña. Y es que, como en tantas otras cosas, en esto tampoco soy experto, es decir, desengañado y por tanto capaz de lucida preceptiva. En todo aquello que amo me dejo engañar siempre, con ardor, con agradecimiento. Y maldita sea, lo confieso con orgullo, amo la música de The Magnetic Fields. Sí, el que suscribe considera que Stephin Merritt pertenece a la estirpe de los más grandes compositores de la música pop: el tándem Holland–Dossier–Holland, Phil Spector o Brian Wilson. Los clásicos cuyas canciones tararean y conocen millones de personas. El hecho de que a Merritt no lo tarareemos más que un puñado de listillos no hace más que arrojar un sombrío balance sobre el estado de la música popular…
Pero en fin, estamos aquí por una razón: reseñar el último disco de The Magnetic Fields: i, catorce canciones cuyos títulos comienzan con esa misma letra. ¿Un ataque de megalomanía, a estas alturas, por parte del autor de 69 Love Songs (Dock, 01)? No, diría uno, más bien una broma inofensiva para rebajar la tensión, tanto melódica como literaria. Y es que, ojo, estamos hablando de un disco que no es ninguna broma. Un disco con una primera mitad que corta el aliento y en la que Merritt muestra su versatilidad: del baladón de juguete de “I Die” al tecno-pop de media fidelidad de “I Thought You Were My Boyfriend”, o la excusa perfecta para que los solitarios de medio mundo imiten a Sinatra delante del espejo en su habitación decorada con posters de New Order..
Tras haber soltado la artillería pop, en la segunda mitad del disco las canciones pierden en impacto inmediato lo que ganan en lirismo y hondura. Y ahí está para demostrarlo “It’s Only Time”, auténtica carga de profundidad capaz de tocar y hundir a cualquiera.
Aún así, mi favorita es la animada “I Don’t Really Love You Anymore”, con ese estribillo cien por cien Merritt: “Because I’m just a gentleman, / think of me as just your fan, / who remembers every dress you ever wore.” Y es que las letras siguen siendo concisas y contundentes como un epigrama griego, siempre en el borde que marca la sutil diferencia entre la nota de un suicida y una carta de amor. Diferencia sutilísima, pues como sabe Juan Bonilla, “Todo suicidio es crimen pasional. / El suicida se sacrifica siempre / por un amor no correspondido: / el que siente por alguien –por sí mismo- / que no siente por él / más que absoluta indeferencia.”