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I Like Festival – Teatro de la Axerquía, Cordoba (Viernes)

Fotos Raisa McCartney

Parece haber cuajado la idea de cerrar el verano musical en la capital más infernal del país (las inhumanas temperaturas alcanzadas por el termómetro tienen todo que ver en el calificativo) con un festival intensivo, de un solo día, en el que agrupar a tres bandas de menor a mayor repercusión. En ediciones anteriores la combinación entre el despunte del sonido indie y el clasicismo rockero más orientado al público veterano tuvo cierto predicamento, el suficiente como para que la cita se repita como excusa para disfrutar de una noche algo más benigna térmicamente en el envidiable emplazamiento del Teatro de la Axerquía, que se perfila como uno de los grandes templos estivales al que peregrinar en busca de algunos grandes nombres y un sonido mucho más aceptable de lo previsto. En la edición de 2016, la principal apuesta del I Like Festival, y menuda apuesta, era la que se jugaba gran parte del presupuesto en el espectáculo en directo que en pleno siglo XXI proporciona don José María Sanz Beltrán, Loquillo para más señas, al frente de una banda muy superior en versatilidad y presencia a sus aún admirados Trogloditas, a los que –y después se darán las explicaciones necesarias- cada vez se les echa menos de menos. Perdón por la redundancia.

Pero antes, cuando el atardecer abría las puertas a la primera banda incluida en el mini cartel, los tímidos pasos que condujeron a los curiosos, porque el trío sobre el escenario tampoco tiene muchos seguidores de base por estas tierras, a descubrir las canciones incluidas en los dos discos de Ciclonautas se quedaron en eso, en esbozos de ovación y griteríos incipientes nunca culminados en el éxtasis que posteriormente reinó alrededor de las gradas. Algo en parte comprensible por el corte temático del trío, formado por el argentino “Mai” Medina (voz y guitarra), Javiertxo Pintor (bajo) y Alén Ayerdi (batería), conocido sobre todo el último por ser el hombre tras los platillos de Marea y demostrar que en su ámbito es seguramente uno de los grandes de la escena nacional. La prolongación de la gira de presentación de Bienvenidos Los Muertos, su segundo disco, los trajo a Córdoba con la actitud enérgica que les suele caracterizar y con mucha más voluntad que acierto. El trillado rock urbano que practican y la cavernosa y desafinada voz del rosarino enlazaron uno tras otro disparos como “Kamikaze del nido”, “Extraño”, “Mordiendo la luna”, “Pensamientos perros” y “¿Qué tal?”, tema este que les sirvió en su momento como título de su anterior primer álbum. El prestigio que les dio haber teloneado al mismísimo Slash en su última gira española ya lo tienen, ahora les falta afianzar sus pasos en un terreno hoyado ya por demasiados músicos a pie de calle. Apenas un leve calentamiento para arrastrarnos a otra propuesta casi igual de básica pero mucho más capacitada para el jolgorio que se le presupone a una velada de estas características.

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Los Zigarros son un combo de cuatro músicos que entienden el negocio como una oportunidad para divertirse haciendo lo que más les gusta. Eso se desprende al menos de la escucha de sus dos discos, cortados por los mismos patrones y dirigidos al mismo blanco: Rock and roll de base, directo y sin aditivos, armado con los acordes de siempre y tremendamente efectivo. De la escuela de Tequila, Burning, Chuck Berry, Creedence Clearwater Revival y cualquier otro nombre que pueda venirse a la cabeza en la citada onda. Normalmente son propensos a versionar a algunos y otros de ellos, pero en esta ocasión, obligados a resumir en el tiempo y el espacio su aún escasa discografía, apostaron por lo seguro. En A Todo Que Sí, un trabajo con mucha más chicha detrás de la que parece (no hay más que escucharlos en directo), se entregan a los juegos de cama en “Dentro de la ley”, el hedonismo descarado en “Baila conmigo”, la sinceridad que todos buscan y nadie demuestra en “Odiar me gusta” y sí, una revisión del tremendo “Old time rock and roll” de Bob Seger ahora retitulado “¿Qué demonios hago yo aquí?” que habla bien a las claras de la escuela vital y musical que debe conducir a estos valencianos, capitaneados por los hermanos Ovidi y Álvaro Tormo, a la liga donde juegan los grandes. No les faltan ni canciones ni presencia, y con “Hablar, hablar, hablar” se marcan un número tan rápido como eficaz de alma y espíritu canalla, lo mismo que en “Dispárame” o la brutal “Voy a bailar encima de ti”. Otra vez la diversión, el carpe diem, la resaca como medio de supervivencia y un despliegue conciso y vitaminado de consistencia sonora. Ahora, por fin, todo estaba casi listo para el banquete final.

