Azkena Rock Festival 2015 – Recinto Mendizabala (Vitoria-Gasteiz)
Raúl del Olmo
La edición 2015 de Azkena Rock Festival aseguraba, por encima de todo, una variedad y una coherencia en su cartel difícilmente mejorable. Por un lado, eran muchas las propuestas del más diverso pelaje: desde el clasicismo de ZZ Top al metal progresivo de Mastodon, pasando por el seminal grunge de L7 y llegando hasta el inclasificable ritual escénico de WovenHand. Y lo mismo que menciono estas bandas, podría hacerlo con otras.
Este rico espectro, y ahí viene lo de la coherencia, se construía sobre un montante afín al espíritu de público y festival. En definitiva, una muestra más de que quien entienda el rock desde la perspectiva más universal y pasional sabe que la cita vitoriana es la más indiscutible dentro del panorama festivalero estatal.
VIERNES 19 DE JUNIO
Raúl del Olmo
El viernes se despertó Vitoria amenazante de nubes y algo de frío. Pero, al final, hizo un tiempo perfecto para disfrutar de la excitante primera jornada de festival. Día para reencuentros memorables como serían los de D-Generation y L7 o para constatar el espíritu incombustible de bandas como Television -aquí me atrevería ya a catalogarlo de inmortal- o ZZ Top.
El primer momento importante de la tarde sería comprobar el estado de forma en el que se encontraban The Dubrovniks, banda australiana -bastante ninguneada, por cierto- formada a finales de los ochenta que bascula entre el hard rock y el power pop. No diré nada nuevo si digo que el tiempo no perdona. A nadie, lo que ocurre es que no con todo el mundo tiene la misma indulgencia.
En el caso de The Dubrovniks, la verdad es que se ha cebado de más. No sólo ya la puesta en escena parecía algo artrítica, sino que la actitud y la energía transmitida, pese al empeño indiscutible de algún miembro de la banda, resultaban pobres. Aun así, las principales joyas de dos discos muy a reivindicar, Audio Sonic Love Affair (90) y Chrome (92), píldoras infalibles de melodías y frescor como «She got no love» o «French revolution» nos fueron metiendo muy adecuadamente en calor.
Y después de disfrutar con JD McPherson de una ración clásica de rock and roll en el escenario BB King en la que primó el oficio y la elegancia, tocaba ocupar la primera fila para recibir el vendaval esquizofrénico del punk rock agresivo a la par que sensible de D-Generation. Los de N.Y. ya demostraron hace casi cuatro años en una edición de Turbo-Rock su impoluto calambre escénico, especialmente Jess Malin.
Si bien sus discos siguen dejándonos en tierra de nadie, abusando de su faceta más intimista de manera fallida, como front man de su banda madre demuestra que no tiene rival sobre las tablas. Entregado, vibrante, comunicativo…un animal escénico, vaya, y sus fieles acompañantes, versátiles y dispuestos a dar lo mejor de sí mismos. Quizá no fue lo más acertado llegar a incluir tres canciones nuevas, sobre todo empezar con una el concierto sin conocerla nadie y con las ganas del público por recibir un puñetazo sónico desde el minuto uno.
Pero el concierto fue sobresaliente, de menos a más, fue alcanzando temperatura y en su recta final, donde se reservaron varias de sus más afiladas composiciones de esa joya que es No lunch (96). «Scorch», y muy, muy especialmente la dupla con que cerraron su show, «Frankie» y «No way out», fueron, sin género de duda, el momento más desatado y adrenalítico de todo el festival. Canciones para perdedores, para ratas de ciudad, que, lejos de mirar al suelo, enarbolan muy alta la mirada desafiante del que no tiene miedo a volverse a equivocar una vez más con todo. Eso sí, reconozcamos que nos jodió su solapamiento con The White Buffalo, quizá el más duro de ambas jornadas.
Otra cita inexcusable, y eso que ya pude disfrutarla hace diez años en este mismo lugar, pero distinto escenario, era la de ver a Television interpretando su mítico Marquee Moon (77). Poco que añadir a estas alturas de la importancia, repercusión y calidad de esa obra maestra, pero lo que sí resulta escalofriante es comprobar como, tras estos diez años, Tom Verlaine y los suyos están aún más engrasados. Tremendo descubrir como a su edad interpretan con semejante plasticidad y precisión, a la vez que sin una gota de sobre-esfuerzo alguno, cada tema. Un gusto disfrutar canciones memorables con semejante limpieza y buen gusto: el pulso excitantemente abrupto de «Friction», la belleza extraña de «Venus» o la apoteosis de guitarra final de «Marquee Moon» fueron otros deliciosos momentos con los que alimentar nuestra experiencia Azkena de este año.
