Thirty Seconds To Mars (WiZink Center) Madrid 27/05/24 

Todo a lo bestia. Cuanto más, mejor. La premisa está clara para Thirty Seconds To Mars: el espectáculo es lo primero; casi lo único. El paso de los hermanos Jared y Shannon Leto junto al multinstrumentista (sobre todo guitarrista) Stevie Aiello por Madrid, dentro de su gira ‘Season World Tour 2024’, evidenció la grandilocuencia mastodóntica del invento, ante un WiZink Center prácticamente lleno y ansioso de ese tipo de carnaza específica que oferta el trío norteamericano.

En la práctica, la actuación de Thirty Seconds To Mars puede interpretarse de dos maneras, con ambas lecturas luciendo lícitas. La primera consiste en entender el asunto, precisamente, como puro espectáculo, en el sentido más estricto del término. Todo medido y extremadamente calculado (como en una de esas películas en las que ha brillado el propio Jared Leto) para que la vistosidad extrema del asunto capte el foco principal (y único). Consiste, si se opta por esta opción, en dejarse llevar por ese torrente de pirotecnia (por momentos literal) que incluye una cámara en el túnel que lleva al escenario, láseres, llamaradas, confeti, proyecciones, globos, lanzallamas, público sobre el escenario, parrafadas filosóficas y chispas.

Pero, ante todo, destaca la intensísima presencia de Leto, un tipo licenciado en arte dramático metido hasta las trancas en su papel de estrella del rock que ha estudiado el personaje devorando vídeos de David Bowie (en su época más glam y de Ziggy Stardust), James Brown, Elvis Presley, Marilyn Manson, Little Richard o Gene Simmons deKiss. Ningún efecto será escatimado en visos de conseguir el objetivo final, desde la capa plateada a la gesticulación indiscriminada, pasando por el ondeo de la bandera de España (y camiseta de la selección), el discurso complaciente o los dientes de oro, a las que sumar una, por otro lado, convincente ejecución vocal. En efecto, Leto apura hasta el límite las exigencias de su personaje y consigue que la maquinaria funcione, si damos de paso que estamos viendo una puesta en escena como tal.

La otra forma de asimilar un concierto de Thirty Seconds To Mars, (y, de nuevo, del todo justificada), es la que apunta a la horterada manifiesta, al exceso por el exceso, a los fuegos de artificio que desvían constantemente la atención de una música (rock duro de fondo pop con ínfulas emo, apto para el espectador impresionable y juvenil) que, con frecuencia, puede llegar a parecer mera excusa en torno a la que levantar todo el tinglado, al despachar unas dosis de épica precocinada que es difícil que no se atraganten. Más de hora y media de canciones desmadradas del tipo de “Rescue Me”, “A Beautiful Lie”, “This Is War”, “Stuck”, “The Kill (Bury Me)” o “Closer To The Edgeen” (como traca final) dando cuerpo a una apología –en firme, potente y orgullosa– de ese tipo de grandilocuencia exagerada y exuberante hasta el desbordamiento.

Es responsabilidad inequívoca del espectador, de cada uno de ellos, decidir dónde o cómo se posiciona dentro de todo este circo que gira en torno a Thirty Seconds To Mars. El abajo firmante no puede sino reconocer que la pasada noche disfrutó con el espectáculo (cediendo a esa acepción colorida y cegadora del vocablo que apunta al ‘mucho más’), satisfecho con un concierto tan poco creíble (si somos serios) como, en la práctica, del todo entretenido (si nos apuntamos al hedonismo).

Fotos Thirty Seconds To Mars: Dara Christine (Live Nation)

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