Discos

The Streets – A grand don’t come for free (679/Warner)

¿Un genio nace o se hace? Si uno se fija para responder en Mike Skinner la respuesta sería la primera alternativa. Pero eso es algo que no se demuestra ni con una fórmula eficaz para la respuesta masiva, ni con la fortuna de hacer un –en este caso, primer- disco revolucionario, tal y como fue Original pirate material (2002). Todo lo contrario. Como diría el poeta: “Se hace camino al andar”.

Y eso, precisamente, es lo que está logrando este imberbe inglés. The Streets ha vuelto a escupir a la cara a todos aquellos que afirman que la música está atascada desde hace mucho tiempo. Digo bien, la música, no el hip hop. Porque A grand don’t come for free, al igual que el anterior trabajo, no puede enmarcarse bajo ninguna etiqueta, es imposible precintarlo. Se escapa. Ni hip hop, ni garage, ni pop… todo a la vez. Todo junto homenajeando, y a la vez animando, a la creatividad sin fronteras.

Es cierto que Mike hace algo parecido a rapear, aunque más bien parece que nos está narrando crudamente la realidad de una parte de la juventud británica (universal, diría yo), perezosa, cuyos días pasan entre cervezas, novias, DVD’s y peleas. Sus letras van directas al cerebro de los ofendidos y al corazón de los progenitores, sin dudas, como un dardo envenenado de verdad.

A grand don’t come for free es la historia de chico inglés narrada canción tras canción y que, con 50 libras en el bolsillo, nos traduce lo que cualquiera puede vivir hoy en día entre los 17 y 25 años. Desde ser adicto al juego y perder lo poco que tiene, incluido a una novia que le expulsa de su casa (“Get out of my house”, de las mejores del disco), hasta pasar por engañar a su propia chica (“Fit but you know it”), arrepentirse (“Such a twat”) y pedir perdón. Aunque, como no podía ser menos, nuestro protagonista volverá a ser rechazado.

Pero la genialidad no sólo está en la lírica, las composiciones, los arreglos también van más allá de la basura a la que están acostumbrados nuestros oídos. Como ocurre con los riffs de “It was supposed to be easy”, los bajos de “***Not addicted***” o poniendo los sentimientos sobre una mesa de carnicero en “Wouldn’t have it any other way” o “Dry your eyes”. Y, por supuesto, esa lección de modernidad que se encarga de dar (sin él quererlo) a la bandera de la modernidad que siempre ondea en la mano de un desfasado Damon Albarn.

Mike Skinner no sólo ha creado otra obra maestra sin discusión, es el precursor de un nuevo estilo sin definición, el impulsor del futuro de la música. Impresionante se mire por donde se mire.

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