Wovenhand – The Threshingfloor (Glitterhouse records)
Nuestro fanático religioso preferido, David Eugene Edwards, vuelve a la carga al frente de Woven Hand con The Threshingfloor (10), haciendo uso de toda su parafernalia surgida desde las catacumbas más recónditas del Antiguo Testamento y más opaca que una sima abisal.
Consideraciones místicas aparte, y haciendo el esfuerzo, o el liviano ejercicio según se mire, de quedarnos sin más en el apartado musical -cosa que me cuesta realmente salvo que el continente de la obra sea absolutamente inapelable- hay que decir a las claras que The threshingfloor es una recuperación en toda regla del de Denver y uno de los álbumes más absorbentes y potentes del ejercicio.
Ten stones (08) puso la voz de alarma: su escasa densidad, sus cortes más directos y su pátina de rock al uso lo vulgarizaban a más no poder. Afortunadamente el disco que nos ocupa es una reacción a esto y nos devuelve a Woven hand por los páramos de antaño, como si nada hubiese ocurrido tras Mosaic (06).
Empieza a sonar “Sinking hands” y uno tiene la sensación de atravesar el mismo camino de vuelta a las oquedades del espíritu en plena noche ciega por el bosque más cerrado, sin migas que reconozcan la senda, con la intuición del pecador reincidente en redenciones vanas.
Y es sólo el principio, el tema titular, “The threshingfloor” tira de espaldas: adictivo, magmático y trepidante, se adaptará como un guante al ritual purificante que es siempre su directo. Se aprecia en él una riqueza instrumental exótica y percusiva – muy grande Ordy Garrison– que sigue presente en “A holy measure”, mantra hipnótico que continúa abstrayéndonos en un recorrido con visos de ser una de las ceremonias musicales del año a la que acudir fielmente una vez tras otra.
El aroma indio que nos hemos acostumbrado a olfatear de forma ávida nada más abrir un disco de Woven Hand y creíamos desdibujado, regresa de forma rotunda: “Raise her hands”, es el ejemplo más explícito con sus juegos vocales y forma litúrgica tribal.
¿Más argumentos necesitan? Sin problema. “His rest” es una bella tonada solemne a más no poder que me retrotrae a los gloriosos tiempos de 16 horsepower. De hecho, no hubiera desentonado para nada en esa obra maestra que es The secret south (00), un tratado irrenunciable e insobornable; “Singing grass”, único tema compuesto por Pascal Humbert, es una maravilla acústica con un sutil arreglo de cuerda que deja en ridículo a cualquier neo-folkie barbitas de nuevo cuño.
¿Se imaginan a Woven Hand versionando a New Order? Pues no lo hagan más, es un hecho. “Truth”, tema que por su hondura y bajo abre-surcos le va como anillo al dedo, suena perfecto en el universo de nuestro predicador, sustituyendo sintetizadores por acústicas. Otro momento a retener es el coqueteo con el folklore de Europa del Este que es “Terre Haute”, con esa flauta Húngara, aportando un paso más en esa policromía cultural que define paso a paso su obra. Como para aflojar un poco el trayecto exigente y jugosamente lacerante, The threshingfloor se cierra con un tema liviano, “Denver city”, poco más que un chupito de hierbas tras haberte comido un búfalo a bocados.
El disco definitivo para que suene por los megáfonos del papamóvil para acojonar o despertar del letargo vital a los boy-scouts de campamento de verano que reciben al pontífice en sus visitas.