Gorillaz – Cracker Island (Parlophone Records)
¿Quién nos iba a decir que Gorillaz terminaría ocupando más años de carrera a Damon Albarn que Blur? Que lo que parecía un pasatiempo previo a Think Tank (2003) y a finiquitar a su banda de toda la vida acabaría siendo el grupo que probablemente aparezca en primer lugar cuando se haga un balance completo de su obra…
No es necesario que hagamos un repaso de las mil y una facetas del inquieto artista londinense, que ya ha tiene méritos suficientes para pasar a la historia y lleva varias cuadras de distancia a la mayoría de compañeros de generación. El britpop murió en 1997 (¿verdad Liam Gallagher?) y desde entonces la obsesión de Albarn ha sido ser y mantenerse como un músico ajeno a la nostalgia y el revivalismo, que encontró cobijo en proyectos mutantes como Gorillaz, que si bien partía de ese rollo tan noventas de invitar a diferentes colaboradores a sus composiciones, mantiene en ellas su innegable capacidad para crear grandes melodías pop e ir siempre un paso más allá.
Su ya octavo disco, Cracker Island, no ofrece grandes sorpresas, pero es el más cohesionado y conciso desde Plastic Beach (2010). Deja a un lado experimentos como Song Machine: Season One (2020) o la dispersión del excesivo Humaz (2017), y puede presumir de contener sus mejores canciones en mucho tiempo. Ahí están la cabalgada de «Cracker Island» junto a Thundercat, la bailable «Silent Running» con la compañía de su habitual Adeleye Omotayo o la sedosa «Baby Queen». Es imposible no dejarse atrapar por «New Gold» con Tame Impala y Bootie Brown de The Pharcyde gracias al pegadizo gancho vocal de Kevin Parker, aplaudir la perfecta cohesión de «Oil» con la inmensa Stevie Nicks o caer rendidos ante el despegue de la brillante «Skinny Ape».
Todo cabe en un disco con aroma a Costa Este y sobre los peligros de estar hiperconectado y el acecho del metaverso, en el que la la paleta se amplía yendo más allá de sus habituales incursiones en el hip-hop, el dub, el funk o el jazz, sumando ahora el reggaeton con la participación de Bad Bunny en esa «Tormenta» en la que el puertorriqueño fusiona sus conocidos dejes, con los de la banda virtual. Completa el conjunto el toque ensoñador de «Posession Island» junto Beck.
Albarn vuelve a salir triunfador demostrando que no solo es un músico ligado al presente, sino que aún tiene mucho con lo que sorprendernos a pesar del largo camino recorrido.
Estoy de acuerdo con la excelente reseña que firma Manuel Pinazo.
El mejor disco de Gorillaz desde «Plastic Beach», opino yo.
Buen criterio Manuel.