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“Salud y rock & roll” tengamos todos. Que no nos falte una canción protesta que llevarnos a la boca, y para eso está “El mundo que conocimos”, ni una proclama de libertad como “A tono bravo”, porque la música se inventó precisamente para eso, para soltar amarras y sentir que “El mundo necesita hombres objeto”, tal vez ahora más que nunca. En el devenir de los tiempos, cuando el temporal económico y el desequilibrio social lo empiezan a hacer definitivamente inhabitable, una visita a la barra de confianza, la del Balmoral, es imprescindible para continuar marcando una “Línea clara” y redactar los presupuestos fundamentales de la “Memoria de jóvenes airados”. Para ti la vida que te lleva, para mí la vida que me quema, como dice “Cruzando el paraíso” el poeta del tupé y piernas en eterno juego, el que combate el paso de los años con la militancia y la generosidad, invitando a películas de “Arte y ensayo” a quien se atreva a entrar en su mundo y habitando “Territorios libres” cabalgando los riffs que le dan la vida, por cortesía de Mario Cobo (el penúltimo y grandísimo descubrimiento de nuestro hombre), Josu García (el productor oculto de su última referencia) e Igor Paskual (¿habrá otro guitarrista más elegante en el rock español?). Al impetuoso “Viento del este” que da alas y excusa al nuevo espectáculo no le hace falta acudir a “El hombre de negro” ni pasearse otra vez por “El rompeolas” para llegar a buen puerto, le basta con contar lo que nos puede suceder “En el final de los días” y hacerlo todo con la habitual elegancia, simplemente “Por amor”, aglutinando los estilos que han hecho de Loquillo la estrella indiscutible del rock español, ya pasada la barrera de los cincuenta y tantos. Aunque le pese, no es la única, pero sí puede que la más estable.

No es fácil mantenerse en estado de gracia después de que Sabino Méndez, el motor de una máquina que dejó funcionando con respiración asistida tras su marcha, abandonara un barco a la deriva que hoy remonta con la fuerza de un transatlántico. Es admirable la labor de reciclaje que este tipo lleva a cabo para dar forma a cada nuevo disco y gira. En esta, las teclas de Raúl Bernal, o Jean Paul, un apoyo insospechado en la nueva piel de algunos clásicos, es el soplo de aire fresco que ventila la precisión del percusor de Laurent Castagnet y la versatilidad del bajo de Alfonso Alcalá, pero en general el clima de camaradería, compenetración y solidez que se respira desde el escenario hacen que “La mataré”, “El rompeolas”, “Rock and roll star”, “Carne para Linda” y “El ritmo del garaje” suenen tan frescas y arrebatadoras que te hacen preguntarte por qué las abandonaste cual reliquias de otro tiempo al pensar que ya habían dado todo lo de sí que podían. Incluso sorprende, cuando no debería, el tramo que inaugura la segunda parte del concierto, la que reúne a la banda en un acogedor garito de Memphis en plena década de los cincuenta y recupera las joyitas de Código Rocker (“Quiero un camión”, “Chanel, cocaína y Don Perignon”, “Piratas”, “Esto no es Hawaii” y la primigenia “Eres un rocker”) como la nunca bien ponderada “El crujir de tus rodillas” y el placer de contemplar dos corazones “Tatuados”. No nos podíamos olvidar jamás, tratándose de quien preside el escenario, de acudir a esta cita bien armados de “Rock and roll actitud” y de apelar a nuestra vieja máxima que asegura que eso de ser “Feo, fuerte y formal” debe ser contemplado casi como una declaración de principios. Así, cuando se oye el guiño al gran Pepe Risi “En las calles de Madrid”, la puesta en libertad del golfo “Jim Dinamita” que Burning le (nos) legó para que la haga suya para siempre y el grito desamparado de “nenaaaaaaaaaaaa” que cierra las puertas del “Cadillac solitario” y de otra demostración de poderío, sabemos que podemos irnos a casa bien seguros de que el patrimonio de la música española, no ya solo del rock, está a buen recaudo con él. Y todo parece indicar que seguirá entregado a la causa, ahora que vive una enésima juventud y ha sabido reunir a una banda esplendorosa. Con toda franqueza, esto no fue exactamente un festival, fue el camino allanado a otra incontestable exhibición. Lo dicho, salud y rock and roll.

 

Un comentario en «I Like Festival – Teatro de la Axerquía, Cordoba (Viernes)»

  • crítica de fan, sin duda.apuntar que de los trogloditas, tan solo, echo en falta a Jordi Vila; con él ya sería la leche.

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