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The Black Crowes (Sant Jordi Club) Barcelona 16/10/22

Leer los titulares diarios acerca de las tensiones geopolíticas entre los dos países con los mayores arsenales nucleares del mundo puede ser desorientador y nos catapulta hasta cualquier década de la segunda mitad del siglo pasado, confirmando la idea de que poco ha cambiado.

El domingo por la noche en Barcelona, el ambiente en el concierto de The Black Crowes, aplazado dos veces debido al Covid-19, era de poca ayuda para ubicarnos en una época definida. El vocalista y letrista Chris Robinson y su hermano Rich, compositor y guitarrista rítmico, se vistieron con elegantes blazers sobre camisas parcialmente abotonadas de las que el vello del pecho se asomaba hacia la multitud. Una parte del escenario se construyó para parecerse a un antiguo juke joint con una barra supervisada por un caballero con esmoquin de un apasionante color rosa salmón y una pechera postiza con volantes desbordantes; como cualquier barman honesto, robaba tragos clandestinos de sus productos durante el espectáculo de una hora y cuarenta y cinco minutos. Para complicar aún más aquello de espacio-tiempo, antes de salir la banda había una rocola Wurlitzer en el escenario tocando “Shake your money maker”, la canción blues grabada por Elmore James en 1961. Incluso en sus detalles arquitectónicos, el recinto se resistía a ubicarse en un período específico: el suelo de concreto sin pintar y las paredes de hormigón desnudo del Sant Jordi Club de Barcelona recordaban un poco a los elementos fríos pero eficientes del brutalismo soviético de los setentas y ochentas. ¿No estábamos en un concierto de rock en la segunda década del siglo XXI? Tal vez nos habíamos colado detrás del Telón de Acero para mostrar nuestra cultura occidental decadente, nuestros Levi’s, goma de mascar y nuestro perverso rock ‘n’ roll.

Aún así, para cuando la banda subió al escenario y la fornida introducción de “Twice as hard” estaba chamuscando el aire, sabíamos exactamente dónde estábamos y quiénes éramos: en una parada de la gira mundial de The Black Crowes, cómodos en nuestro papel de avatares envejecidos del rock de los noventa. La razón de ser de la gira es celebrar el trigésimo aniversario del disco quíntuple platino de 1990, Shake Your Money Maker. Y como prometido, la banda hizo exactamente eso, iniciando el concierto tocando en orden las diez canciones del álbum. Este segmento de unos cincuenta minutos fue pura eficiencia aerodinámica. La única desviación de las grabaciones de estudio fueron las salidas de Chris Robinson, en las que según conté, dijo las palabras “rock” o “rock ‘n’ roll” cinco veces, asegurándonos las certezas geográficas y temporales de que estábamos en un espectáculo de “RAAAK”. Sin embargo, bajo mi atenta supervisión, para el crédito infinito del Señor Robinson, sus autorreferencias nunca le llevaron a extender sus dedos para hacer el gesto de la mano cornuta, ni siquiera una vez.

Desde la primera canción de la noche hasta la última, Chris Robinson saltaba y vibraba, moviéndose de forma andrógina como Mick Jagger. En “Jealous again” su voz dotada se filtraba a través de las ráfagas de tiple provenientes de la Fender Telecaster de Rich Robinson, que de por sí temblaba por encima del retumbo de los cimientos del bajo de Sven Pipien. Cuando las notas de órgano del teclista Erik Deutsch alcanzaron alturas eufóricas en “Seeing things”, las contribuciones dulzonas de las coristas Mackenzie Adams y Leslie Grant sirvieron como fuerzas restauradoras, guiando la melodía de regreso a su hermoso equilibrio. Justo después de que la banda terminara de tocar el final de “Stare it cold” con ritmo cargado de metanfetamina, una mujer a mi lado, dijo: “Tío, ¡esta banda sigue siendo la hostia!”. Estuve de acuerdo y, en un intento patético de usar el sentido del humor para ligar, dije que todo seguía igual menos las patas de “cuervo” alrededor de los ojos de los hermanos Robinson. Luego me enteré que la expresión idiomática en español es patas de “gallo”, siendo su homóloga en inglés crow’s feet.

En lo que se ha vuelto universal para la mayoría de los conciertos de rock, hubo un acompañamiento cantado por la multitud; esta noche, como era de prever, ocurrió durante la semi-acústica “She talks to angels”. ¿Y por qué demonios no? La canción fue después de todo un mega-éxito y es una entrada legítima en el canon del pop-rock de las últimas tres décadas.

Una vez que Shake Your Money Maker se tocó en su totalidad, el espectáculo se volvió menos coreografiado, quizás refutando la noción de que esta gira de The Black Crowes es meramente por la pasta o simplemente un ejercicio de nostalgia. Las selecciones incluyeron canciones desde The Southern Harmony and Musical Companion de 1992 hasta Before the Frost…Until the Freeze de 2009. La cadencia metronómica del baterista Brian Griffin fue la base sobre la cual el guitarrista principal Isiah Mitchell montó solos extendidos en el transcurso de una interpretación de diez minutos de “Thorn in my pride”. Posteriormente, los inconfundibles cambios de acordes y la letra atemporal de “Remedy” cerraron el set.

Ahora todo lo que quedaba del espectáculo era el bis, “Moonage daydream” de David Bowie, que dio lugar a aclamaciones bulliciosas de la multitud y reafirmando categóricamente que nada ha cambiado, excepto las patas de “cuervos” alrededor de nuestros ojos.

Fotos The Black Crowes: David Alert (portada) y Juan Moreira

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