Coque Malla (Gran Teatro) Córdoba 04/07/22
El concepto de divo puede y debe tener varias acepciones, y no todas se ajustan a la idea que tradicionalmente se tiene del mismo. Deben reunirse las condiciones adecuadas y reunir ciertas características para que dicha etiqueta tenga sentido y se reafirme en la persona merecedora de la misma. Coque Malla, una leyenda por derecho del rock en español, eleva su esbelta figura desde la escasa estatura física a la inalcanzable expansión artística en un par de horas de concierto eléctrico, acústico, sentimental, intenso, y todos los adjetivos que se quieran añadir a un show inclasificable y demoledor. Porque el aire de divo no va solo implícito en su porte textil, aliñado con una camisa blanca muy en la onda glam que tan bien le sienta y el chaleco a juego con los pantalones de roquero clásico, para cumplir con la parte estética y no salirse demasiado del guión que se le supone. En el lado musical son varias las manos ganadoras, previstas con antelación tras colgar el cartel de sold out varios días antes de subirse al escenario del Gran Teatro de Córdoba. El Festival de la Guitarra hoy es una mera etiqueta, o una excusa si se quiere para disfrutar de un ciclo de conciertos donde lo que prima es la apuesta, con más o menos riesgo, por espectáculos a la altura de unas expectativas a las que ya nadie se ciñe.
La garantía que ofrecen los dos últimos discos de Coque Malla, el magnífico El Último Hombre En La Tierra y el más lúdico pero igualmente valioso ¿Revolución?, era aval suficiente para que el reencuentro con uno de los frontmen más versátiles de la escena se presintiera satisfactorio. A «La mujer sin llave» con la que se sube en el pequeño pedestal al fondo del escenario le suceden himnos de autoafirmación universal como «Solo queda música», olas de reivindicación roquera en «Abróchate» y «Escúchame» y mensajes de bienvenida a una ciudad que ni él mismo recuerda cuándo lo acogió por penúltima vez. Tan seguro anda de sus poderes que no deja para el final, como era de esperar, la manoseada «No puedo vivir sin ti», sino que la intercala entre aproximaciones a la spoken word en «La carta» (eterno homenaje a su fallecida madre y una de las mejores letras que ha interpretado nunca), recopilaciones emocionales y sonoras en «La señal» y la interpelación a sí mismo antes que a nadie de «¿Estás vivo?». Es obvio que en las distancias cortas, como cantándote al oído, Malla es igual de eficaz que cuando dirige sus guitarrazos a las plateas y anfiteatros con mirada desafiante. Por eso «Me dejó marchar» se erige como uno de los pilares de su repertorio actual, y «Una sola vez» es presentada como el signo inequívoco de que la nostalgia es un tiempo perdido para cualquier músico que crea, como él, que en la creación y en las canciones nuevas está el futuro. Y también por razones parecidas se agencia una banqueta –»¿pero qué cojones hace este tipo, no solo no toca ningún tema de los Ronaldos sino que además se atreve a tocar sentado?«, cuenta que fueron las palabras del hater de turno tras asistir a uno de sus conciertos en solitario- para desgranar un «Berlín» descomunal en su balanceo próximo al swing, volver a ser «El último hombre en la tierra» capaz de reinventarse como ha hecho en varias ocasiones y darle cancha a su pasión por la música mexicana en «Hace tiempo», trastocándose en un cantante ebrio que acaba cantando a capella sus cuitas de desamor, con el bajista Héctor Rojo y el guitarrista Amable Rodríguez como improvisados mariachis etílicos. Mientras, Gabriel Marijuán en la batería y David Lads en los teclados van provocando el gran arrebato nostálgico de la noche para enlazar «Adiós papá», «Guárdalo» y «Por las noches» aun cuando su líder insiste en que no se puede vivir del pasado. No es una concesión, es otra de las muchas capas de su piel sonora y parte esencial de su vida artística. Luego, cuando afina para despedirse y decirnos que «Hasta el final» hay que seguir dando guerra y demostrando que te has ganado a pulso todo lo que tienes, sabemos que aún se guarda algún que otro naipe bajo la chaqueta con la que empezó el concierto con el que dar el vuelco final. Y así es.
Baila, incita al baile, se contonea, se pone y se vuelve a quitar el pañuelo, presenta de nuevo a la banda y maneja el tempo funk de «Un lazo rojo, un agujero» como un verdadero experto en la materia, después de haberse arrimado a «El árbol», otro de los más recientes refugios que ha construido con el mimo habitual. Se va con todo el teatro puesto en pie, estrechando manos y alargando brazos en señal de triunfo absoluto. Habrá más estrellas, pero no brillan tanto. Oiremos hablar de más divos, pero nunca serán tan nuestros. Coque Malla es un músico con una sensibilidad especial, y ni él mismo apostaría hace apenas unos años por llenar recintos tan prestigiosos y sentir que tu música es tan apreciada por tanta gente. Sin duda, un astronauta más, o un escéptico menos. Así es como se ponen las cosas en su sitio.
(las fotos son obra de Raisa McCartney)