Conciertos

The Drums + Okkervil River – Teatro Circo Price (Madrid)

Madrid es una ciudad extrema, sólo hay frío o calor, vacaciones o trabajo, blanco o negro, no es una ciudad de grises. Pero ayer hizo una excepción con la repentina llegada del invierno, que en Madrid comienza el 1 de septiembre, y permitió al otoño entrar a la ciudad en un día gris fresco y tormentoso, pintándolo todo oscuro por el fin de las vacaciones y la tan temida vuelta al trabajo de los directores de oficina. En este ambiente tan poco propicio para la exaltación, los valientes programadores del Heineken Music Selector, tal vez sabedores de esta doble polaridad de la ciudad, nos citaron en la misma noche con el pop-rock sureño para adultos de Okkervil River y la electricidad motriz para casi adolescentes de los neoyorquinos The Drums.

A pesar de que el concierto iba a ser retransmitido por la radio pública, lo que nos da una idea sobre la magnitud del evento, el papel vendido sólo completó la entrada general de pista, dejando prácticamente vacías las cómodas butacas de las tribunas.

Para mi sorpresa los primeros en hacerse con el escenario, porque desde mi ignorancia los consideraba el plato fuerte de la noche (como luego se confirmó) fueron los de Texas. Me provocó un triste malestar que el público llegara con casi media hora de retraso sobre la hora de inicio prevista, lo que supuso que las primeras balas musicales disparadas por los sureños, fueran casi balas perdidas, hiriendo de gozo sólo a unos pocos. Saludos del líder Will Sheff en castellano “Hola somos Okkervil River” y empezó la violencia cruda y seca de un rock, de un pop y de un concierto con trascendencia suavemente aniquiladora. Ayudados por la buena acústica de la sala el potente y enérgico sonido de la banda nos abrió en canal ya en la segunda canción del repertorio, “For Real”. La rabiosa actuación tuvo dos protagonistas indiscutibles durante la hora en que se alargó el concierto. Por un lado su cancionero y el poder darse cuenta de las sorprendentes virtudes al desnudo de unas canciones, a las que el corsé del disco grabado se les queda pequeño. Decir que sus composiciones ganan puntos en directo es quedarse cortos. Estar allí presente y perplejo ante las mismas canciones que has oído en los discos, es como si comparases una excursión con el colegio al Zoo  e ir a matar lobos al monte con tus propias manos.

El segundo protagonista de la noche fue la pletórica figura de un Will Sheff desbordado y alterado como frontman,  que durante toda la noche, sin dar tregua al respiro ni para subirse las gafas que casi terminan cayéndose, nos dejó disfrutar y bien de lo lindo, de una especie de impersonator de Patrick Wolf sesudo con muchos y grandes ramalazos a lo Jarvis Cocker. Digna de mención y admiración fue también la labor del batería, corazón-motor que bombeaba rápido y audaz desde una privilegiada posición del escenario; el bueno de Brian Cassidy ejerciendo de brazo derecho de Will Sheff y una multi instrumentista Lauren Gurguiolo ataviada como la familia de Rednecks de los Simpson, que con agilidad enamoraba a golpe de bajo, violín o banjo.

En cuanto a repertorio, obtuvieron mayor calado entre el público, que finalmente logró abarrotar la pista, las que formaban parte del álbum The Stage Names. Pero la altivez con la que asaetaron “The Valley”, de su último disco I am very far, con mucho reverb y grandes dosis de violín, los puso a la altura de unos Wilco sin exceso de testosterona o de unos Rolling Stones pasados por la ducha. Unos roqueros de biblioteca que se reían con las palmadas flamencas con las que acompañamos alguna canción, mientras nos dirigían exaltados a ese épico final que emulaba, en distinto grado, el suicidio de Ziggy Stardust, mientras Will Shef nos rogaba con gran convicción que levantáramos los brazos… show me your hands!  Terminamos por los suelos ¡Bravo!

Ante un tímido público de Madrid que capitaneaba Lourdes Hernández, la cara y la voz bonita de Russian Red, desde la segunda fila de la pista, se presentaron los neoyorquinos The Drums. Supuestos vencedores por cartel de la noche. A pesar de su origen, los de Brooklyn venían impregnados con un tufillo british que no sólo se dejaba oler y ver en su directo, sino también en sus grabaciones. De primeras, sorprende lo en serio que se toman a sí mismos, algo que les aleja de otras bandas del momento, aunque a medida que avanzaba el concierto me preguntaba si lo hacían de manera suficiente. Jugaban con puntos de ventaja, porque durante los primeros minutos de partido era el público quien ponía el punto de emoción a la cosa y no al revés, como suele ser habitual. Se veían las caras de ilusión en la gente, como un niño que espera a abrir un regalo de Reyes. Pero no supieron aprovechar esta ventaja y el final del partido resultó empate. Con un sonido más que decente (aunque no tan pulcro como del que había disfrutado el grupo de Austin) Jonathan Pierce ejerció de diva de ceremonia, divirtiendo a propios y extraños con unos bailecitos muy de corista de Julio Iglesias. Los primero vítores, a parte de alguna referencia hecha en voz alta sobre sus movimientos de caderas, llegaron cuando The Drums la tomaron con “Best Friend” su creación más Morriseyniana, fiel reproducción de la versión grabada, sin más. Lejos de enloquecer, el público disfrutaba, se bailaba y se reía. Dos mariliendres entradas en carnes que bailaban a mi lado, entraban en éxtasis con cada golpe de efecto del rubio flequillo. La pose de diva de Jonathan Pierce tanto divertía como le alejaba de un público que seguía esperando la gran eclosión y que nunca llegó. Ni siquiera se dignaron con su gran petardazo “Let´s go surfing”, a la que han matado antes de bautizarla como himno generacional. Como recompensa, nos mostraron varias de las nuevas canciones, que ya suenan alejadas del sonido surf del que parecen renegar y algo más cercanas a la niebla londinense. Me pareció vislumbrar un marcado acento a los Strokes en algunas de ellas. “Down by water” destacó por encima del elenco de canciones, tal vez por su sobriedad, lo que debería hacerles pensar en ir desterrando de su maleta de viaje sus señas de identidad, el teclado y el sintetizador y empezar a ser más taciturnos, para que en directo se pueda ver al toro que llevan dentro, imposible de ver con tanto abanico de pluma indie.

Pasado el ecuador, desde mi asiento y sin dificultad pude contar hasta dos bostezos en primera fila. De poco les sirvió recordarnos en plan gracioso que se habían acabado las vacaciones. El concierto se iba a quedar en irregular, con público y artista mostrando signos de agotamiento y eso no mola ¿verdad? En definitiva, una puesta en carne y hueso de unas canciones que ya habremos olvidado con la publicación del próximo número de nuestra revista de tendencias favorita. Aunque eso sí, al final tiraron el micro al suelo, porque ellos sí que son malotes…oooooohhhh!!!

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