Mumford and sons – Sigh no more (Universal / Island)
Al escuchar las primeras canciones de este disco, uno está tentado de enamorarse de él. Es pasional, grandioso y muy llamativo. Y es que la majestuosa «Sigh no more» abre magistralmente el debut de estos cuatro chicos de Londres (muy bien relacionados con Noah and The Whale, por ejemplo) que practican folk monumental y épico y que han escogido el rústico nombre de Mumford and Sons. Según avanza el disco, los temas se suceden, violentamente acompañados de enormes coros, trompetas y un sureño banjo, llevándolos a clímax impetuosos, como olas que rompen en un acantilado o lluvia torrencial que aporrea el suelo. Es de agradecer que el folk no se limite a quejicosos barbudos rasgando una guitarra o pastorales hippys cantando al cielo y a la madre tierra.
Pero, ¡ay cuando llegan las siguientes escuchas! A los chicos se les ven las costuras y lo que antes brillaba como el oro, ahora no es más que una severa falta de ideas que intentan suplir con enormes (exageradas!) dosis de dramatismo. Al llegar a «Winter winds» ya te das cuenta de que el tema es vistoso, pero no aporta nada nuevo. Ni éste, ni el siguiente. Ni el siguiente. Ni siquiera esas montañas rusas sonoras que te llevan de la sencillez de unos primeros acordes de guitarra a una brutal orquestación, llaman ya la atención: usan demasiado el truco y lo acaban desvirtuando. «Roll away your stone» es de cartón piedra, como el resto: un sonido como de barniz, unos instrumentos como de pega. Incluso la voz rota de Marcus Mumford parece impostada. Y ese banjo empieza a resultar irritante.
A partir de ahí, en las sucesivas escuchas el disco se vuelve aburrido y soso, demasiado melodramático, pero sobretodo vacío: vacío de canciones, vacío de letras (ingenuas y manidas), vacío de carácter. Y sí, «Little lion man» es un buen tema: temperamental, potente y sobretodo pegadizo. Pero no lo suficientemente extraordinario como para sustentar todo el disco en él. Y el disco suena bien, lo que es de agradecer, pero le falta sentimiento y emoción, algo imprescindible, pero que éste Sigh no more parece haber perdido por el camino de la grandilocuencia.