Como delicioso, y completamente inesperado, fue que mi concierto preferido del día lo confeccionara la exhibición portentosa y soberbia que Black Mountain dieron encima de las tablas. Muy centrados en el aroma spacey y psicodélico de su debut homónimo, los canadienses tejieron un concierto de texturas y atmósferas, donde las jams y los mantras sónicos se impusieron sobre las propias canciones, si bien es cierto que destacó infalible la poderosa «Wucan». Sugerentes, confiados y etéreos, Black Mountain alcanzaron una calidad de sonido y plasmación del mismo muy pocas veces visto por estos lares. Triunfales.
Era tiempo para ZZ Top, la única banda del mundo que, triste o no, es más conocida por sus barbas que por sus canciones. Los de Texas dieron ni más ni menos que lo que se puede esperar de ellos: blues, rock, boogie y un buen rato de canciones clásicas. Eso sí, tras lo vivido antes y lo que nos esperaba, por mucho cabeza de cartel que fuera, no era ni mi plaza, ni lo que será más recordado de aquel día.
Lo que lo será, y de qué forma, es el despliegue escénico de L7. Antes de arrancar el cuarteto de riot girls más famoso e importante del mundo, el clima que se vivía en las primeras filas era el de las grandes ocasiones: un público expectante, lleno de supervivientes grunges y chicas afines a la militancia femenina explosiva de Donita Sparks y las suyas.
Tuvieron todo: la actitud, las canciones, el público, el horario… pero, por desgracia, les falto lo primordial: el sonido. Malo no, malísimo -lo de «Andres» ya fue de traca-. Las voces no se escuchaban nada, especialmente sangrante en el caso del micrófono de la histriónica voz de Suzi Gardner. Y todo sonaba apelmazado y guarro.
Quizá, en el fondo es como tenía que sonar porque, por encima del sonido, refulgió el nervio y el espíritu de una cancionero irrepetible, puro grumo y grano noventero y consiguieron los mejores y más sanos bailes, contoneos y amagos de pogo de todo el festival. Tan infalibles al sonar arrastradas («Diet Pill») como urgentes («Shove»), L7 hicieron gala de un magnetismo – mención especial a la elástica y alocada manera de tocar de Jennifer Finch– y brutalidad refinada inapelables, sobre todo en un combustionado fin de trayecto con pepinazos como «Shitlist», clásicos como «Pretend we´re dead» o la corrosiva «Fast and fraghtering» cerrando una velada apoteósica.
SÁBADO 20 DE JUNIO
Por Javier Fernández
Segunda y última jornada del Azkena Rock Festival de este año con un tiempo espectacular y con una asistencia de 12.426 personas para redondear las más de 26.000 personas durante todo el evento.
El cartel del día prometía variedad, calidad y diversión y apoyados en una mejora del sonido respecto de la fecha del viernes, se consiguió una jornada en la que llegamos al disfrute, a la emoción y a variadas sensaciones por distintos caminos y eso que nos dejamos por el camino de los solapes a John Paul Keith y Red Fang.
Comenzamos con Eagles of Death Metal que con Jesse Hughes al frente, y nunca mejor dicho por el sol que placaba de frente su escenario, nos dieron su ya conocida ración de rock & roll divertido y bailongo perfecta como sala de espera de lo que teníamos por delante.
Cracker en formato de seis músicos con teclista y steel guitar, empezó de manera implacable en una primera parte para enmarcar. Hits como «Low», «Gett of This» o «Ten Angst» elevados por la guitarra del hombre de los de dedos de oro, Johnny Hickman, y la personalidad cantando de David Lowery nos estaban dando el primer gran momento del día.
Canciones poderosas envueltas con buen sonido y una interpretación de altura nos retrotraían al recordado concierto que dieron hace unos años en una sala de esta ciudad. «One Fine Day» nos pone delante de la cara ese «tempo» de interpretación tan americano y que se ve tan poco. Del rock al folk o al pop sin solución de continuidad en «Gimme One More Chance».
A continuación atacaron el lado más country de su último disco Berkeley To Bakersfield con «California Country Boy» y «Where Have Those Days Gone» reorientando el ritmo del concierto para volverlo a acelerar con «Marcho of the Billonaires» que nos recordó a otra banda de Lowery «Camper Van Beethoven». «El Cerrito» dio paso a un inmenso «Euro Trash Girl» de su época más gloriosa.
Algunos comentaban que con el repertorio en otro orden hubiera sido el concierto del festival, a nosotros nos bastaba para marcar la primera muesca de la jornada.
