Duelo de Discos VI: George Michael vs Natalia Lafourcade
Un mes más, aunque en este caso nos hemos obligado a publicar la sección ya el primer día de julio, seguimos con esta aventura titulada Duelo de Discos. Un enfrentamiento sin sangre que protagonizan Juanjo Frontera y Fidel Oltra. Para quienes no conozcan todavía la sección, se trata de un desafío mutuo a reseñar discos fuera de sus respectivas zonas de confort. Un juego divertido, que esperamos también lo sea para vosotros, pero al mismo tiempo estimulante, ya que obliga a explorar nuevos territorios, a ampliar horizontes y a desarrollar nuevos puntos de vista. Este es el sexto duelo ya, así que si te has perdido los anteriores te dejaremos los enlaces al final del artículo.
En el duelo de junio/julio se enfrentan estos dos discos:
George Michael – Faith (1987)
Natalia Lafourcade – Hasta la Raíz (2015)
George Michael – Faith (Epic / Columbia, 1987)
No hace mucho vi el documental que sobre Wham ha puesto en circulación la plataforma Netflix. Y debo decir que me encantó. Tanto por la factura, como por la apasionante historia del dúo formado por Andy Ridgeley y su mejor amigo, George Michael. La verdad es que es una banda de la que lo ignoraba casi todo, excepto los tópicos y, por supuesto, algunas canciones que creo que nadie que haya estado vivo en el mundo entre 1981 y nuestros días, puede pasar por alto. A través del film, logré descubrir la muy especial relación entre dos personas que se tenían un afecto sincero, la historia de su éxito masivo y, sobre todo, el crecimiento creativo de George, que tuvo que abandonar a su compañero para dejarse ser.
Y, la verdad, no entiendo por qué he pasado tantos años sin caer en el influjo del más que buen pop que hizo tanto el dúo como su principal factótum en solitario. No tengo una explicación concreta. O bueno, sí: aunque es cierto que soy una persona con muy pocos prejuicios, quizás cuando apareció este álbum (yo tenía 13 años) y desplegó, digamos, su influjo, aún era demasiado inmaduro como para no dejarme llevar por esa “autenticidad” tan absurda que la gente que, como yo en aquél entonces, prefería las guitarras a los sintetizadores y ritmos programados, propugnaba como necesario dogma de fé si se quería “molar”.
Ah, pero “molar” es un concepto tan equívoco… Ahora me pasa justo lo contrario. Los obtusos, los abotargados, los roqueros de pro de pantalón estrecho, son los que me parece a mí que no molan. Mola la gente como George Michael que aunque -todo hay que decirlo- tardó más de lo deseable en salir del armario en otras cuestiones, se dejó ser musicalmente. ¡Y de qué manera! Gracias a mi amigo Fidel he descubierto el disco con el que alguien que era considerado, sencillamente, un guaperas con toque para los hits, se convirtió en una de las estrellas más rutilantes del planeta. Un verdadero rey midas del pop.
Cuando digo descubierto, quiero decir, obviamente, “descubierto como toca”. Difícil era en la época, hasta para alguien como yo, escapar al eco universal que tuvieron cualquiera de los siete singles extraídos de un álbum que, no lo olvidemos, es uno de los más vendidos de la historia (80 millones de copias). Por supuesto que había escuchado “Faith”, “Father figure”, “Monkey” o “I want your sex”, pero lo que no había hecho nunca es escuchar todas esas canciones en su contexto y su secuencia. Y, la verdad, me dan ganas de darme cabezazos contra la pared por haber sido tan lerdo de no haberlo hecho antes.
Pero ¿Y lo bonito que es descubrir cosas nuevas? Aunque esas cosas estuvieran ante tus narices y tú, como un bobo, no te hubieras dado cuenta, la alegría no te la quita nadie. Esto no es una competición, al fin y al cabo. Bueno, un duelo sí. Pero nadie sale herido, todo lo contrario. Por eso encontrarme con un disco tan perfecto, tan bien ensamblado, con un despliegue de talento tan grande, me parece de lo más relevante. De hecho, creo que en mi caso da pleno significado a todo este juego que Fidel y yo nos hemos traído entre manos.
