Nacho Goberna
Me equivoqué al pensar que La Dama se Esconde podía pasar al olvido
Apenas hace seis meses desde el lanzamiento de su segundo disco en solitario, Un Bosque de Té Verde y Nacho Goberna sigue invitando a cerrar los ojos y sentir. Es ese el mensaje del ex líder de la Dama se Esconde, quien en esta entrevista mira hacia dentro, cuenta cosas que nunca ha contado y recorre su trayectoria, desde los sentimientos del niño que se sentía diferente hasta quien ha sido capaz de dotar de música y letra a las emociones, pasando por el adolescente perdido de Agrimensor K y por el joven que abandonó en pleno éxito para que no le arrebataran la tierra de los sueños. http://www.youtube.com/watch?v=Lvl67hBPUO4 de “Jardín interior” es la mejor invitación para acudir el próximo día 15 al Teatro Lara de Madrid, para comprobar una vez más que ningún concierto de Nacho Goberna es igual a los anteriores. A ello contribuirán las cuerdas acompañando a algunos de los temas de Un Bosque…, la revisión de los grandes temas de La Dama, y, sobre todo, como él mismo dice, la luz múltiple que será el reflejo de las experiencias personales de cada uno de los que acudan, sabiendo todos que va a ser una ocasión única e irrepetible.
Nada más abrir el libro que acaba de publicarse con todo tu recorrido como compositor (“La tierra de los sueños”, Ediciones Oblicuas) uno se da cuenta de que el Bosque siempre ha estado ahí. “El Bosque estaba solitario…” Así comienza “El extraño”, una de tus primeras letras para “Agrimensor K” (1982). El Bosque aparece en las canciones de La Dama se Esconde y lo llena todo en tu nuevo disco en solitario. ¿Qué es, qué significa para ti?
Supongo que, habiendo nacido en una ciudad como San Sebastián, que está rodeada de bosques y de verde, el bosque ha sido para mí desde el principio parte de mi paisaje. Un paisaje que me ha acompañado durante toda mi vida y junto al cual he crecido, no sólo en San Sebastián, sino también en Galicia, de donde son mis padres y donde he vivido rodeado de árboles, de eucaliptos. Eso se une a que desde siempre he tenido una tendencia a buscar recogimiento y no hay silencio más explícito que el silencio que te puede ofrecer estar en un bosque rodeado de árboles que te escuchan sólo a ti.
En ese bosque de “El extraño” había “nubes negras, soledad”. El “Bosque de Té Verde” se torna más luminoso, con una frondosidad y espesura que parten de lo más hondo. ¿Cómo ha sido esa evolución, cómo ha cambiado dentro de ti la imagen del bosque?
Es difícil darle forma con palabras. El concepto de bosque y el bosque real al final se juntan en lo que ha sido mi vivencia desde que puedo recordar. Igual que me he sentido reflejado, protegido, envuelto y acunado por ese bosque del que hablábamos, a su vez el bosque ha evolucionado conmigo. Cuando escribí “El extraño” tenía 17 años y mi visión de la vida era bastante desesperanzada porque ya me planteaba la inconsistencia de todo lo que me rodeaba. Con el tiempo he ido aprendiendo que, aún sin variar esa forma de ver, de sentir el mundo que me rodea, es necesario luchar, esculpir. Y a la vez que he ido esculpiendo mi propia realidad he ido tamizando también esa forma de vivir y de imaginar el bosque. Ante esa constatación de los 17 años de que el mundo dejaba muchísimo que desear, con el tiempo uno se da cuenta de que realmente tiene que ser guerrero, luchar contra ello, y si no hay luz aportarla, inventarla.
¿Cómo puede completarse el retrato de ese chico de 17 años del que hablas, ese chico que se metió en la aventura con la que comenzó todo, la aventura de “Agrimensor K”?
