Rosalía – LUX (Columbia)
Dos comentarios recurrentes vinieron a mi mente en las primeras escuchas de LUX. Habían pasado unas pocas semanas desde la publicación de El Mal Querer (2018), cuando Rosalía se presentó en los Goya con una epatante versión del “Me quedo contigo” de los Chunguitos con la compañía del Cor Jove de l’Orfeó Catalá. El clamor popular fue unánime: “con lo bien que canta esta chica para qué hará cosas como el ‘Malamente’”. ¡Tra Tra!, podríamos añadir a ese pensamiento general después de ver el peso que tuvo el disco, y la influencia sobre cientos de artistas que más allá de esa “apropiación cultural”, han querido imitarla desde entonces sin siquiera rozarla.
Algo después de ese El Mal Querer, recordemos Trabajo de Fin de Grado en la Escuela Superior de Música de Cataluña de la alumna Rosalía Vila Tobella, llegó MOTOMAMI (2022): enrevesado álbum que subvertía las jerarquías del pop contemporáneo mediante una hibridación radical de géneros. Un elepé que desarmaba cualquier ejercicio estilístico establecido y redefinía el reguetón, la bachata, el flamenco, el pop experimental o la electrónica más abrasiva. Todo un fenómeno global. El comentario en este caso fue: “No lleva músicos en el escenario, solo bailarines”.
LUX podría parecer una respuesta a ambas cosas, pero sus motivaciones son bastante más profundas y arrancan de esa idea impulsada por Leonard Cohen de que “hay una grieta en todo, así es como entra la luz”. Esa noción de imperfección luminosa es la que atraviesa un disco que es toda una reconciliación con la forma, tras la deconstrucción radical de MOTOMAMI. «Si MOTOMAMI era minimalismo, LUX es maximalismo y brutalismo», pero también un ejercicio de contención que busca no solo llevar las canciones hasta el final, sino dejarlas como un elemento de constante búsqueda. Un diálogo entre la música sacra, la tradición y la experimentación, que se inspira textos de autoras feministas como Chris Kraus o místicas como Simone Weil, y además desacraliza la religión asomándose a obras de monjas poetisas, a la vida de Santa Clara y San Francisco de Asís o hagiografías varias.
Una propuesta tan ambiciosa e innovadora, que tendrá que pasar tiempo para que seamos capaces de entenderla y valorarla en condiciones. Si en los tres minutos que contenía “Berghain” pasaban tantas cosas, imagínense en la hora que contiene sus 15 canciones (18 en su edición física). Y es que la cuarta entrega de Rosalía es un desafío en tiempos de simplismo, scroll continuo y la dictadura del algoritmo. Todo un prodigio que rehúye la lógica del single o el hit, reclamando una escucha activa y una continuidad casi sinfónica. Su complejidad y esa manera de fundir lo barroco y la vanguardia, queda bastante lejos del artificio y la boutade y se acerca más al compromiso artístico.
Obra multilingüe en cuatro movimientos con la omnipresencia de la London Symphony Orchestra, que mezcla sus mil y una influencias con una audacia sorprendente. Una exploración sonora que articula lo cotidiano y lo trascendente mediante una sobreposición de códigos. Baste escuchar prodigios como esa “Berghain” con la compañía de Björk e Yves Tumor, una demolición del pop convencional a base de zarandeos operísticos, cuerdas y metales a lo Wagner y electrónica etérea; esa pirueta arriesgada que es «Porcelana», puente con su disco anterior que aúna el latín con el japonés y el trap orquestado; el hip-hop de “Novia Robot” o una “Divinize” que es puro art-pop.
Cada corte de LUX es un mundo en sí mismo abierto a sorprender en cualquier momento. Lo mismo te arrebata en la épica y operística “Mio Cristo Piange Diamante” donde se filtra el lirismo italiano, que te desarma en las melódicas “Dios Es un Stalker”, «La Yugular» y la maravillosa «Jeanne», con esos arreglos tan personales. La conexión con nuestra tradición asoma en «La Rumba del Perdón», con la compañía de referentes de altura como Estrella Morente y Sílvia Pérez Cruz, que se unen a Rosalía en un romance creciente y algo canalla. Por no hablar de los aires copleros de “Nuevo mundo”, un registro que descolocará a más de uno.
Como decimos, no es un disco nada complaciente, lo más más parecido a un single podría ser «La Perla», a medio camino entre el vals y la ranchera, con la compañía de los estandartes del sierreño urbano Yahritza y su Esencia, todo un empoderado himno que dará de hablar. Tampoco queremos obviar el precioso fado «Memória» junto a la portuguesa Carminho, toda una confesión sobre la identidad y el olvido, ni el cierre de esa despedida del mundo que es “Magnolias”, «Lo que no hice en vida, lo hacéis en mi muerte», un réquiem casi místico que culmina una obra maestra sobre identidad, tradición, modernidad y espiritualidad.
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