Discos

The Flaming Lips – Embryonic (Warner)

Se acabaron los juegos. The Flaming Lips no se estanca, regresa a las distorsiones y lo hace dando un paso más en su carrera. Embryonic no es una continuación del perfecto The soft bulletin (1999) ni tampoco del maravilloso Yoshimi Battles the Pink Robots (2002). Sin embargo, este nuevo disco no se podría entender sin estos dos, igual que tampoco se entendería sin la etapa más salvaje del grupo. A pesar de ello el décimo álbum de la banda está muy lejos de esa primera etapa de The Flaming Lips con discos auténticamente delirantes y ruidosos.

Embryonic,
en general, no es fácil de escuchar y algunas de sus canciones llegan incluso a irritar («Aquarius sabotatge» y «Scorpio sword»). No obstante, en cada escucha se van valorando y descubriendo nuevos detalles y estas, en su mayoría, 18 contundentes composiciones van cobrando más sentido. Un trabajo que hay que entenderlo como un todo, con sus subidas, sus descensos y sus locuras y, tras más de diez escuchas se empieza a tolerar y a valorar más que positivamente el cambio de The Flaming Lips.

Las distorsiones, algunas más ruidosas y otras más melódicas, se han echo con Embryonic. Un elemento más exagerado si se le une la voz distorsionada de Wayne Coyne y guitarras psicodélicas, como en «Powerless», que recuerdan a la primera etapa más oscura de The Velvet Underground. En este disco no se encuentran grandes hits como «Race for the Prize», «Waitin’ for a Superman» o «Do You Realize?», pero hay preciosas canciones como el mismo arranque del disco: «Convinced of the hex» y «The sparrow looks up at the machine». 
   
En Embryonic no todo es ruido ni psicodelia, ya que también hay espacio para canciones más ambientales y entre ellas destaca «I can’t be a frog». De las pocas canciones del disco que recuerdan a los Flaming Lips más espaciales, de Yoshimi Battles the Pink Robots. Bella, inocente, traviesa.  Le acompañan otras como «Gemini syringes» o «Evil».

Me cayó confeti mientras saltaba al ritmo de «Race for the Prize», vi como Coyne pasaba por encima de mi cabeza dentro de una bola de plástico enorme, aplaudí a unos tíos vestidos de conejo y veo a The soft bulletin como uno de los mejores discos. Embryonic es un paso más dentro de toda esta locura y hay que darle una, dos, tres y varias oportunidades. Al final, no defrauda e incluso termina sorprendiendo.

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