Pues era una persona que no entendía nada, que llegaba a plantearse incluso por qué estaba aquí si nadie le había pedido permiso, que llegó a la música de una manera completamente casual. Había una guitarra acústica en casa de mis padres y un día la cogí sin saber tocar nada en absoluto y me di cuenta de que al pulsar dos notas, unirlas a una tercera y tararear encima llegaba un punto en el que surgía algo que por dentro sentía que era bonito. En muy poco espacio de tiempo eso me produjo semejante cantidad de satisfacción que decidí seguir investigando, seguir sumergiéndome en ese proceso de juntar notas y melodías de voz desde el absoluto desconocimiento, dando lugar a lo que se podría llamar canciones.
Lo cuentas más que como un descubrimiento, como una auténtica revelación, algo similar a los primeros balbuceos con el lenguaje.
Si seguí adelante fue porque la excitación de esos momentos con los primeros bocetos de canciones, ese nerviosismo a la hora de ver que surgían cosas que no había escuchado antes y que nacían de mí, me producía semejante descarga de adrenalina que me pareció fascinante. De hecho nunca había sentido nada parecido en mi vida.
¿Qué música, que lecturas te acompañaban entonces?
Bueno, ya lo he dicho muchas veces. La música que yo escuchaba con 16, 17 años, en la que me veía reflejado, era la música británica de principios de los 80. Ese chico introspectivo, tímido del que hablábamos, ese chico que se preguntaba el por qué de tanta inconsistencia en el mundo, encontró respuestas o al menos compañía a esas inquietudes en las canciones de esos grupos con los que entonces estaba emergiendo el denominado postpunk. Los discos de Joy Division, los primeros de los Cure, The Clash, Japan… En cuanto a lecturas, en esa época, prácticamente lo único que leía era a Kafka. De forma inconsciente lo que buscaba en la música y en los libros eran cosas que me reflejaran. Buscaba lo que no veía fuera, lo que no veía cuando salía de casa, cuando iba al colegio, cuando me encontraba a mis amigos en el parque, lo que realmente no encontraba en ningún lado. Eso es lo bonito que tiene el arte, la música, la literatura, que llena esas carencias, eso que no te ofrece la vida real.
“Un Bosque de Té Verde” empieza mucho más atrás, en el principio, en la infancia. “Un cuento” es un tema que entronca con otros de La Dama como “Amenazas”, “Un regalo” o “Mi cometa”. ¿Dónde está el niño que fuiste, sigues creyendo en las islas del tesoro?
De mi infancia recuerdo que me sentía diferente, aislado e incomprendido, y que no encontraba respeto a mi manera de ser. Crecí con un cierto sentimiento de culpabilidad por ser tímido, viví con ello toda mi infancia, y quizás todo ese camino es el que me llevó a preguntarme a los 16, 17 años, por qué estaba aquí si no lo había pedido. ¿Dónde está ese niño?. Pues al crecer me reconcilié con él, le di voz, me di cuenta de que realmente ser así, al menos para mí, era algo precioso. Tal vez por eso, desde el principio, con La Dama, a mis 20, 21 años, me dije: “me vais a escuchar, vais a escuchar a alguien que antes no podía decir nada defendiendo todo eso, defendiendo esa manera de ser, de vivir las cosas”. De pequeño uno es mudo, no puede enfrentarse con el mundo de los mayores, pero cuando crece sí puede decir no y mi manera de hacerlo fue con la música y las palabras, expresando lo que no podía decir entonces, lo que me hubiera gustado gritar a toda esa gente, a ciertos profesores y supuestos compañeros que en el colegio practicaban la violencia verbal o física. Eso es un poco lo que recogí y convertí en “leiv motiv” de mi vida a la hora de escribir canciones.
