Fleet Foxes – Helplessness Blues (Bella Union/Nuevos Medios)
A veces me da la sensación que, ante ciertas críticas, se predispone la actitud hacia la obra a reseñar por la trascendencia que se le supone. Ante la reválida de la última banda santificada por público y prensa musical, Fleet Foxes, intentaré que en manera alguna sea así.
Bien sabemos lo necesitados que estamos en esta época esclava de la inmediatez y la futilidad de artistas con la capacidad de trascender, de perdurar más allá del bien de consumo en que se ha convertido el arte; con el debut homónimo de Fleet Foxes, parece como si por unanimidad, el mundo hubiera encontrado la obra que nos salvara de la convulsión efervescente musical.
Y, bueno, no negaré que su folk evolucionado con ecos a grandes popes como Donovan o Neil Young, ungido de la alquimia pop heredera del universo Beach Boys, dio como resultado un trabajo bello y que, más allá de interesar a los que nos estremecemos con el cancionero de Nick Drake o Gram Parsons, convertía a los barbudos en el referente “folkie” de, hablo desde la más estricta experiencia, público adicto a la ketamina en clubs de moda, a las revistas de tendencias de buen gramaje y poseedor de algún smartphone petado de música incapaz de enjuiciar.
No sólo Fleet Foxes, la “tristeza arciana” que exudaba la cabaña de Bon Iver o el espíritu de Elliot Smith (por dios, ¿alguien le hizo el caso que merecía en vida?), engloban lo que me permito definir tiempo ha como folk para Partidos Humanistas y que ustedes llaman pastoral, indie folk o todas esas etiquetas amables. Nadie duda de la importancia actual del género, tanta que ha llevado a coquetear con él a bandas tan prometedoras como Band of Horses o Grand Archives y, fruto de lo cual, mostrar una flaccidez impropia en sus respectivos últimos discos.
Sí, hablo de esa misma cadencia sonora de jersey de punto holgado que se convirtió en harakiri del otrora enorme Devendra Banhart o que alcanza unos límites tan irritantes de autocomplacencia como en el trabajo último de Vetiver, The errant charm (11).
Esos son sus héroes y ese es el contexto en que se agitan. Y ya hincándole el diente a Helplessness blues (11), decir que los de Seattle han pergeñado un artefacto donde el concepto, el ambiente general del conjunto gana a los puntos a las canciones; es cierto que el tema titular, “Helplessness blues”, está entre lo más certero y musculado que han grabado nunca, o que con “Battery kinze” tendrán su nuevo himno para hornear huevos de chocolate en el próximo Día de Acción de Gracias.
Pero la sensación que destilan las escuchas sucesivas, son las de estar ante un disco intrincado, repleto de detalles, que requiere una participación activa del oyente, una implicación que permita introducirse en un viaje que navega en texturas progresivas causantes de haber torcido el gesto a algunos de sus acólitos pretéritos; ahí están si no temas como “The plains / bitter dance” que, con un poco de suerte, ahora que estamos en los tiempos donde Houellebecq nos convenció del fin de la historia, pudiera provocar el regreso de Talk Talk interpretando de cabo a rabo el Spirit of Eden (88).
Vayan pidiéndolo en un grupo de Facebook, ¿no?
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