Drink The Sea (16 Toneladas) València 04/12/25
Lo poco gusta, lo mucho cansa ¿No os decía eso vuestra madre, queridos lectores? Seguramente, a los protagonistas de esta crónica, no. Porque gustarse a uno mismo está bien, sí, sobre todo cuando, como es el caso, hay motivos para hacerlo. Pero hacerlo en exceso, obviamente, puede hacernos trastabillar, como también fue el caso. Y es que pedir a tu público más de lo que puede dar, siempre es un error.
Del tema de las superbandas, mejor no hablamos, porque ya ha sido ampliamente discutido. Desde los tiempos de Cream o Crosby, Stills & Nash y Travelling Wilburys, hasta Them Crooked Vultures o Raconteurs han sido innumerables los casos de unión entre varios músicos de fama. Y casi siempre han dado como resultado discos desnortados o episódicas giras, que poco o nada aportan a sus carreras. Algo que no es exactamente el caso que nos ocupa, debo decir.
Aunque sí, esta es una superbanda. Y de las gordas, además. Aquí se juntan nada menos que Peter Buck (R.E.M.), Barrett Martin (Screaming Trees, Mad Season), Alain Johannes (Queens Of The Stone Age, Eleven), Duke Garwood (Mark Lanegan Band), Lisette García y Abbey Blackwell (La Luz, Alvvays). Una pléyade de musicazas y musicazos que verdaderamente quita el hipo. Cada uno con el grado justo de ego, muchos de ellos multiinstrumentistas, productores, con una maestría en su instrumento fuera de órbita. En fin ¿Qué podría salir mal?
Pues, realmente, nada y todo. El producto de su alianza se ha materializado en nada menos que dos discos, fraguados desde que en 2022 Barrett y Alain se juntaran en un estudio de Washington para ver qué pasaba. A partir de ahí se fueron sucediendo las colaboraciones en diferentes localizaciones (Islandia, Sâo Paulo, Barcelona…) y la adición de colaboradores al proyecto, hasta darse cuenta de que tenían banda y dos discos para publicar: Drink The Sea I y II.

Tal como explicaron en una entrevista a Rockdelux, “Gastamos nuestro dinero en grabar discos y salir de gira. No hay mejor forma de envejecer”. Eso explica, seguramente, su falta de contención. Porque, sin duda, meter todo (o prácticamente todo) el material que has grabado en dos discos de minutaje generoso, es algo bastante próximo a la autoindulgencia. Pero, además, pretender meter todo eso, sin excepción, y con añadiduras varias, en el setlist de tus directos, roza la insensatez.
Pese a ello, el show de Drink The Sea tuvo sus (grandes) virtudes. Pasado el impacto inicial de tener a un dios del rock como Peter Buck sólo a un par de metros de tu cara, o ver lo mastodóntico que es Barret Martin, lo cierto es que uno cae en la certeza casi de inmediato en que estas seis personas que hay en el escenario dan forma a una banda muy banda. Cada pieza del ensamblaje está perfectamente integrada, tiene su papel claramente definido y los egos de estrella del rock brillan totalmente por su ausencia.

Aunque el británico Duke Garwood ejerce de frontman, los ojos se posan inevitablemente en cada uno de los músicos que están junto a él. La base rítmica formada por Barrett y Abbey es alucinante, ambos generan un groove hipnótico y estar atento a sus detalles es un verdadero deleite. Lo mismo pasa con los arreglos que tanto Alain (a la guitarra y otros instrumentos) como Peter van vertiendo en las canciones, así como las distintas percusiones o arreglos melódicos que Lisette, junto a su pareja, Barrett, hacen con xilófonos, juguetitos varios, o incluso un arco de violín pasado por tubos.
Duke no se queda atrás, su voz profunda, muy al estilo del añorado Mark Lanegan, así como su forma nada ortodoxa de tocar la guitarra, o los ocasionales e hipnóticos solos que se marca con el saxo soprano o el clarinete, aportan una dimensión psicodélica al conjunto de lo que suena. Lo malo es que todo eso se desplegó a lo largo de un repertorio de nada menos que dos horas y media. Y claro, en lugar de bebernos el mar, parecía que nos estábamos fumando el bosque.

No se puede meter todo, absolutamente todo, en un repertorio. Bueno, se puede cuando tienes un repertorio legendario y tus fans esperan como agua de mayo que hagas un concierto de tres horas, pero cuando acabas de editar dos discos bastante largos y lisérgicos que poca gente ha escuchado, es bastante presuntuoso pensar que la audiencia vaya a aguantar sin bostezar y mirar el reloj.
Aún así, la verdad es que lo que ocurrió en el escenario fue digno de verse. Hubo momentos de una intensidad que dejaba la boca abierta. Los coros (muy “a la Bad Seeds”) que Barrett, Lisette y Alain hacían daban una dimensión pop que aligeraba la cosa y canciones como “Outside again”, “Mouth of the whale”, ese “Saturn calling” con un sabor tan a Bowie o la recuperación del “Long gone day” de Mad Season (otra superbanda) fueron momentos muy destacables de un set que tuvo su punto flaco en su atorrante linealidad de atmósferas unida a una duración a todas luces excesiva. Menos es más, siempre.

De hecho fue una pena que cuando, sin mediar la tan manida salida de escenario previa a los bises, arremetieron con los hits de aventuras propias de cada uno, a saber: “The one I love”, de REM, “Making a cross”, de The Dessert Sessions y un “Hanging tree” de, claro, Queens Of The Stone Age, repletos de electricidad e intensidad, no lograran, pese a lo celebrados que fueron, quitar demasiado el cansancio a una audiencia llevada al extremo. Y es que eso es lo que nunca hay que hacer en un escenario. Ahí, más que nunca, hay que hacer caso a nuestras madres: “lo poco gusta y lo mucho cansa”.
Fotos Drink The Sea: Susana Godoy

