Orbital – Optical Delusion (Orbital recordings Ltd.)
Orbital siguen en la brecha, y lo hacen en plena forma en la parte productiva, alumbrando un nuevo disco de estudio que completa en lo creativo al aperitivo que sirvieron por su 30 aniversario. A estas alturas de la historia, es fácil preguntarse si todos los grandes nombres de la electronica de los 90 que siguen dando la tabarra lo han hecho por los mismos motivos. No hay que llevarse a engaño: la trayectoria de los londinenses no es la misma que la de los prolíficos Underworld o The Chemical Brothers o los cada vez más artísticamente mermados The Prodigy, cuyas discografías no han tenido tanto salto en el tiempo como la de Orbital.
Pareciera por este mismo motivo que los Hartnoll se han despachado a gusto con este Optical Delusion, recuperando el tiempo perdido y generando cierta renovación sin perder un ápice de su marca personal. Es decir, desde aquel Monsters Exists (ACP, 2018) que rompió con seis años de sequía en formato larga duración, mucho ha pasado, desde la pandemia a la tendencia de invitados por doquier para sustituir los muestreos vocálicos, pero Orbital ha intentado de manera más o menos exitosa aglutinar muchos estilos en este su décimo elepé.
La apertura, «Ringa Ringa (The Old Pandemic Folk Song)», por ejemplo, funciona casi como el recordatorio de la esencia orbitalesca que, si bien en sus principios básicos, consigue heredar el sonido de los primeros álbumes que se hace más evidente incluso en “The New Abnormal”. Esa genética se replica como sustrato de bases entrecortadas en la mayoría de esta casi hora de resurrección, sea esta más techno puro (“Day One”) o guitarrero (“Dirty Rat”), más pop («Are You Alive?»), de principios elementales del breakbeat y el drum’n’bass (“Requiem for the Pre-Apocalypse”) o incluso algunas gamberradas de peligrosa reminiscencia afrancesada (“You Are The Frequency”).
Sirvan estos cortes mencionados como guía para adentrarnos en el elemento antes apuntado, el de los invitados a participar en este elepé. La pregunta no es tanto quién, sino por qué. Podemos ahondar en la imperiosa necesidad que desde hace años todas las grandes firmas de la electrónica que han sobrepasado el umbral de lo popular han tenido con esta moda de carácter urgente. Ahí están los ejemplos del último álbum de Faithless o unos cuantos de los hermanos mancunianos, pero más allá de en las remezclas, la proliferación de colaboradores en cuatro quintos de un disco es algo novedoso en los Hartnoll. O, por lo menos, con esa densidad.
Independientemente de la nómina (Anna B. Savage, Penelope Isles, Dina Ipavic o The Little Pest, por citar la mitad), es importante cuestionarse si su aportación rompe con la dinámica del sagrado muestreo o si es un guiño hacia la humanización y, sobre todo, a su proliferación en las redes neuronales de la industria. Bueno, en el fondo da igual, porque entre tanto río revuelto siempre habrá ganancia de pescadores, y para el oyente, ese premio gordo es la entrada de la japonesa Coppé, que deja en “Moon Princess” un cierre que hace que hasta merezca la pena tanto fijo discontinuo.