Conciertos

Radio Moscow + Electric Riders – Durango Club (Valencia)

Muy mal. O very bad, que dirían en Iowa. A Radio Moscow se lo pusieron difícil en Valencia; Parker Griggs y compañía se tuvieron que sobreponer a unos teloneros que estuvieron más tiempo que ellos sobre el escenario, una puesta en escena bastante discutible y a una parte del respetable que no estuvo a la altura. Esas y alguna que otra adversidad más convirtieron su correcta y sobria actuación en sobresaliente gracias a una profesionalidad fuera de toda duda.
Empecemos por el principio. 23.10: cuarenta minutos después de la apertura de puertas y con una sala todavía recibiendo la asistencia por goteo, por fin alguien hacía acto de presencia en el escenario. Y no eran los norteamericanos, que a esas horas ya llevaban un buen rato deambulando entre su set de merchandising y el backstage. Eran los teloneros, Electric Riders. Teloneros. Lo repito porque si me hubieran preguntado durante la hora y media de concierto que ofrecieron habría tenido mis serias dudas. El de los navarros es un rock progresivo en la línea de Viaje a 800 (aunque a años luz) muy exigente; si a eso le unimos un nivel de decibelios excesivo (casi no se oía al cantante) y una extralimitación en las funciones de un telonero, el resultado es desesperación, estupefacción y catatonia.
Así, a más de 180 minutos del punto de partida de la noche y con un cansancio físico y emocional totalmente fuera de lugar, una sala con bastante mejor aspecto que al inicio recibía a los héroes de la velada. Era la 1.10, y Parker Griggs, Zach Anderson y Paul Marrone iban a salvar la noche. No sin antes afrontar el penúltimo contratiempo en los primeros acordes de “Just don’t know”: adiós a la cuerda del mi. Sin embargo, el problema se solucionó con una rápida visita al backstage, previa excusas públicas, de la que regresó con la guitarra reparada.

A partir de ese momento Radio Moscow sentó cátedra. La extraña iluminación de unos focos que distraían en exceso, el abuso con la máquina de humo (que hacía insoportable el concierto cerca del escenario) o las impertinencias habituales de parte del público se convirtieron en nimiedades arrasadas por el musculoso blues psicodélico de los protegidos de Dan Auerbach (The Black Keys). Los de Iowa han encontrado, por fin, una estabilidad en forma de trío que permite dar recitales insultantes como el de la madrugada valenciana.

Y todo eso con tres conciertos seguidos y la consiguiente tralla a cuestas que sólo pasó factura a la guitarra de Griggs primero, y a un pedal de la batería de Paul Marrone, que cedió en las postrimerías del concierto. Repasaron sus dos discos casi al completo (además de un tema nuevo) con innumerables momentos álgidos; entre ellos, el blues rabioso de “250 miles”, “Deep blue sea” o “Black boot”, el rock vigoroso y psicodélico de “Hold on me” o “City lights”, y los soberbios pepinazos de “Luckydutch”, “Mistreating queen” y “Whatever happened”.

Asistir por primera vez al virtuosismo de Parker Griggs, la suficiencia de Zach Anderson y la energía de Paul Marrone provocaba una sensación que debía de ser muy parecida a la que disfrutaron los que en su momento vieron sobre un escenario a Noel Redding, Mitch Mitchell y Jimi Hendrix. Anderson daba la sensación de tocar el bajo por cubrir el expediente, cuando en realidad exprimía hasta el límite una delicia roja de Ibanez; todo lo contrario de Marrone, que sí dejaba clara una habilidad pasmosa con la que sacaba cada golpe de aquella masa de hierros y bombos; y Griggs que, arropado por sus ocho pedales, caminaba entre Hendrix, Jack White y un joven bluesman que no conoce el significado de guardar fuerzas.

Así que, al final, resulta que sí salvaron la noche.

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