De ahí, a enfrentarnos con uno de los mejores compositores de los últimos años de rock & roll y garage, Greg Cartwright y sus Reigning Sound. Y la grandeza de sus canciones fue lo que hizo que venciera a inconvenientes como un sonido desigual, la falta de un grado más de intensidad o una inoportuna rotura de cuerda que quebró el ritmo del concierto y la banda despejó con el «Reach Out I´llBe There» de los Four Tops. Pero Greg posee además una voz muy personal y un último disco «Shattered» 2014 que es de lo mejor del año pasado. Pocos grupos te pueden ofrecer tríos como «Never Coming Home» «Falling Rain» o «Stormy Whetaer «, ponerte a bailar frenéticamente con «North Cackalacky Gril» o, en modo más moderado, con «You Did Wrong».El estilo y la clase no se aprenden ni se compran, se tiene o no y abandonarse al disfrute era lo más recomendable y así lo hicimos para marcar la segunda muesca el día.
Cambio radical de propuesta a Mastodon, que era el cabeza de cartel del día para, desde presupuestos metaleros, indagar en los sonidos más expansivos a través del stoner, el trash metal, el metal progresivo o el hardcore. Grandes desarrollos presentados con una contundencia sónica aplastante pero que tiene, en su parte vocal, su talón de Aquiles
Conceptuales y poderosos no consiguieron con su despliegue técnico que aflorara la emoción y por eso no entraron entre los favoritos del día para el que suscribe, pero tuvieron amplio respaldo de una buena parte del público a pesar de que les gritaran «Bilbao» confundidos por el Google Maps (sic.)
De la expansión a la concreción cuasi minimalista de Off!, con su hardcore/punk angelino en el que no cabe ni la melodía ni el espíritu de otras bandas punks. Trallazos encapsulados a punto de descarrilar, de apenas 1 ó 2 minutos de duración y propulsados a toda pastilla por la sección rítmica con Steven Shan MacDonald (Red Kross) al bajo y Mario Rubalcaba (Hot Snakes, Rocket From the Crypt…) a la batería ,actuando Keith Morris (Black Flag, Circle Jerks) de maestro de ceremonias haciendo que, casi duraran más las presentaciones que los propios temas que cortaba a cuchillo Dimitri Coats a la guitarra. Canciones que cuando, parecían despegar, eran paradas en seco y con urgencia (como si tuvieran un pedal de freno) para atacar la siguiente en una auténtica montaña rusa sin tiempo para respirar, dejando aflorar esos corazones punks que muchos aficionados llevan dentro, evidenciados por compulsivos movimientos de cabeza y el pogo frenético de los más atrevidos. Aflorando la ansiedad para aplacarla con el siguiente tema y seguir en un «no-ritmo» de concierto, que lejos de desquiciarnos, hizo que se apropiaran de la tercera muesca del día.
La ubicación horaria dentro del cartel de Ocean Colour Scene no era la más apropiada tras los compañeros de viaje precedentes y máxime teniendo en cuenta que no había alternativa a su actuación .El comienzo de su set no hizo presagiar nada bueno, a pesar de arrancar con «The Riverboat Song»,»You´ve Got It Bat»,»The Circle», tres de sus mejores temas, sonaron melifluos, sin garra, se notaba la poca actitud de su cantante Simon Fowler y la ausencia de Steve Cradock a la guitarra (de gira con Paul Weller). Esto hizo que el abandono del público fuera importante y solo resistieran un puñado de fieles que ayudaron a remontar levemente el concierto pero ni, el «Day Tripper» de The Beatles, les salvó de su desubicación y certificó lo lejos que quedan sus mejores momentos.
Cerramos el festival con David Eugene Edwards y sus remozados Wovenhand nada más y nada menos, en un concierto denso, movedizo, fascinante, más eléctrico y metálico que en ocasiones anteriores. Música que se extiende como un magma entre los asistentes y solo invitaba a mirar al cielo, dejarse llevar por su portentosa mezcla de lírica oscura, claustrofobia controlada, épica rítmica y el magnetismo de Eugene en trance. Difícil imaginar a otro músico fingiendo ahorcamientos con una soga virtual, ritos chamánicos…. y que no devenga ridículo si no adictivo. Con las canciones de su último álbum Refractory Obdurate 2014 dio cuerpo a una experiencia totalmente distinta a las vividas anteriormente en el festival, sin urgencias pero sin pausas (el concierto se desarrolló casi sin interrupciones), abrazando múltiples estilos musicales (post punk, folk centroeuropero, rock pesado..) pero sin ningún vencedor, rescatando la emoción desde la espiritualidad, sin que se desborde ni desequilibre en la vulgaridad, para culminar en una gustosa abducción (que todavía nos dura).