Vetiver – Thing of the Past (FatCat Records)
Si Devendra Banhart tiene la imagen, Andy Cabic tiene el talento. Esta es la sangrante conclusión a la que uno llega después de escuchar Thing of the Past , tercer y mejor trabajo de Cabic bajo el nombre de Vetiver. Va a resultar que el espigado guitarrista de lacia melena rubia y sombrero que comparte escenario con el autor de Niño Rojo (04) es capaz de publicar discos más centrados y mejor acabados que los últimos movimientos del entrañable (y notable compositor) Banhart.
La del disco de versiones es una carta que suele jugarse en épocas de sequía creativa o bajo el sofocante yugo del compromiso contractual y, casi sin excepción, los resultados del experimento suelen llevar al oyente más cerca del sonrojo que de la satisfacción. Nada de esto ocurre con Thing of the Past; Andy Cabic y su corrillo de sospechosos habituales han sabido llevar a su terreno unas composiciones ajenas surgidas de largas jornadas de arqueología musical en viejas tiendas de vinilos para, paradójicamente, entregar su disco más emocionante y personal. “Sleep a Million Years” de Dia Joyce fue la canción que prendió la mecha, Cabic la encontró en un mágico vinilo comprado en San Francisco por un dólar con cincuenta e ideó el proyecto. Convocó a sus músicos en un hangar de Sacramento y apareció con una lista de canciones, un tocadiscos y una maleta llena de LP’s añejos. Allí fueron tomando maravillosa forma temas como “Roll On Babe” de Derroll Adams, “Road to Ronderlin” de Ian Matthews o “Standin’” de Townes Van Zandt. Y para demostrar que aquello no era un juego de niños, se acercaron al lugar auténticos tótems del folk como Vashti Bunyan o un Michael Hurley que vuelve a poner voz a su “Blue Driver” casi cuarenta años después.
Según cuentan ellos mismos, ese afán casi enfermizo por coleccionar discos no es un acto de nostalgia y pueril escapismo sino que responde a la necesidad de compartir tesoros escondidos que quizá de otra forma acabarían perdiéndose. Una grabación tan cálida y acogedora como parece ser ese salón repleto de vinilos que aparece en la portada del álbum, toda una invitación a apagar el dichoso iPod y disfrutar, aunque sea un rato, de las cosas del pasado. Pruébenlo y no se arrepentirán.