Guadalupe Plata – Ambigú Axerquía (Córdoba) 11/01/25
Guadalupe Plata son como un par de amigos, o en todo caso conocidos, que de vez en cuando te anuncian una próxima visita que debes preparar con la antelación y condiciones debidas. Incluso si te pillan por sorpresa, como las cosas que acaban saliendo mejor, no puedes decidir en el momento y postergas la decisión hasta última hora, cuando aún no es demasiado tarde y aún sabes que estás a tiempo de atender su convocatoria, sobre todo si tiene lugar en uno de sus hogares naturales, pues eso y muchas otras cosas es la sala Ambigú Axerquía.
Unos cómplices oscuros que siempre acaban por acercarse a parajes más luminosos que sus canciones, basadas en historias arcanas y leyendas populares de otro tiempo en el que la tradición oral y las guitarras de palo eran el vehículo de las emociones más profundas. Siguen siendo los emisarios más fiables del blues primigenio y atávico en territorio hispano, y aunque no se cansen de proclamarlo hasta por tierras ignotas y patrias donde el género se hizo universal, fondean sus acordes en el lodazal del folclore puro y descontaminado y atraviesan con rayos de electricidad mínima y bombeos cardíacos cualquier noche de invierno que se resista a abandonarnos. A esta, la de un sábado de enero disfrazado de luces rojas y manto negro azabache, le provocaron los habituales espasmos Pedro de Dios y Carlos Jimena, el dúo más perversamente sabio en estas lides de la música pantanosa y en absoluto empantanada.
Superponiéndose a la pequeña leyenda que los precede, su ejecución es tan sobria como parca en palabras, tanto cantadas como escritas. Ni el menos es más de turno les sirve, porque no entienden de cantidades ni supremacías. Es el idioma del blues, un lenguaje propio que quedó escrito con sangre en mil cruces de caminos y sonidos posteriores a su origen.
Saltan sin casi solución de continuidad de las simas de la garganta de Howlin’ Wolf en “No hay donde ir” a las cimas del portento de Violeta Parra en “Qué he sacado con quererte”, revoloteando sobre el horizonte sentimental que la chilena inmortal propuso para la eternidad como también lo hacen sobre “La cigüeña” del grandísimo Agapito Marazuela –uno de los grandes folcloristas castellanos, tan olvidado como necesario- o revisan el que fuera segundo himno nacional peruano, “El cóndor pasa”, abriendo el mástil de la guitarra en honor de intérpretes igualmente comprometidos con la causa, desde Andy Williams hasta Simon & Garfunkel.
Así se las gasta el dúo ubetense Guadalupe Plata, arraigados en las leyendas populares de su tierra y las historias de cementerios, venganzas, huidas y pesadillas en espiral, y así lo cuentan en los versos libres y mínimos de “Huele a rata”, “Lo mataron”, “Duermo con serpientes”, “Al infierno que vayas” o “Gatito”, agazapados en una iconografía recurrente de otras “Serpientes negras”, alguna que otra “Rata” de viejo cuño y recuperando otro asesinato gatuno en la “Calle 24” de sus entrañas. Se atavían con los hallazgos de los padres del cotarro y lo revierten en virtuosismo instrumental, tan sólo acompañados al principio por las botellas de anís, tenedores, maracas y panderetas de Luis Aróstegui, un tercero en discordia auténticamente vocacional de dicha condición.
Las cuitas y sacrificios del corazón, más bien transformados en rabia y desesperación por no saberse explicar como es debido, los hacen responsables de declaraciones espontáneas de acordes enmarañados como “Tengo el diablo en el cuerpo”, “Esclavo, “Baby me vuelves loco” o “Milana”, donde la voz se torna grito anárquico y el fondo granate ilumina un paisaje inflamable cuanto más vuelan los dedos sobre el mástil y se ahuecan los codos sobre los platos.
Se niegan a dejar de tocar el palo que les sirvió de base para meterse en esto, y por eso “Jesús está llorando” y “Lorena” siguen sonando como los gloriosos himnos que siempre fueron, inmarchitables y adorables en su profunda humanidad. Estos músicos lo tienen tan claro que ni se plantean alterar sus presupuestos, porque de hombres sabios es saberse íntegros. Con ellos no se adivina ninguna trampa ni cartón. Lo que ves es lo que hay; lo que oyes es lo que es. Una lección deslumbrante de militancia, convicción y aplomo. Una banda única que hace única cualquier reunión de viejos amigos, por muy conocido que sea su desenlace.
Fotos Guadalupe Plata: Antonio E. Molina