Neuman – Palacio de Viana (Córdoba)
Desnudarse en público no está demasiado bien visto, a no ser que se trabaje de extra en una película de Nacho Vidal o se posea el coeficiente intelectual de un concursante de «Adán y Eva», en cuyo caso las vergüenzas dejan de lucir como tales ipso facto en relación inversamente proporcional al engorde de la cartera. Pero también hay quien hace de ese extraño y ancestral arte un axioma artístico y, aunque no llegan al límite físico de despojarse de unas vestiduras más o menos vistosas, sí alcanzan la madurez suficiente para carecer de reparo alguno cuando se trata de mostrar su arte tal y como lo trajeron al mundo, en apenas un prototipo de piel y huesos sonoros, prescindiendo de órganos no vitales y apelando a las emociones primigenias, las que nos embargan al constatar que todo es accesorio y nada permanece salvo la esencia, el origen y principio, que a la vez es el final. Todo artista que es capaz de entenderlo e interpretarlo con alma y convicción merece el máximo de los respetos, por muchos peros que alguien quiera poner a la decisión de entregar el corazón en unas cuantos minutos musicales. El que vimos hacer eso en mitad de un patio histórico que late al aliento del primer otoño cordobés sabe muy bien de qué va la cosa.
Paco Neuman es un murciano que sabe disfrutar de la música desde dentro. Lleva años haciendo todo lo posible porque sus canciones y las de su banda salgan de un coto que se reduce más a medida que las posibilidades de escape se ensanchan. En un mundo dominado por la tecnología, resulta costoso creer que aún tenga que recordar a la audiencia que en apenas un lustro ha sido capaz de grabar cinco esplendorosos álbumes y que hace tiempo que dejó de tocar algunas de sus mejores canciones porque el capricho de la mayoría y la veleta de la promoción decidieron que solo uno de ellos, el magnífico If, haya podido traspasar la barrera del ostracismo y conseguir la alabanza generalizada de pueblo y crítica. Cuenta que las melodías, las estrofas y los riffs vienen siempre después, que lo primero es lo primero, y eso es pensar en las cosas que te afectan, en lo que te hace levantarte e ir a trabajar cada mañana, abrazar a tus hijos y coger la guitarra con un mínimo de dignidad. A partir de ahí, el mundo entero puede estar a sus pies en solo tres acordes.
Asegura que ahora, en estas noches tan especiales en las que pide que le bajen el brillo a los focos y se sorprende de haber superado el aforo habitual, le apetece saltarse el orden preestablecido en la mesa de sonido para recuperar temas que tienen casi una década de vida. Dándole la vuelta completa a su reloj, cierra la actuación con «Sil fono», el tema que abría su debut discográfico Plastic heaven, y recuerda el momento en que le escribió una canción a su hija para cantar desde bien adentro «Ingrid». Lógico es que el protagonismo se lo lleven sus más recientes criaturas, por eso adapta precisa y preciosamente al formato acústico su hit «Turn it» y otro de sus más mimados frutos, «Bye fear/Hi love», que marcó el momento de despegue de una pista ya mucho más transitada. Seguro que el mismísimo Ken Stringfellow, coautor de esta brillante pieza, también la versiona por ahí con idéntico gusto e intimidad. «Jane», otra joya camuflada entre la neblina de «The family plot», su segunda entrega, llegó al tope de prestaciones en su esqueleto, y la dupla que forman «Hell» y «A crab kiss» pocas veces, ni en su apogeo grupal, sonará tan intensa como aquí. Luego están «Too pretty», «Oh no», «A branch in a forest full of love» e «If», esta última de nuevo renaciendo en otra piel, pues a su nacimiento acústico el bueno de su creador decide darle un crecimiento eléctrico sin que se resienta ni una sola línea. Así de confiado está en sus posibilidades.
Una comparecencia digna de aplauso. A media luz, casi oscurecido por voluntad propia, facilitando con su conversación el acceso a unas canciones que crecen con cada vuelta de tuerca, divagando entre el regocijo de un público insospechadamente respetuoso. A los músicos de vocación como él les suele complacer darse un baño de intimidad de vez en cuando, y cuando las condiciones acompañan, como fue el caso, a los oyentes frecuentes u ocasionales también nos encanta agradecérselo con el mismo gusto.