Faith significa el órdago de un artista que decidió dar todo de sí. De hecho, al ver el citado documental uno se da cuenta de muchas cosas: George Kyriacos Panayiotou pasó de ser un niño regordete, con gafas y pinta de friki a ser el más moderno del colegio, del barrio, de la ciudad, del país y después del mundo. Kyriacos devino en Michael y eso conllevaba una metamorfosis en toda regla, cuya máxima expresión es este disco.
El disco se gestó, ya con el dúo finiquitado y en compañía del productor (más asistente que otra cosa) Chris Porter, durante casi todo 1987, para aparecer a finales de ese año. Su primer single fue el anuncio de la tempestad. Un “I want your sex” que generó todo un escándalo, con su letra sexualmente explícita, y que daba una imagen completamente diferente de su autor, cuyo público identificada con el chico perfecto. De hecho, fue censurado en muchas emisoras y eso impidió que fuera el número uno que todos esperaban.
Pero daba igual, las balas de la recámara eran tantas que las dianas comenzaron a sucederse una tras otra. El disco se abría con un determinante órgano de iglesia haciendo sonar la melodía de “Freedom”, el gran éxito de Wham que no hacía sino gritar a los cuatro vientos la libertad, en todos los sentidos, de su artífice para, acto seguido, dar comienzo la orgía de hits que contenía el álbum. Empezando, claro, por un completamente inesperado y atípico tema rockabilly que daba título al disco y que era absolutamente irresistible. Los mesiánicos U2, de hecho, intentaron replicarlo en versión machote con “Desire”, pero, con todos los respetos, les salió el título por la culata.
Y es que lo de George Michael en este disco es supremo. No contento con esa entrada que dejaba al oyente sin aliento, la cosa se calentaba aún más con “Father figure”, la mencionada bacanal funk de “I want your sex”, la tórrida torch ballad “One more try”, el pertinente acento pop de “Hand to mouth”, la fanfarria northern soul de “Look at your hands” o, por supuesto, la efervescencia total de “Monkey”. Hasta tenía bemoles de marcarse un swing digno de Sinatra en “Kissing a fool”. Es, en definitiva, un despliegue casi insultante de talento. La perfección ofrecida a las masas, la cuadratura de un círculo que le instauraría, tal como dijo Rolling Stone, como el Elton John de los ochenta, dado que el señor de las gafas raras estaba en horas algo bajas.
Un buen colofón esta elección, debo decir, a un año de duelos con mi amigo (os recomiendo, a los que no la hayáis seguido, que rastreéis en la web los diferentes capítulos). No podría haber elegido mejor, la verdad. De hecho, quería escuchar bien este disco hace tiempo, pero por lo que fuera, siempre atento a mil novedades y descubrimientos, no había encontrado el momento. Por eso tengo que agradecer, una vez más, este empujoncito a mi Fidel, que no es que me haya abierto los ojos, porque yo ya sabía que este disco había que escucharlo, pero sí que me ha puesto los auriculares en las orejas y le ha dado al play, que no es poco. Así que gracias de nuevo, querido!
Juanjo Frontera
Natalia Lafourcade – Hasta la Raíz (Sony, 2015)
Esta sección, aparte de resultarnos divertida a mi compañero Juanjo y a mí (espero que a alguien más), tiene varias ventajas. Al final hablaré de la otra, ahora me voy a centrar en el hecho de que, no dependiendo de la actualidad ni siendo una sección de crítica musical al uso, uno puede hablar un poco de lo que le dé la gana. Así pues, me gustaría arrancar con una queja: los matices, los grises, los debates civilizados y documentados, la posibilidad de que el otro pueda tener parte de razón y tú puedas estar equivocado en algo, todo eso se lo han cargado las redes sociales. ¿Es posible que esté exagerando? Es posible. Pero el disco que mi amigo Juanjo ha escogido este mes, el (atención, spoiler) maravilloso álbum Hasta la Raíz de Natalia Lafourcade, me viene al pelo para argumentar mi posición. ¿Habéis escrito alguna vez en alguna red que aborrecéis el reggaeton, que os parece un estilo chabacano y sin ningún atractivo musical ni lírico? Al segundo aparecerá una legión (bueno, quizás no tanto, pero un par de ellos seguro) de internautas a acusaros de latinofobia, anglocentrismo, racismo e incluso de haber matado a Kennedy. Da igual que, como en mi caso, saques a relucir que en tu colección de discos figuran varios de Nino Bravo, Cecilia, Camilo Sesto, Chico Buarque, Dyango, Joao Gilberto, Julio Iglesias, Vainica Doble, Buenavista Social Club, Triana, Pablo Milanés, Juan Luis Guerra, Silvio Rodríguez o Luis Miguel, que afirmes que uno de tus “placeres culpables” es la copla o que reconozcas que una de tus tres voces femeninas favoritas de siempre es la de Astrud Gilberto. Da igual, tu respuesta ya llega tarde: estás fichado. Si tienes 100 discos de artistas latinoamericanos / hispanos pero ninguno de ellos es de Chayanne, Camela, Daddy Yankee, Shakira, Don Omar o Maluma, eres una mala persona. En fin, Internet iba a democratizar la cultura y lo que ha hecho en los últimos años es democratizar las discusiones de discoteca poligonera a las 6 de la mañana.
