Joe Crepúsculo + El Columpio Asesino – El Ocho y Medio (Sala But) (Madrid)
El Ocho y Medio, club estandarte madrileño de lo indie y de lo que durante años se ha considerado la cara oculta de la música, llega ya a sus 11 años de celebración. Entre medias y entre tanto, los grupos que han pasado por allí, han consentido y contribuido a crear entorno a la antigua sala “Flamingos” un halo de respetuoso misticismo, ayudados por el inestimable boca-oreja de los jóvenes de la capital que han convertido, no sin razones, en un mito de la última década al pequeño club de la capital.
Este hermano pequeño del Rock-Ola ha continuado creciendo los fines de semana y empieza ahora una nueva etapa, en las noches de lo sábados y en su nueva casa de la sala But de la calle Barceló. Para recordar que sus puertas llevan abiertas ya más de una década se han traído para celebrarlo a Joe Crepúsculo y a El Columpio Asesino. El primero porque sirve como perfecto pequeño anfitrión y santo y seña del club y a los segundos, por su indiscutible pegada dentro del panorama musical patrio.
Joe Crespúsculo comenzó la noche quitándole la vergüenza a las pocas decenas de personas que estábamos dentro de la discoteca, y lo hizo primero literalmente, solicitando que la gente se acercara al escenario y luego, soltándose a pesar de no entrar a defender su repertorio más sólido. Joe parecía dispuesto a demostrar que su etapa de la broma, ya pertenece casi más al pasado que al tiempo actual, y mejorando presencia, sonido y consistencia, frente a las anteriores visitas por la capital, consiguió divertir a propios y extraños con unas canciones tan “naives”, absurdas y cómicas como sesudas. Un artista que va en una dirección bien definida y creciendo como adulto juguetón. No puede negarse que muchos de los que estábamos expectantes y mirando el espectáculo, quedamos algo desatendidos cuando vimos que llegó el final, a pesar de los ruegos de un bis, y que nos quedamos sin “La canción de tu vida”. Hubo un intento de vuelta al escenario pero los tiempos impidieron que Crepúsculo diera continuación a “Baraja de Cuchillos” o “El día de las medusas”, las que más entusiasmo levantaron entre los que nos consideramos amantes de los pitillos, entendido claro está, en su más amplia acepción.
Sin llegar a impregnar todo de los ritmos latinos que imperan en “Nuevo Ritmo”, su último disco mitad recopilatorio, mitad nuevo material, Joe supo andar en la cuerda floja entre el pop tropical y la charanga de la fiestas patronales, sin terminar de parecerse en ningún momento al organillo de la cabra y el gitano. Un buen acicate para quitarse el polvo acumulado en la semana laboral.
Lo de El Columpio Asesino ya es otra cuestión de Estado. Los pamploneses ya se pasean tranquilamente entre un pop rock autoritario cargado de potencia, que hace sonrojar a más de un compañero de generación. Siguen siendo evocadores en directo y cada canción es celebrada por sus fieles, como si del primer single se tratase. No puedo negar que la de esta noche no ha sido su actuación más comprometida, pero aún así no fallan en su anuncio del Apocalipsis, vía el primer single de su último disco Diamantes (2011). La canción “Toro” entró hace meses en el olimpo de la música española, y así lo refrenda un público enloquecido al reconocer los primeros acordes de la canción. Pero aunque el resto de composiciones no sean tan matemáticas, canciones como “On the floor”, “Dime que nunca lo has pensado” o “Perlas”, sirven para que la histeria colectiva no tenga freno. Una pena que no terminen de desterrar del repertorio canciones más dóciles como “Cisne de cristal”. Afortunadamente un buen paseo por su anterior disco La Gallina, permitió que viéramos una fotografía completa de la historia de la banda.
A pesar de que el viernes los cuchicheos entre los miembros del grupo no ayudaron a que nos sintiéramos tan cómplices como en otras ocasiones, ni a acallar los intensos blablas de todos aquellos que van a los conciertos a ver más que a escuchar, los hermanos Urizaleta han sabido dotar a la formación y a sus directos de una personalidad arrolladora, que se disfruta tanto en directo como en diferido. Si no fuera suficiente con defender el repertorio propio que traen debajo del brazo, digno de discografía clásica, los de Pamplona tiran hacia el final, de su quizá algo trillada, pero tremendamente efectiva, visión del “Vamos” de los Pixies, los considerados padres espirituales de la banda.
Una última puntualización, el hecho de que la batería ocupe la primera fila de la formación, termina llenando de ruido la actuación, dependiendo de qué salas; ya no es necesario discutir quién manda en la banda, así que creo que la banda se encuentra en un momento de buen pulmón para relegar al batería al fondo del escenario y crear así, si cabe aún más, una atmósfera profunda y menos de bombo y platillo. Una de nuestras mejores bandas, sin dudarlo.