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Vandoliers (Sala Clamores) Madrid 21/04/23

Una banda de rock en absoluta y feliz plenitud aterriza en España con su mejor disco y provoca semejante entusiasmo que las entradas de una sala vuelan días antes del concierto. Parece una noticia sacada de un lejano y añorado túnel del tiempo, cuando esto sucedía con cierta frecuencia, cuando los focos y el interés popular iluminaban este estilo musical. Hoy en día, lo habitual, cuando hablamos de las figuras más excitantes de la escena, es la penumbra y la incomprensión, pero de vez en cuando se dan maravillosas excepciones, como la que nos ocupa con Vandoliers.

Procedentes de la estadounidense ciudad de Dallas, con cuatro álbumes a sus espaldas y un indisimulado amor al folklore americano en todas sus vertientes, este grupo ha ido cuajando una progresión discográfica y escénica exponencial hasta The Vandoliers (22), momento álgido de los tejanos, álbum imprescindible en lo que llevamos de década y confirmación de lo que, sin cristalizar, se insinuaba en los pasos anteriores: que esta banda posee empaque, talento y actitud para alzarse entre los grupos más diferenciales de la actualidad.

No era la primera vez que nos visitaban, pero, en buena medida por el desbordante nivel de su flamante obra, jamás se había respirado entre la audiencia semejante expectación. Y la madrileña sala Clamores asistió ayer a una descarga de decibelios, pasión, y fulgor que, a la hora de tratar de analizar lo acontecido, cuesta frenarse y moderar la inevitable inclinación hacia la hipérbole y la euforia.

Para tratar de analizar la exuberante riqueza de registros de esta formación, no es necesario un largo recorrido, sirve fijarse en las dos primeras canciones del repertorio. Un fibrado y enérgico Joshua Fleming al frente, flanqueado por sus cinco compañeros, difícilmente pudo acometerlas con mayor tino y voracidad. “Rolling Out”, su ritmo trotón y el embriagador aire mariachi que le proporciona la trompeta, y donde pueden encontrarse reminiscencias de bandas consagradas como Los Lobos y Calexico, reveló que la vertiente más tex-mex de Vandoliers luciría contagiosa y trepidante. Por otra parte, su faceta más emotiva e intensa, ese romanticismo folk-punk que nos hace pensar en los primeros Marah, Lucero o Gaslight Anthem asomaría con el primer momento estelar de la velada, “Endless Summer”, prodigio de The Native (17), seguramente el primer tema verdaderamente superlativo que compuso esta banda.

Una mirada crítica y previsora podría temer que la atmósfera hedonista, incluso verbenera, que a consecuencia de los sonidos de viento sobrevuela esporádicamente algunos pasajes de la obra de esta banda, quizá ligeramente desmedidos en Forever (19), pudiera enturbiar la experiencia, pero en directo difícilmente todo pudo sonar más orgánico e integrado. También cuesta concebir cómo un escenario de dimensiones reducidas como el que nos ocupa, y con seis instrumentistas de tan diferente pelaje, pudiera arrojar un sonido tan soberbiamente ecualizado y cristalino, máxime con la visceralidad con la que se ejecutaba. Pero así fue, para el deleite de los fans. Así, poco a poco la sala, especialmente en las primeras filas, se fue convirtiendo en un hervidero de placer e incredulidad ante el vendaval que se estaba desatando sobre las tablas, y aún no habían asomado las anheladísimas canciones de su flamante obra.

Tras estos primeros compases empezaron a irrumpir, y con ellas los cénits de la actuación. “Bless Your Drunken Heart” o “I Hope Your Heartache Is A Hit” elevaron sus prestaciones respecto al estudio gracias a la ferocidad con la que fueron atacadas, con un Fleming arrebatado que no dejaba de golpear el techo ni de irradiar orgullo y alegría ante la maravillosa sinergia que se palpaba en el ambiente. “Howlin’”, uno de los singles más inspirados publicados últimamente, no pudo sonar más a clásico, a canción inmortal. Y las sobresalientes “Down And Out” y “Before The Fall”, que ejemplifican a la perfección esa factura elegante y vocación intimista que distinguen a su último disco, y que difícilmente podían haberle sentado mejor, no pudieron sonar más excelsas y conmovedoras. Cuando esta banda nos abre su corazón, es irresistible.

Las muy eficaces y coreadas “Miles And Miles” y “Every Saturday Night” fueron lances muy destacables en la recta final, a la que la banda llegó sin ninguna flaqueza ni paso en falso, con todos y cada uno de sus miembros entregados a la causa y ofreciendo tanto una estética como una personalidad muy definida, otro aspecto que también se echan en falta en estos tiempos, tan tendentes a la uniformidad. Mención especial en este apartado al violinista Travis Curry, típico integrante de grupo con carisma de frontman, y que acabó descamisado tras un certerísimo papel con su intrumento.

Conscientes de su aplastante actuación, y de lo enfervorizado de la audiencia, ampliaron el repertorio previsto en el setlist con una traca final donde brillaron “Ruby Soho”, versión de Rancid, y una oportuna, por la fecha, “Wise County Friday Night”. Tras la despedida, la sensación de estupefacción entre la audiencia, de haber presenciado un candidato clarísimo a concierto del año, era perceptible. El tiempo dirá, pero de momento, celebremos que hoy en día aún puedan contemplarse sobre un escenario formaciones de rock en su pico de forma y con el hambre, la mordiente y el estado de gracia creativo de Vandoliers.

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