Ahora que ya me he quedado a gusto, puedo decir que este álbum que Juanjo me ha endosado, Hasta la Raíz de la mexicana Natalia Lafourcade, es una maravilla y un estupendo descubrimiento. El tema que le da título es una obra maestra de un pop sensible pero efusivo, de un romanticismo casi infantil y de una sensualidad que no tiene que ver con mover el culo en el escenario o cantar en tanga, sino con la exaltación de los sentidos. Todo el disco desprende una sensación de inocencia y a la vez euforia incluso en las situaciones más incómodas. Si “Mi lugar favorito” no te hace pensar en tu lugar favorito y en tu persona favorita, si no hace que te entren ganas de vivir, entonces puede que tengas un problema. Incluso cuando escuchas la letra de “Antes de huir”, bastante más triste que la anterior, no puedes evitar ver que un pequeño rayo de sol se filtra entre la oscuridad. La voz de Natalia, por momentos aniñada pero tremendamente versátil y poderosa, ayuda a que esa sensación de paz, de disfrute de las pequeñas cosas, se prolongue durante todo el disco incluso cuando se habla de rupturas, un tema recurrente en el álbum. “Ya no te puedo querer” deja un regusto un tanto amargo, pero se compensa con su bonito desarrollo musical. ¿Y qué decir de “Para qué sufrir”? Su título lo dice todo, y si hace falta algo más entonces escucha bien ese ligero rumor de bossa nova que se escucha de fondo. ¿Hay acaso algún otro estilo que cante sobre las cosas más tristes con el ritmo más apacible?
Como decía, el tema del amor, no correspondido o quizás no en la forma deseada, sigue dominando en canciones como “Nunca es suficiente”. En este caso es imposible no acordarse del pop más naif de finales de los 60, incluso de las grandes voces femeninas del pop francés de la época. Una canción de las que puede definirse como “bonita” sin que parezca una cursilada. Por si fuera poco, los arreglos de “Palomas blancas” son tan excelsos que quizás habría que inventar un nuevo término: el “bedroom prog”. ¡Qué final! ¡Qué voz!
A estas alturas uno ya está capturado por la voz y las canciones de Natalia Lafourcade. Ni siquiera causa ya asombro la facilidad con la que salta de un estilo a otro, la solvencia con la que parte de sus raíces latinas para avanzar en diferentes direcciones (¿qué tiene que ver “Vámonos, negrito” con “Lo que construimos” o “Duele”?), haciendo honor a sus orígenes con naturalidad y demostrando que la latinofobia en la música (ni en ningún otro ámbito, desde luego) ni existe ni tiene posibilidades de existir. Uno tiene sus gustos, y es difícil darles la vuelta como a un calcetín, pero en mi caso siempre estoy abierto a que, desde cualquier género que considero ajeno o que no comprendo, pueda en algún momento saltar la sorpresa. Así que quien quiera seguir acusándome de algo, que no lo haga por favor en redes: mejor hablarlo delante de un par de cervezas y quizás se lleve una sorpresa. Incluso tal vez nos la llevemos ambos.
Me queda comentar la otra ventaja de esta sección de la que hablaba al principio: la posibilidad de seguir aprendiendo, de seguir descubriendo grandes discos y artistas en los que no había reparado, excepciones en esos estilos a los que no suelo acercarme. Es maravilloso mantener la capacidad de asombro con casi 60 años, esa mirada ilusionada que solíamos tener en la niñez según íbamos descubriendo las pequeñas maravillas de la vida. Es complicado, pero me gustaría no perderla nunca. Un mes más, aunque me repita, ¡gracias, Juanjo!
Fidel Oltra