Crónica del viernes del Bilbao BBK Live 2019
Segunda jornada del festival y sold out para una de las noches más eclécticas de la historia del Bilbao BBK Live. Si el jueves fue un día de marcado carácter británico, ayer tuvimos un poco de todo, rock garagero de principios de siglo, pop y house de elegante escuela francesa, música urbana, hip hop clásico, techno desde el desierto de Siria, y por encima de todo, Rosalía Vila.
Se notó desde el principio que el recinto iba a estar lleno, pero no hubo demasiadas molestias (algún baño más no vendría mal, aunque sea en lugares no estratégicos del recinto).
Llegamos al recinto para ver a Juan Cecilia, uno de los personajes más curiosos del panorama trap español. Dotado de un innegable talento para rimar y componer, siempre se ha empeñado en lastrar cualquier atisbo de éxito sumergido en un siniestro laberinto personal. Recién salido de la cárcel por un delito de robo con fuerza y otro de amenazas, una condena que deberían haber sustituido por otra alternativa ya que es paciente psiquiátrico, su leyenda de malditismo contrasta con la delicadeza de «Million Dollar Baby», lo mejor de sus dos últimas mixtapes (A los 15 años me colaba en Razzmatazz, A los 16 me colé en el Sónar, Ahora Sónar me paga por cantar). Pero lo que mejor función ayer en el Bilbao BBK Live fue el beef con Tangana «No Toy», en respuesta a aquel «Ontas» del Madrileño, al que reaccionó hasta Rosalía. El público jovencísimo que llenó el escenario Txiki a una hora nada propicia, estuvo más curioso y expectante que fanatizado, por lo que no hubo demasiada comunión con un Cecilio G algo disperso.
En el otro extremo del festival y de la galaxia musical, Uniforms, los mejores representantes del shoegaze nacional, jugaban en casa ya que militan en Oso Polita, la disquera de Last Tour. La carpa además sentaba bien a su propuesta psicodélica y ruidista, que sin embargo quedó lastrada por una incomprensible falta de voz.
Mientras Brockhampton, un nuevo concepto de boyband, tenían que venir desde California para demostrar en el escenario grande que se puede hacer hip hop sin tener que llamar a las mujeres biches, y rapear sin vestir de Armani y presumir siempre de dinero y drogas, Anari rockeaba en euskera en el pequeño con la clase y el carácter que siempre le caracteriza.
La que liaron Idles en el escenario mediano del festival. Los autores de mi disco favorito del año pasado (Joy as an Act of Resistance, 2018, Partisan), reunieron un nutrido grupo de fans y curiosos que terminaron fundidos en constantes pogos.
Baste como resumen de los mismos que, terminado el concierto, tuvieron que colocar seis barras desde el escenario para apuntalar las vallas que habían cedido con la batalla campal que se organizó con «Danny Nedelko», «Never Fight a Man With a Perm», «Love Song» (con guiño al «Last Nite» de Strokes incluido), o «Exeter» (con falsete de «Livin’ on a Prayer»). Joe Talbot, rey del punk brutalista, urgente y rabioso, estuvo impecable en su labor de cantante/representante sindical del gremio del boxeo/hooligan.
Y llegó Rosalía Vila y desde que comenzó a sonar «Pienso en tu mirá» el BBK Live se derrumbó a sus pies. ¿Merecido? Yo creo que sí porque las virtudes de la catalana, que en directo todavía tiene margen de mejora, son innegables. Su presencia es imponente, la voz apabulla por potencia y belleza, y las coreografías funcionan con una plasticidad evidente. ¿Qué le falta? Seguramente más recorrido y alguna sorpresa para poder defender mejor un show donde durante una hora no se ven músicos. Mientras tanto, a mí me valen las canciones, como «Catalina» a capela, la maravillosa «Di mi nombre» o la delicada «Que no salga la luna». El público disfrutó con fervor pero sin aspavientos todo el concierto, para soltarse a loco en un final urbano y festivo compuesto por «Con altura», «Aute Cuture» y «Malamente».
Suede firmó una actuación de nuevo memorable en formato grandes éxitos. Y ya no es ni noticia poder hablar siempre bien de un grupo que sobrelleva el tiempo y la nostalgia con una actitud envidiable e interminable capacidad de seguir haciendo buenos discos. Y ni hablar de Brett Anderson, que mejora año a año y con la edad no pierde energía, la gana.
A pesar de la desgana la que salió Julian Casablancas al escenario del BBK, The Strokes firmaron una actuación más que notable. El frontman neoyorquino con su pinta de descuidado trapero siniestro, contrastaba con cualquier otro miembro de su grupo, todos ellos impecablemente disfrazados de garajeros de los sesenta, pero no solo por la ropa. Mientras los músicos parecían concentrados, Casablancas demostraba un despiste que aguraba la peor.
Todo lo contrario, fue ir cogiendo ritmo empujados por un público repleto de fans y The Strokes reverdecieron unos laureles que, a comienzos de siglo, les colocaron como uno de los mejores grupos del mundo. Habrán ido perdiendo calidad disco a disco hasta la insignificancia, pero todavía atesoran uno de los mayores arsenales de canciones de la escena indie y una capacidad envidiable para mezclar lo mejor del punk, el rock y el garage más clásicos. En esta gira parece haberse dado cuenta de lo evidente, y solo tocan canciones de sus tres primeros discos, Is This It, 2001 (7); Room on Fire, 2003 (6); First Impressions of Earth, 2006 (5), en un curioso orden cuantitativamente descendente. Por ello, el concierto fue una ametralladora, con hits sonando constantemente y un ritmo solo lastrado por alguna parada evitable. «Hard to Explain», «Reptilia», «Razorblade» o «12:51», sonaron como truenos anticipando un final huracanado donde hubo hasta pogos con «Someday», «Is This It» y una apoteósica «Last Nite».
Tras asistir a la resurrección de The Strokes, nos quedamos a disfrutar brevemente de la bailable elegancia de The Blaze, y nos fuimos a descansar.
The Strokes son la hostia, qué ganas de verlos de gira y con nuevas canciones
Estos críticos musicales se van demasiado pronto a dormir, creo que te perdiste una gran sesión del señor Garnier.
Sin duda… Laurent Garnier de lo mejorcito de los 3 dias en Basoa.