ConciertosCrónicas

Rosalía & Raül Refree (Palacio De Viana) Córdoba 30/09/17

Las Noches Eclécticas del Palacio de Viana traían a Córdoba por primera vez a una de las nuevas voces del flamenco (¿o no es lo suyo estrictamente flamenco?), una jovencísima artista de apenas veintitrés años a la que apadrina el últimamente prolífico Raül Refree, uno de los más reputados productores nacionales de pop indie (¿o deberíamos decir pop a secas?) que la acompaña también en directo. Voz y guitarra acústica, ni siquiera flamenca, para dar forma y de alguna manera formatear los preceptos de una música ancestral que despega en su concepción hacia rincones insospechados e igualmente emocionantes. Rosalía, una artista total en ciernes que ya ha actuado en prestigiosos festivales, incluido el Primavera Sound, y colaborado con nombres tan solventes como La Fura dels Baus o Juan Gómez “Chicuelo”, sostiene el repertorio clásico de su sobresaliente primer disco Los Ángeles, con sobriedad y energía dosificada a lo largo de un concierto de corte íntimo y exigente.

Comenzando con el lamento de “Si tú supieras compañero”, sin los violines de la grabación como fondo, el rasgueo de la guitarra de Refree presagia que la cosa puede gustar tanto a los puristas predispuestos al presunto sacrilegio como a los escépticos a los que mueve poco más que la curiosidad. Sin palos ni lastres por el camino de lo políticamente correcto en las inabarcables aguas del flamenco, hay que tener arrestos para acometer piezas de tan profundo calado como “Por mi puerta no lo pasen”, escalofriante tonada mortuoria al amor perdido, sin que tiemble la garganta más que para tomar aliento y llegar al tono más profundo. Rosalía empalma versos de diversa procedencia y los unifica con su tono evanescente, sin desfallecer ni un segundo en su traje granate, vestida para la gran ocasión de demostrar todo su arte en poco más de una hora. Y lo más importante es que lo hace con un acompañamiento tan crudo como esforzado, en el que apenas se nota que el “tocaor” no es ni de lejos un especialista en estas lides y no pasa de ser un esforzado aprendiz metido en una piel ajena que se le pega como un guante para adquirir una textura extraña y seductora. Hacía tiempo que unas canciones conocidas en voces vetustas y heredadas de la tradición popular que mantenía a nuestras abuelas y madres pegadas a la radio o al programa de variedades de turno no nos resultaban tan cercanas, tan propias a las heridas que casi habíamos olvidado que sufrimos. Hay que oír “Catalina”, la guajira en honor a la tierra añorada de Cuba “Te venero” y “La hija de Juan Simón”, con su timbre de milonga, para saber que siempre las tuvimos ahí aunque no les hayamos prestado la atención debida.

Silencio absoluto en el suspiro entrecortado de “Por castigarme tan fuerte”, en la lúgubre “Nos quedamos solitos”, en esa fecha fatídica del “Día 14 de abril”, con una dulzura subyugante en la voz de una mujer demasiado joven para disfrazarse de dama desarmada por la vida y la muerte. De ahí su grandeza. Habría sido demasiado pedir que terminara por enamorarnos a todos con la fantástica apropiación de “I see a darkness” del no menos fantástico Bonnie “Prince” Billy con la que cierra su disco, pero a cambio nos trajo una sorpresa titulada “Que nadie vaya a llorar” a la memoria inmortal del gran Manuel Molina, con la que se levantaba de nuevo y nos hacía levantar para despedir un rato de sentimientos compartidos y de rendición absoluta ante el nacimiento de una nueva estrella. Hasta el contraste con la indumentaria oscura y los zapatos blancos de Refree resulta perfect0 para decir adiós.

Un hasta la próxima más bien. Nos habían intentado poner sobre aviso acerca de la merma en directo de las virtudes de los temas grabados en el estudio, pero después de ver y oír lo visto y oído, somos nosotros los que advertimos a los no conversos (aún): Rosalía es un volcán, contenido y escueto cuando conviene, y el proyecto que ha decidido sacar adelante es tan apasionante como arriesgado. Hay demasiadas nuevas voces en esto del flamenco, nuevo o viejo, pero la suya va a perdurar. Tiempo al tiempo.

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