Ahí está la fantasía, la magia. Ahí están los cuentos, los castillos, los dragones…
Sí. Y tiene que ver con lo anterior. Para la sociedad en que viví, y me temo que sigue siendo exactamente igual, resultaba tan fantástico, tan de cuento, tan irreal, un dragón como ser un niño tímido, callado, distinto. De ahí que esa mirada a la fantasía, a todos esos mundos, no sea más que una reivindicación de ese ser que se sentía diferente, que no entendía nada. Me explico: Si yo era real, aunque me decían que era increíble que fuese así; si yo percibía perfectamente lo que era, la distancia abismal que me separaba de los otros, ¿por qué no iba a creer que más allá de lo aparente, de lo obvio, hubiesen otros entornos, otros caminos?¿Por qué del mismo modo que existía yo no iban a existir los dragones, las hadas, las princesas de cuento?.¿Por qué tenía que aceptar una única y supuesta verdad impuesta?
¿Ese abismo, esa distancia, sigue existiendo hoy?
Con el tiempo uno se curte, se vuelve más analítico, tiene más información, y, aunque en mi caso esa información no ha llegado a contradecir lo que ya sentía de niño, ahora tengo los recursos necesarios para enfrentarme a ello, para cuestionar en voz alta lo que la sociedad intenta imponernos como normas de conducta. Hoy no me siento como un músico o como un compositor diferente, sino como una persona distinta y sé que a mucha gente le pasa lo mismo. Lo que sucede es que a los que somos así el sistema nos prefiere callados, sumisos.
Has dicho repetidamente que la larga distancia entre tus últimos discos -ocho años entre lo último de La Dama y “Transparente”; otros ocho desde éste y “Un bosque de Té Verde”- tiene que ver con tu convicción de que sólo compones cuando sientes la necesidad de contar cosas nuevas. ¿Cuáles son esas novedades, esos descubrimientos que te han traído hasta un paisaje tan especial?
La vida nos escribe, la vida nos cuenta. Pero debo decir con respecto a esos grandes silencios que cuando acabé con La Dama se Esconde lo que quería era que se olvidara La Dama se Esconde. Y si saqué Transparente, aparte de otras razones artísticas, fue también porque pensé que ya había pasado el tiempo suficiente para el olvido. Lo habitual en este mundo es que si tienes un cierto éxito debes aprovecharlo y no dejar espacios de tiempo en blanco para sacarle todo el rédito posible, pero yo creo en las cosas en presente y en que cuando se acaban se deben acabar de verdad.
Pero no ha sido así. Muchas de las canciones de La Dama siguen grabadas a fuego en la biografía de mucha gente que siente que, gracias a ellas, descubrieron que más allá de la plana realidad, existían otros lugares con los que soñar.
Reconozco que me equivoqué, que era imposible que la gente se acercase a mis nuevos trabajos desde cero, que era lo que yo pretendía. No se olvidó ni se ha olvidado a La Dama se Esconde y eso ha sido una enseñanza que me ha hecho ver que ciertos mensajes trascienden a la exposición pública, a la publicidad más o menos continua. El tiempo me enseñó que esa necesidad mía de que se olvidara a la Dama era una quimera. Pero no me lo podía imaginar cuando acabé con ello. No podía pensar que 16 años después la gente iba a seguir recordando las canciones, cantándolas de memoria, sin saltarse una coma, en los conciertos.
Pero, ¿tan cansado estabas?
Cuando uno está ocho años de su vida en un proyecto tan intenso y tan metido en la vorágine comercial, te guste o no, como sucedió con La Dama, necesita salir, escapar, olvidarse radicalmente de todo, hasta de uno mismo. Me pareció que era la única manera de construir algo nuevo y cuando ocho años después hice “Transparente” fue cuando me di cuenta de que yo podía desear lo que quisiera pero que no podía gobernar los recuerdos y los sentimientos de las personas que vivieron, usaron y sintieron las palabras y las canciones que hice. Eso es precioso y me hace afirmar ahora que en cierto sentido fui egoista, egoista o ingenuo. El tiempo me ha enseñado que la Dama se Esconde ya no era sólo mía, que era de mucha más gente y que esa gente tenía la libertad para decidir si quería o no quería olvidarlo, dejarlo atrás o llevarlo dentro durante tiempo, tiempo y tiempo. Sí. Me equivoqué y me alegra haberme equivocado.
