Lagartija Nick – Sala Caracol (Madrid)
Si existe una banda sobre la faz de La Tierra incapaz de defraudar en directo, esa es Lagartija Nick. En la actual gira de presentación del flamante Zona de conflicto (11) – un trabajo profundo y sentido acerca de la contradicción y la pérdida- volvieron a realizar una exhibición brillante a su paso por Madrid.
Reconvertidos en trío y sin perder por ello ni un ápice de fuerza, sustentaron una puesta en escena donde la contundencia y la nitidez del sonido fueron los pilares. Caracol atronó desde el primer segundo: su nuevo álbum recupera el músculo de antaño y la actitud rocosa fue demoledora; así, ese pepinazo reciente que es “Crimen, sabotaje y creación”, seguido de rescates primerizos erigieron una muralla industriosa que recordaba por momentos los a NIN de “March of the pigs” en los iniciales envites de la velada.
Y es que su reciente lanzamiento, tras darle las adecuadas escuchas, nos recupera los mejores momentos de los granadinos alejándose de la sonoridad lacia de Larga duración (09) y de la aventura en solitario de Antonio Arias, Multiverso (09), del que curiosamente, rescató dos temas, una ralentizada “Desde una estrella enana” y la reposada “Génesis”, ambos ganando en directo tal y como lo viví antaño. Así, la conmovedora “Zona de conflicto” nos demuestra la genialidad lírica del visionario líder de Lagartija Nick y el crescendo sin fin de “Supercuerda”, junto a la inapelable “Tiempo de exposición” son más que motivos suficientes para celebrar uno de los episodios más memorables de este año.
Sus últimos trabajos anteriores a Zona de conflicto (11), pasaron de puntillas y su pop vitaminado sólo hizo aparición con las celebradas “Anoche soñé demasiado” y “20 versiones”. Por el contrario, discos descomunales como Su (95) y especialmente, su para mí obra cumbre, Inercia (92) tuvieron gran cabida: de ellos destaco la entrega con la que sonaron “Utilízame”, “Universal” y el binomio que cerró el bis con “Estratosfera” e “Inercia” seguidas.
Decir que los músicos estuvieron soberbios, desde el siempre inquieto y efectivo Antonio Arias – que combinó guitarra y bajo dependiendo del tema-, pasando por los punteos afilados del enorme Víctor Lapido y esa batería rítmica implacable que es Erik Jiménez. Maestros.