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Cigarettes After Sex (Wizink Center) Madrid 20/11/24

Hace exactamente siete años, el destino me negó una entrada para ver a Cigarettes After Sex en una de sus primeras visitas a Madrid. El concierto, originalmente planeado para la sala Sol, tuvo que trasladarse a la sala Copérnico debido a la alta demanda, pero ni siquiera ese cambio bastó: las entradas se agotaron, y yo quedé fuera. Aquella noche de noviembre quedó marcada como una deuda pendiente, pero también como una de esas derrotas que se quedan grabadas.

Desde aquella visita a Madrid, mucho ha cambiado alrededor de Cigarettes After Sex. Greg González ha visto cómo su banda pasó de tocar en recintos de tamaño medio a llenar estadios, impulsada por dos nuevos discos que consolidaron su posición en lo más alto del rock contemporáneo. Sin embargo, pese al brillo de los focos y el peso de las cifras, su esencia sigue intacta. Sus composiciones continúan habitando esos espacios de letargo, canciones donde el tiempo parece detenerse, un limbo entre lo etéreo y lo carnal, entre la quietud y el deseo.

En estos años, su estilo no ha cambiado; sigue siendo esa fórmula simple y envolvente que actúa como un bálsamo. Sin embargo, el mundo que los rodea ya no es el mismo. Su música, que en otro momento habría quedado relegada a rincones más íntimos, como la de bandas tan importantes pero también de nicho como Cocteau Twins, Red House Painters o Beach House, ha encontrado una conexión con nuevas generaciones. Una situación similar, aunque de menor calado, a la que viví en el concierto de American Football en junio de este año, donde prácticamente todo el grueso del público estaba formado por veinteañeros.

Por supuesto, la utilización de sus temas en trends virales de TikTok, así como la participación de sus canciones en series de máxima audiencia, han jugado su papel en esta expansión. Sin embargo, su éxito radica en algo más elemental: la capacidad que tenemos de poder mostrarnos vulnerables frente al mundo y que esto no se vea como una debilidad. Las composiciones de Cigarettes After Sex muestran una profunda honestidad, esa misma que músicos como Robert Smith hicieron icónica y que hoy, por fortuna, no necesita metáforas elaboradas para legitimarse. Porque ahora, por suerte, los chicos también lloran.

En esta ocasión, el pasado 20 de noviembre, llegué con varias horas de antelación y esta vez sí con entrada. Una vez en los aledaños del recinto, la escena era casi cinematográfica: al girar la esquina de la Avenida Felipe II, me encontré con miles de jóvenes que formaban largas filas para entrar al WiZink Center. Las luces tibias del entorno y las expectativas dibujaban un cuadro perfecto, como si todo conspirara para hacer de este reencuentro un momento de redención.

El concierto comenzó puntualmente a las 21:30, cuando un grito ensordecedor anunció la entrada de Greg González con su guitarra, Jacob Tomsky a la batería y Randall Miller al bajo. Sin necesidad de palabras, “X’s”, la primera pieza de su último álbum y la cual le da nombre, se desplegó con una precisión casi hipnótica, sumergiendo al público en un trance colectivo que se mantendría durante los siguientes noventa minutos repartidos en diecisiete canciones.

Desde el primer acorde, la conexión entre la banda y las más de 16.000 almas congregadas fue evidente. A pesar del tamaño del recinto y del cartel de «sold out» colgado desde hacía meses, el respeto y la intimidad dominaron el ambiente, un logro poco común en eventos de esta magnitud. El sonido, cuidado al detalle, rozó la perfección, mientras la estética monocromática de la banda, tan característica, impregnaba cada rincón.

El diseño del escenario no era grandilocuente, pero sí efectivo. Los músicos se repartían en cuatro tercios: el bajo a la derecha, la batería a la izquierda y Greg en el centro, a veces rompiendo la barrera al avanzar por una pasarela hacia el público. Aunque cada músico permaneció estático prácticamente durante todo el concierto en su posición, el vocalista aprovechaba la pasarela con movimientos pausados que, lejos de romper la atmósfera, la transformaban en un momento cuasi religioso.

Canciones como “You’re All I Want”, “Dark Vacay”, “Pistol” y “Touch” marcaron un inicio impecable, tanto en lo musical como en lo visual. Fue con esta última cuando la iluminación se transformó. Las líneas blancas y verticales, utilizadas como acompañamiento en las primeras canciones, dieron paso a una cascada de humo que parecía emular las fuentes zen. Los temas se sucedían con una fluidez ininterrumpida, casi como si formaran parte de una única pieza extendida. El público permanecía en un silencio respetuoso, roto solo por los coros en estribillos emblemáticos como el de “John Wayne” o cuando Greg anunciaba la próxima canción.

Uno de los momentos más mágicos fue cuando los flashes de los móviles empezaron a encenderse, añadiendo una dimensión épica al espectáculo, como si miles de luciérnagas bailaran al ritmo de la música. Lo más destacado del concierto fue, sin duda, la capacidad del grupo para construir una narrativa sin palabras. A través de su música, lograron no solo conectar con el público, sino también transportarlo a un universo paralelo, íntimo y colectivo a la vez. El tramo final del concierto se convirtió en un recorrido por los grandes éxitos del grupo, con sus temas más conocidos sucediéndose uno tras otro. Canciones como «Cry», «Sweet», «Sunsetz» y «K» tocaron fibras sensibles.

Otra situación conmovedora llegó con «Dreaming of You», un tema que forma parte de su primer EP,  siendo para un servidor uno de los mejores secretos de todo su   repertorio. La canción, con su energía más ruidista, rompió momentáneamente la continuidad melódica del setlist que presentaron esa noche, para luego dar paso a “Apocalypse”. Fue aquí cuando el concierto alcanzó su cúspide emocional: mientras la canción llegaba a su momento final, dos bolas de discoteca descendieron, proyectando luces estroboscópicas que recorrían todo el recinto. Era un momento perfecto, casi irreal, donde cada detalle parecía diseñado para quedarse grabado en la memoria.

El cierre, con “Opera House”, no fue solo el final del concierto, sino la culminación de un viaje. La canción sirvió para recordarnos que Cigarettes After Sex no necesita alzar la voz para hacerse escuchar. Salí del WiZink Center con la sensación de haber presenciado no un nacimiento, sino una consagración. Siete años después, no solo entré al concierto, sino que parte de mí se quedó a vivir en él.

Fotos Cigarettes After Sex: (Sharon López Primavera Sound)

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