Portishead – Poble Espanyol (Barcelona)
Con los ecos de la maravillosa “Wandering star” todavía repiqueteando en mi cabeza, emprendo el recuerdo de esa noche, para intentar mínimamente transmitir lo que otra vez Portishead consiguieron hacer. Sería bueno lograr huir de tanto lugar común a la hora de reseñar lo que es un concierto de Portishead, pero es difícil, muy difícil escapar de nombres y adjetivos que indiquen solemnidad, expresen liturgia, hablen de fe y subrayen la veneración cuando de lo que se trata es de describir el descalabro emocional que te produce uno de sus conciertos.
Unas composiciones tremendamente bizarras que ya en reproductor digital suenan muy cercanas, pero que en directo son tremendamente desgarradoras. Una emoción tras otra, perfectamente ejecutada, con un sonido algo anhelante de más potencia, y con la imagen de esa granjera del pop que es Beth Gibbons.
Hablar de trip hop ahora carece de sentido cuando lo que se busca es devolverles el favor a Portishead por hacer tan bien lo que tienen que hacer, a ellos nunca les gustó el término, y además ha perdido la acepción que le emparentaba con los de Bristol. No me atrevo a decir si son ellos los que han tomado otro camino o simplemente el término trip hop no ha sabido envejecer. Pero esa noche no había diccionario capaz de etiquetar esas emociones, fuertes, intensas y nada nada contraídas, no hubo sonidos machacones, ni siquiera un superfluo scratch, todo colocado en su sitio. Portishead vencieron desde Montjuic al caer la noche de San Juan, casi ahogando por completo los ecos que celebraban los goles de algún partido con el que aquella noche les tocó competir. Sonido sepulcral entre las filas de oyentes. Enhorabuena, la música ha vuelto a ganar.
Abriendo el concierto de la misma manera con la que rompen el silencio al comienzo de su LP Third, preguntan a quien quieran escucharles did you know when you lost? arremetiendo con “Silence”, en esa plaza tan peculiar, donde la música era más real que la mampostería que nos rodeaba. Lo que les hace especiales a Portishead es que la actitud no tiene nada de forzada, gracias a la reticencia de la propia Beth Gibbons a dar la cara cuando no está cantando. Sabe apartarse del foco para imprimir más la violencia sentimental que suponen sus conciertos. Es fácil sentir pena por la gente que no sabe o no puede disfrutar de las canciones que aparecieron en el concierto, casi todas ellas extraídas de Dummy y de su ya vitoreado Third, así desgranaron con un ritual prácticamente calcado al que rezaron en la pasada edición del FIB, canciones como “Mysterons”,“Roads” o “Numb”, mientras que del tercer LP nos sacudieron de lo lindo por ejemplo con un “Nylon Smile” saboreada con la misma lentitud con la que se iba sirviendo en los platos.
El momento llamarada de la noche se extendió con los palos que la policía daba en las desgraciadamente familiares imágenes de la represión del movimiento 15-M, y que venían adornando en la inmensa pantalla a la turbulenta versión de “Machine gun”, profunda como el ruido de motor de un helicóptero. Algo escaso de duración, que no de emoción como venimos afirmando, la misa tocaba a su fin con el bis que estrenó “Roads”, donde ya no cabía ni un solo vello por erizar, para que en un arrebato de locura, Beth Gibbons se tirase desaforada a apretar las manos de los primeros espadas, mientras alargaban “We carry on” hasta la extenuación. Orgullosos de haber comulgado otra vez en esta misma religión, y es que lo de Portishead ya no se llamará trip hop, ni sé siquiera de que va, aunque me da mí que lo de Portishead va de música electrónica, va de música clásica y va de la gente que les mira, que les oye y que sobre todo, les siente y les entiende.
No fue tan bien entendida toda la parafernalia que se montó alrededor de Portishead, en teoría el concierto fue la excusa que sirvió para montar un pequeño festival supuestamente dibujado a medida alrededor de los de Bristol, pero desgraciadamente ni la afluencia de público ni el interés de los que estaban allí, más interesados en comer palomitas y ver los calentamientos del fútbol de turno hicieron que resultara nada reseñable, un poco indiferentes desde las escaleras y desparramado en cualquier lugar a la sombra de la plaza del pueblo asistimos con gusto al recital sonoro de Thought Forms, ya algo más incredulos e indiferenes al sonido más machacado de Animic y finalmente faltos de interés ante la puesta en escena de MF Doom, parapetado tras una máscara que resultó ser lo más reseñable de su corta actuación. Por la noche la fiesta continuaba en la sala Razzmatazz pero algunos decidimos guardarnos la cantinela de los de Geoff Barrow en la cabeza antes de que fuera devorada por el sonido de Bear in Heaven, el grupo más reseñable de todos los que estaban programados.
La próxima vez queremos tener más Portishead, aunque vengan con menos amigos.