Bombino (Sala Villanos) Madrid 12/11/24
Muy pocos conciertos me han dejado tan sorprendido como el que ofreció Bombino el pasado 12 de noviembre en la Sala Villanos. Probablemente uno de los mejores directos que he podido presenciar. Ya hace unos meses, cuando publiqué Atlas de Sonidos Remotos, realicé un extenso reportaje sobre el rock tuareg y las músicas de la cultura bereber, explorando cómo el sonido tradicional del Sahara y el Sahel fue alterado e influenciado por la introducción de guitarras eléctricas décadas atrás, en manos de pioneros como Tinariwen. Pero una cosa es escribirlo en papel o escuchar un álbum con tus auriculares mientras acudes al trabajo, y otra muy distinta es vivirlo en carne propia.
Hay algo inconfundible en la música de Bombino que conecta directamente con el blues, como si sus composiciones brotaran de la misma fuente emotiva y efusiva. El paralelismo es tentador: ambos géneros nacen del dolor, la resistencia y la historia oral de sus pueblos. Sin embargo, lo que más me sorprendió, al menos en esta ocasión, no fue de dónde beben sus influencias, sino cómo se materializan en directo. En el escenario, Bombino genera un hechizo hipnótico que me recordó a la experiencia que vivió Brian Jones al escuchar a The Master Musicians of Jajouka en los años sesenta por primera vez: una mezcla de asombro y desconcierto, una sensación de estar presenciando algo primigenio y a la vez profundamente humano.
Durante más de dos horas, Bombino y su banda nos sumergieron en un trance. Los riffs repetitivos y punzantes de su guitarra oscilaban entre lo abrasivo y lo envolvente, creando un paisaje sonoro que diluye la noción del tiempo. Es fácil perderse en esta corriente, donde las canciones se funden unas con otras, sin un principio ni un final evidente. Si conectas con esta forma de presentación, te verás arrastrado por una necesidad visceral de moverte, casi como una liberación inconsciente que solo termina cuando el propio músico decide concluir. No sabrás cuándo comienza un tema ni cuándo acaba; la única guía es la cadencia que marca la banda.
La batería de Corey Wilhel, casi siempre en contrapunto, con su ritmo evocando el galope de un caballo, el bajo continuo de Youba Dia y la guitarra rítmica de Kawisan Mohammed conforman una base sonora imprescindible. Sobre esta base, Bombino despliega toda su maestría a las seis cuerdas, explorando cada rincón de la escala pentatónica. Ahora entiendo por qué es considerado como uno de los mejores guitarristas del mundo.
Si no consigues conectar, es probable que el concierto te sorprenda al inicio, pero con el tiempo pueda volverse monótono. La experiencia más cercana que puedo imaginar para compararlo con algo más “occidental” sería la de un set de techno por su carácter repetitivo y por su manera de introducir al oyente en este mundo, pero con una diferencia fundamental: aquí todo es orgánico. No hay loops ni secuencias pregrabadas; cada sonido nace de los dedos, las cuerdas y la piel de los músicos, generando un diálogo continuo. Y, por supuesto, en este diálogo eres tú quien decide si introducirse o no. Sin embargo, y esto es completamente cierto, no depende únicamente de ti, sino también de la disposición con la que hayas acudido al concierto o incluso del propio publico o la sala. Por suerte, en este concierto todos las variables coincidieron para que fuera único.
A nivel historiográfico, y no por ello menos interesante, la historia de Bombino es tan fascinante como su música. Creció en los campamentos de refugiados de Níger, aprendiendo a tocar la guitarra de manera autodidacta mientras huía con su familia de los conflictos armados. Su estilo llegó a oídos internacionales gracias a un documental sobre las tribus kel tamasheq producido por Ron Wyman en 2009. Wyman fue también quien lanzó su primer álbum en solitario, Agadez (2011). Su éxito internacional explotó con Nomad (2013), producido por Dan Auerbach de The Black Keys. Desde entonces, Bombino ha recorrido el mundo, guitarra en mano, llegando a ser nominado al Grammy por su disco Deran (2018). En su gira por España, en Madrid y Barcelona respectivamente, presentó Sahel (2023), su último álbum. Un disco compuesto de diez temas que captura la compleja realidad de la región, combinando elementos políticos y personales, y reflejando la resistencia y el desarraigo de los tuareg.
El concierto en la Sala Villanos comenzó pasadas las 21:20, con un ligero retraso que pareció anticipar la atmósfera improvisada del espectáculo. A pesar de las barreras idiomáticas, con el francés como lengua vehicular para dirigirse al público, todas las canciones fueron interpretadas en tamasheq, el idioma de los tuareg. La actuación arrancó de forma accidentada, con problemas técnicos en la guitarra acústica, utilizada solo en el primer tema. Lejos de dejarse intimidar, Bombino optó por tocarla sin amplificación, bajo un silencio absoluto del público, acompañado únicamente por el tende, un instrumento de percusión tradicional, y otros elementos rítmicos que solo fueron utilizados en esta ocasión.
A pesar de los problemas iniciales, el concierto avanzó con más de veinte composiciones, aunque sin un setlist predefinido. Dependiendo del ánimo de la sala, la banda improvisaba, explorando diferentes temas y estilos. Por supuesto, no faltaron algunos de sus temas más icónicos como “Amidinine” o “Tamiditine”, así como canciones de su nuevo álbum como “Tazidert” o “Ayo Nigla”. Aun así, el enfoque fue siempre más instrumental que vocal, con largos pasajes de guitarra que desdibujaban los límites entre una canción y otra.
El público, entregado sobre todo a partir de la quinta composición, parecía compartir el trance colectivo que invadía la sala. Una conexión casi tangible se forjó entre los asistentes y la banda, creando una atmósfera de comunión perfecta. Cuando finalmente sonaron los últimos acordes, después de más de dos horas, la ovación fue unánime. El concierto fue una experiencia impredecible, de esas que permanecen en la memoria. Por fortuna, a principios de diciembre, Mdou Moctar, otro gran referente del rock tuareg, traerá su música a España. Una nueva oportunidad para adentrarme en un universo sonoro que, aunque parece lejano, cobra una cercanía casi palpable cuando se vive en directo.
Foto Bombino: Víctor Terrazas