The New Raemon & McEnroe – Nuevos Bosques (Cielos Estrellados)
Cuando dentro de muchos años se recuerde la aportación de Ramón Rodríguez y Ricardo Lezón a nuestra música, se destacará por encima de todo su capacidad para emocionar. Las impecables discografías de McEnroe y The New Raemon quedarán ahí como testimonio de unas carreras que aunque diferentes, convergen en lo esencial: su integridad y esa pasión con la que afrontan cada nuevo paso, convirtiéndolo en algo único y tremendamente especial.
Si ya en 2016 se unían en el notable Lluvia y Truenos (Subterfuge), en Nuevos Bosques amplifican intenciones, minutaje -el disco es doble- e intensidad. Mantienen la alternancia de roles, cantando por turnos o de manera conjunta, pero suman nuevos registros. Si en aquél los músicos de ambos proyectos se fundían, aquí juegan en casa de Ramón, que ha compuesto 11 de las 16 canciones, lo ha coproducido junto a Jordi Solans y ha aportado su más cercano equipo formado por Leia Rodríguez, Ricky Lavado y Marc Clos, aparte de su amigo común David Cordero.
Como me comentaba en la última entrevista que mantuvimos, el álbum parte de poemas de Ricardo, esos que ha ido dejando en Extraña forma de vivir (2014), Los minúsculos latidos (2016) y El corazón es un combustible peligroso (2021), que él ha musicado y creado los arreglos, y han terminado de dar forma entre los dos. El resultado es uno de los trabajos más bellos de lo que llevamos de año. Una obra en la que los modos de ambos se entrelazan con aún más tino que en su antecesor, dejándonos algunas canciones que compiten con lo mejor del repertorio de cada uno. La lírica de Ricardo está ahí, pero Ramón es capaz de llevársela a su terreno al cantarlas. El estilo de uno y otro se respira, pero consiguen conformar un envoltorio tan bien integrado, que todo tiene sentido.
Los adelantos que hemos ido conociendo los últimos meses vaticinaban el valor del conjunto, desde la ternura costumbrista de esa «Café en Pomona», a la delicada «Niño aún»; de la mágica conjunción de «El Saltillo», a la fuerza arrebatadora de esa «Amor mío» sobre amor y ansiedad. Descubrir el puzzle al completo nos trae tesoros como el slowcore pausado de «Camino verde», cimas como la tremenda «Sombra (Helicon)» o la desgarrada «Todos los días son ayer», y sorpresas como la pulsión electrónica de «Viernes noche».
Una vez Ricardo me dijo que a él le parecía más importante hacer música de la que sentirse orgulloso, que el simple hecho de vivir de ella. A Ramón se le iluminan los ojos al hablar de la sensación que le produce componer, una hiperactividad que para nada está reñida con el exquisito cuidado que aporta a cada entrega. Nunca venderán millones de discos. No lo pretenden. Sus canciones perdurarán y eso es lo importante.