Leo Mateos (Sala Siroco) Madrid 26/06/21

Si existe un grupo nacional que añore por encima de cualquiera cosa, ellos son Nudozurdo. Una banda incómoda en el mejor de los sentidos por indomable, sincera y por dibujar nuestros miedos y fantasmas con una nitidez espeluznante.

Es por ello que disfrutar del show acústico de Leo Mateos, alma máter de la extinta formación madrileña, era una oportunidad única de invocar su espíritu mientras saciábamos nuestra curiosidad ante el que será su debut en solitario, Demasiado bellos para ser esclavos (21).

Y la conclusión tras el show matinal no pudo ser más concluyente para quien les escribe: Leo Mateos es la materialización personal más nítida del mayor talento vivo de lo que una vez se llamó escena independiente; una denominación que en la figura de nuestro protagonista adquiere una dosis de verdad incuestionable.

Es cierto que el formato no era fácilmente emparentable con el clima tenso y obsesivo de su cancionero. Sólo a través de aquel Acústico (13) nos habíamos acercado a algo así, si bien mucho más abrigado en su concepción.

Armado exclusivamente de una acústica y la colaboración puntual a las voces de Nieves Lázaro, ofreciendo un contrapunto vocal magnético y extraordinariamente acoplado, Leo Mateos nos ofreció una actuación brillante, sentida y conmovedora. Alternó temas propios que adelantan un disco realmente prometedor: atención primordial a la próxima “Angélica”, con una letra ácida sobre los tiempos y modos de la gente moderna inconmensurable, la letanía de “Mensajeros del miedo” o lo bien que funcionó adaptada al acústico su ya conocida “Soy una trampa”.

Mateos alternó su nuevo cancionero –sin que se resintiese prácticamente– con clásicos no tan obvios de Nudozurdo. Impresionantes los rescates de “Chicopromo”, la devastadora “Conocí el amor” y “Kamikaze”, con la curiosa anécdota de cómo inconscientemente la melodía de Laura Palmer se había colado en su concepción.

Para el final guardó dos de los mayores clásicos de la banda madre: “Mil espejos”, preciosamente defendida, y “Úrsula, hay nieve en casa”, tan frágil, quebradiza y bella como siempre.

Leo Mateos ya había posicionado este pequeño milagro cotidiano desde el inicio, celebrando su puesta de largo en solitario y anunciando lo que era también en sus palabras “un gran día en las calles”. Aquel que no sepa o valore por qué, no merece ni siquiera vivir este tipo de experiencias que acercan a la esencia misma de existir justificando su más primigenio sentido.

 

 

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