Divine Fits – A Thing Called Divine Fits (Merge Records)
«La nata me gusta, la mermelada me gusta, la carne me encanta«. Divine Fits jamás hubiera sonado en Friends, pero la aplastante lógica de Matt LeBlanc serviría para empezar cualquier análisis de este disco. Si te gustan New Bomb Turks, Spoon, Wolf Parade y Handsome Furs, es impepinable concluir que te gustará A Thing Called Divine Fits. O no. Sam Brown, Britt Daniel y Dan Boeckner se han juntado y ha salido algo que recuerda a cada uno de sus grupos, y a nada que hayas escuchado antes.
Definitivamente Divine Fits sería más la banda sonora del encuentro entre Amor a quemarropa y Drive. Su sonido transpira esa pasión por los ochenta, los carteles de neón y las peligrosas curvas de Mulholland Drive tomadas a más velocidad de la cuenta. Y sólo con la base inicial que dispara «My love is real» uno se da cuenta de todo esto. Cuando acaba, menos de tres minutos después, es hora de tirar la aguja.
La adicción a Divine Fits es el segundo paso. El primero es dejar que su compleja maquinaria se despliegue por completo, abriendo las venas y la conciencia. La música de Divine Fits requiere una amplia explanada donde montar todo ese prodigio tectónico, esa estructura que funciona con precisión germana y puntualidad británica: todo en DF parece calculado al milímetro. Cada nota, cada instrumento. Cada paso. Y sin embargo, este disco tiene el andar de una top-model.
Producido por Nick Launay (habitual en los discos de Nick Cave o Yeah Yeah Yeahs), A Thing Called Divine Fits acaba convirtiéndose en un disco majestuoso, de terciopelo. Una obra maravillosa que nace con un golpe de maza en la viga maestra y que se erige poco después brillantemente. La deconstrucción del pop-rock que hacen Daniel y Boeckner es genuina y, aunque hay algo de sus grupos (y del de Brown) en muchas canciones, Divine Fits es algo más que un «supergrupo». Los sintetizadores de Alex Fischel se empeñan en recordarnos que siempre hay algo más allá de la anécdota.
Divine Fits es fresco. Entre el amor futurista de «My love is real» que, con Mayakovski de testigo, podría ser en realidad de Handsome Furs, y la caliente «Ice cream», digna de un disco de Spoon, lo que nos encontramos es deconstrucción pop pura y dura. Se trata de un disco con un espectro amplio; pasa de los accesibles ritmos de «Flaggin ride» (¿castañuelas incluidas?) o la guitarra acústica de «Civilian Stripes» («is it good, is it really good the quiet life?«), a la electrónica de Kraftwerk en «The Salton sea» (en las condiciones adecuadas, uno puede ver sus ondas rebotar en los tímpanos) y al classy-punk y la distorsión de «What gets you alone».
Pero, salvando la telúrica versión del «Shivers» de The Boys Next Doors, (lo que sería después The Birthday Party de Cave), con Britt Daniel disparándose más allá de la estratosfera emocional, A Thing Called Divine Fits es un tiro a la rótula del mejor pop-rock. La bala más certera es «Would that not be nice», en la que Daniel luce carraspera cantándole a Cleopatras en medio de un engendro rítmico de guitarras y maracas que termina orgiásticamente en tormenta de sintetizadores. Los mismos que hunden en el sótano de la discoteca a «Baby get worse»; los mismos que reinan durante todo el disco y te empujan al escarnio público cuando sales a la calle con una pancarta que proclama que «Sintetizadores no hay paraíso«. Los mismos de «For your heart»: un proyectil que estalla en cinco fases justo delante de tu nariz, maravilla siniestra que Boeckner termina de coronar como la mejor canción del disco en el momento en el que dice: «I would stand outside your door. Im your man«.
El balance vocal se lo lleva el ex-Wolf Parade, pero Divine Fits no parece estar de momento sujeto a nada. Ni siquiera a los egos. Que siga así. O que siga, a secas. La irrupción de Divine Fits es una de las mejores noticias del año, no estamos como para ver cómo se evaporan proyectos de este nivel.