The Wallflowers – Red Letter Days (Universal)
Por si había alguna duda acerca de si el talento se hereda, Jordi Cruyff y Jakob Dylan han certificado que no. Más preocupado por su fotogenia que por su grupo, Dylan ha puesto las cartas boca arriba con este mediocre disco, que a buen seguro hará las delicias de la MTV, los 40 y el Tentaciones, pero también de la América políticamente correcta: inofensivo, blandito e intrascendente, Dylan parece querer convertirse en el yerno que toda votante de Bush quisiera tener.
Si Bringing Down The Horse era un disco irregular, por muy bien que funcionase la tramposa “One headlight”, y “Breach” era directamente irrelevante, este Red letter days sigue esa senda inocua en la que tan a gusto se mueve la banda. Doce canciones que se pueden intercambiar perfectamente con las del Bringing… sin que la esencia de ambos trabajos se altere lo más mínimo. Doce canciones que se olvidan tras escucharlas, que carecen de pegada y que configuran un paisaje tan plácido como aburrido.
El problema de Wallflowers es que se han instalado en una esquizofrenia en la que combaten sus pretensiones de grupo de culto y su ansia por llenar estadios y ser una especie de U2 a la americana. Y, al no saber tomar su camino, se pierden en una indefinición muy peligrosa: aspiran a un sonido “personal” (quizá mediante esos teclados que tanto chirrían en la mitad de los cortes) pero que no moleste a nadie, y así les va. Tomemos, por ejemplo, la primera canción del disco y primer single, “When You’re On Tap”. Una canción menor pero a la que pretenden vestir de himno generacional, aunque simultáneamente se despachen con un sonrojante estribillo del siguiente calibre: “I feel fine / with the sun in my eyes / with the wind in my hair”. O sea, como en un anuncio de galletas ricas en fibra. Pues así, todo el disco.
Red letter days está plagado de tiempos lentos, que se ven alternados de vez en cuando por canciones que rompen el esquema como “Everybody Out Of The Water” o “See You When I Get There” (¿han vuelto The Cars?), de modo que, por estadística, es en ese terreno donde se encuentra lo mejor, y especialmente, “Feels Like Summer Again” y “Here in Pleasantville”, las canciones que suenan menos forzadas y donde parecen haberse despojado de buena parte de sus complejos de rendir-homenaje-a o sonar-como. ¿Es esto señal de que podrían hacer mejores discos? Posiblemente sí, aunque lo que está claro es que no van a cambiar la evolución de la historia de la música.
Aparte de este esquema, hay canciones con una impostada vocación nocturna (“Health and happiness”, por lo demás aburridísima y con otra joya en el estribillo: “I wish you health / I wish you happiness / but absolutely nothing else”, donde dan rienda suelta a esos esfuerzos por aparentar una vocación marginal de la que carecen por completo), otras muy facilonas pero pretenciosas (“How Good It Can Get”, “Too Late To Quit”) y la “estrella”, papel que le corresponde a la insulsa “Closer to you”, adornada con arreglos de cuerda y piano y con Jakob cantando en falsete y durmiendo a quien se tercie. Por lo demás, nada de nada, “If You Never Got Sick”, que firmaría gustosamente Christopher Cross y “Three Ways”, de la que es imposible decir nada porque no tiene nada.
En resumen, un disco menor de un grupo menor, mal que les pese a ellos y a sus fans, una hora perdida escuchando canciones que hacen aguas por todas partes y que no resisten el más mínimo análisis. Una especie de terapia concentrada contra el insomnio cuya conclusión más descorazonadora es que tiene toda la pinta de que va a funcionar muy bien, y que vamos a tener Wallflowers hasta en la sopa. Definitivamente, el talento no se hereda.