En cualquier caso, me imagino que lo que querías entonces era escapar de la industria, del ambiente musical, no de los mensajes de La Dama.
En absoluto hablo de los mensajes, pero también es cierto que después de estar ocho años sacando un disco cada 12 meses, uno acaba agotado. El primer disco de La Dama lo compuse a los 20 años y desde los 20 hasta los 28 lo único que hice fui escribir y componer. Estoy orgulloso de todo lo que hice, sigo creyendo en lo que había en el fondo de cada letra, por supuesto, pero durante esos ocho años también me sentí como en una cárcel, quizás no con el primer disco ni con el segundo, pero sí con los demás. Los mensajes siguen siendo los mismos porque en el fondo el Nacho de “Un Bosque de Té Verde”, el de “Transparente”, el de “La Tierra de los Sueños”, el de “Armarios y camas”, el de “Avestruces”, el de los seis años, es el mismo, pero cuando uno está dentro de un engranaje comercial con todo lo que significa, con tantísimas presiones, con tantísima estupidez alrededor, llega un momento en el que quiere olvidar. Pero no, no tiene nada que ver con los mensajes. Los mensajes no mueren, estaban incluso cuando aún no había cogido un bolígrafo en mi vida para escribir nada. Lo que pasa es que llegó un momento en el que me sentí asqueado porque fue agotador y en muchos casos muy ingrato, quizás por ser como soy, no digo que no.
“Un Bosque de Té Verde” es tu trabajo más introspectivo, es un viaje hacia dentro que roza el origen de las emociones; de ahí que tanta gente -no hay más que repasar los mensajes, los comentarios, en tu perfil de facebook- lo esté viviendo como algo especial, yo diría que como una experiencia que va más allá de la música. ¿Cómo se trazó la ruta de ese viaje?
Ya he dicho que ha habido cosas que he vivido, que no había experimentado antes y que me han hecho aprender, avanzar, ver la propia vida de una forma diferente. Todo eso me ha hecho profundizar en mí, mirar hacia mi lugar natural, ese que he llevado siempre conmigo y que me aisló en la niñez. Sin prejuicios, sin ataduras, me he asomado al fondo de la soledad. Puedo explicarlo así, pero también puedo decir que ha habido un proceso paralelo. Con La Dama, aunque asqueado por muchas cosas, por el engranaje musical, me sentía acompañado por gente, era parte de un pequeño ejército. Con “Transparente” y especialmente con “Un Bosque” me sentí solo y cuando en plena batalla uno se siente solo, sin nadie, tiene dos opciones: o asustarse o lanzarse al vacío de la forma más absolutamente descarada, visceral y libre que pueda. ¿Dónde estaban las fronteras para contar, para expresar? No existían. No había nada que perder, no había que dar explicaciones a nadie. Así, con esa sensación empecé el viaje hacia “Un Bosque de Té Verde”; por eso es un disco tan especial.
Insisto en la idea de que hay toda una filosofía detrás de este conjunto de canciones. Hay un llamamiento a cerrar los ojos, a cultivar los jardines interiores, a sentir, a tener esperanza en el mañana, en lo que de verdad somos por dentro.
Sí. Y aquí volvemos al niño, a todo aquello que el niño de seis años, desde esa ausencia de razonamientos, quería, necesitaba y no veía. Por eso quizás “Un Bosque de Té Verde” es el disco más infantil que he hecho nunca. Y no soy sólo yo, hay mucha más personas que optan por no olvidar que fueron niños, por no negar lo que sintieron entonces y que, muy al contrario, lo que hacen es darse cuenta de que aquello que sentían al final es lo mismo que siguen buscando, queriendo y pidiendo cuando son mayores. Es como cerrar un círculo: aceptarte a ti mismo y aceptar también lo que tanta gente se resiste a aceptar, que el mundo está basado en pilares totalmente distorsionados, que es como un castillo de arena. Muchos se desenvuelven muy bien dentro de ese castillo, entre tanta falacia y mentira, pero otros muchos no, y son estos últimos los que en “Un Bosque de Té Verde” se encuentra en su tierra, en su paisaje natural.
¿Y el proceso de composición cómo fue, cómo transcurrió la ruta?
Lo que tengo claro es que en todo el proceso, que duró unos ocho meses, sentí que estaba solo, pero acompañado. Dicho de otra forma; el disco se escribió a sí mismo. No soy consciente de cómo fue ni podría repetir el trayecto. Era tal esa sensación que una y otra vez me decía a mí mismo: “Si mi disco duro se estropea y tuviera que rehacer todo me sería imposible”. Algunas veces me han dicho con alguna letra de los primeros discos de La Dama que parecía escritura automática. Bueno, pues entonces “Un Bosque de Té Verde” fue una composición automática porque ni yo mismo controlaba el proceso. Sucedió, además con todas las canciones, fue como entrar en trance. Por las noches, cuando acababa las sesiones, me preguntaba: ¿pero qué está pasando aquí ?, y al final la única explicación que he encontrado es que se produjo una especie de cortacircuito de mi parte racional, de mi pensamiento, y tomó poder en mí, de forma desbocada, salvaje, mi lado interior. Hubo una revolución no buscada, completamente transparente, de las emociones, y todo lo demás se tuvo que esconder, pasó a segundo plano. Todo fluyó desde lo más profundo como jamás en mi vida me había pasado. He podido valorar las canciones, las armonías, las melodías, las letras una vez acabado el disco. Hasta entonces sólo dejé que ocurriera lo que tenía que ocurrir y eso explica también que “Un Bosque” sea un todo, un todo que se lee canción a canción.
Has dicho que te has sentido solo y, efectivamente, has estado solo, has lanzando este disco sin industria detrás, sin engranaje, controlando todo el proceso a través de tu propio sello, Closer Popnography, con todo lo positivo y lo negativo que ello conlleva, y en tiempos de cambio, no precisamente buenos para el panorama musical. Qué contraste a lo vivido con La Dama. ¿no?
Es un paisaje radicalmente diferente al que viví con La Dama, es cierto, y en ese sentido quizás haya sido un camino natural. Yo siempre he escrito las canciones, letras y músicas, sin contar con nadie, absolutamente todo yo. Y de ahí he ido avanzando hasta hacerme cargo de todo lo demás, la distribución, la promoción, etcétera, con un sello discográfico propio. Es más cómodo centrarte en la composición y que otros hagan el resto del trabajo, pero también es verdad que en el proceso de abrir las puertas del disco al mundo, de llevarlo al resto de la gente, hay decisiones que pueden corromper el lenguaje, el sentido de lo que hay, y si tú lo haces todo, si tú eres culpable de todo, desde luego acompañado de gente cómplice, muy querida, entonces puedes llevar la coherencia al límite.
Esa soledad se rompe cuando sales al escenario. ¿Cómo ha sido esa vuelta al mundo de los focos, de los escenarios, del que saliste huyendo?
Permíteme una salvedad, la soledad cuando uno se sube a un escenario se rompe o no. Imaginemos una sala ante unas 300 personas en la que lo correcto es aceptar que estás dentro de una multitud, pero también está la posibilidad de que esas 300 personas durante esas dos horas de concierto, aún estando rodeadas y percibiendo el calor de la gente que está alrededor, se sientan solas, se miren a sí mismos. Esto es lo que quiero transmitir con cada uno de los conciertos que estoy ofreciendo: estamos juntos, pero somos nosotros, uno a uno, con nuestras vivencias, con nuestro sentir, con nuestra propia lectura. No nos convertimos en un rebaño de ovejas. Estoy yo y soy tan importante como el resto de la gente que está ahí. Me gusta esa imagen y es eso lo que intento disfrutar cuando me subo a un escenario. Frente a los grandes conciertos multitudinarios en los que uno desaparece para ser parte de un todo, en mis directos no somos un todo, somos un uno a uno, diferentes personas que viven de forma distinta lo que están experimentando, lo que están escuchando.