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Tyrell – 202X (Autoeditado)

El universo de sintetizadores, que nos deparara numerosas y refrescantes obras la pasada década, parece vivir una actualidad tan polarizada como errática. La facción que apuesta por un discurso más agresivo y marcial, más dark-synth, a menudo han acabado, con el transcurrir de sus publicaciones, y pese a cosechar las principales cotas de éxito, en la monotonía, la banalidad y la falta de ideas. Los que apelan al sentimiento y la melodía, los más puramente synthwave, seguramente brillaron más a nivel compositivo, pero entre su insuficiente repercusión y la molesta querencia en estos últimos años por formas más ligeras y melifluas parecen abocados a otro callejón sin salida. Una escena, en fin, que parecía pedir a gritos una transfusión de sangre. Por esto, y por tantas otras cosas, es por lo que se antoja fundamental la existencia de una banda como Tyrell. No sólo porque es buena. Ni porque compone canciones con voracidad, impudicia y desde el corazón. Sino porque es necesaria. Porque difícilmente, en estos albores de 2024, podía resultar más oportuna.

Hace dos años, y en un bonito paralelismo entre la decadencia de alguno de sus referentes y la lenta irrupción de su propia figura, comenzaron a menudear por la redes varios de sus prometedores adelantos. Era pronto para aventurarse con opiniones firmes, pero su diversidad tonal, la riqueza temática de sus textos y sus sugerentes juegos de voces presagiaban ya un gusto por la meticulosidad, la finura y la altura de miras. Y ha sido en esta tierra de nadie entre la resaca de las listas de 2023, con ese sinfín de sensaciones, hallazgos y ajustes de cuentas que estos rankings implican entre los melómanos, y los primeros lanzamientos del vigente año, cuando uno aún no sabe si mirar hacia atrás o hacia adelante, cuando ha llegado el momento. Cuando la formación madrileña integrada por Luis Reluz, Raúl del Olmo y Silvia Moreno ha estrenado su anhelado debut y brindado a todos los amantes de la electrónica más apasionada y evocadora un motivo para creer. Y a los que no saben dónde mirar, de paso, una brújula hacia el norte.

Porque son discos como 202X (24) los que permiten reafirmar el amor hacia un estilo musical que parece languidecer, los que contribuyen a disipar dudas y sospechas. Discos, además de por su talento creativo, con ese valor añadido tienen un valor incalculable. Sobre todo si recuperan ese gusto por el concepto, por el empaque unitario de su publicación. En la modélica cadencia con la que fluyen las canciones, en lo armónico de su ensamblaje, se adivina un evidente esmero estructural, suerte cada vez más descuidada, dicho sea de paso. La sensación de que el colectivo es superior a la suma de las partes es una bendición, y desde luego no una casualidad. Asimismo, su apuesta por el largo recorrido, dieciséis canciones que rozan la hora de duración, también remite a épocas pasadas de discos ambiciosos y de calado, obras que te atravesaban y a las que jurar amor de por vida. Otro bonito corte de mangas a estos años de álbumes concisos, dispersión infinita de singles y poliamor.

“Luces De Neón” y “Más Allá” fueron singles previos, dos atinados temas directos y eficaces de synthpop. Su inclusión en el primer tramo del disco puede llevar a equívocos y hacer creer que Tyrell quema sus principales cartuchos pronto para cuajar un arranque epatante que impulse a seguir oyéndolo. En absoluto. De hecho, el recorrido que 202X, en su cara A, inicia a partir de entonces mejora, o como mínimo iguala, esas prestaciones. Y es que si ya desde el comienzo, en “Guerrero de Xiam”, el contrapunto dulce de la voz de Silvia marida impecablemente con los despliegues interpretativos de sus compañeros, es a partir de la magnífica “Vidas Pequeñas” donde la profundidad del intercambio de fraseos vocales adquiere mayor vuelo. “Sumisos”, uno de los cortes más acertados, continúa esta senda de creciente dramatismo y turbiedad hasta desembocar en otra canción imprescindible y medular del grupo, “Un Mal Menor”. Aquellos primeros compases más luminosos y de mensajes más explícitos y constructivos del arranque han dado paso, de manera lenta y gradual, y si uno atiende bien a las afiladas letras, a la truculencia y la desesperanza, a un pop electrónico mucho más retorcido y esquinado; un viaje en miniatura, en definitiva, por todo el poliédrico repertorio emocional y estilístico que atesora Tyrell. Los Depeche Mode más sombríos y los Nine Inch Nails más primerizos y depravados de Pretty Hate Machine (89) comienzan a asomar en la paleta cromática de Tyrell, y resulta complicado encontrar mejores inspiraciones.

Llegado el ecuador del álbum, el disco desvía el rumbo a un pequeño bloque de temas poseedores de un estimulante colmillo crítico. Inquietudes como la dependencia hacia la tecnología (“Preso De La Modernidad”), la manipulación mediática (“Mentiras”) o la amargura de la madurez en contraposición al paraíso perdido de la infancia (la conmovedora “Nostalgia”) desfilan con brío, manteniendo el nivel compositivo, añadiendo matices muy regocijantes a todas las capas y texturas que adornan las canciones y ensanchando la admirable heterogeneidad artística de Tyrell. En este segmento sobresale también “Spectrum-48”, con ese embriagador sonido de una cinta cargando un videojuego, y que entronca también con “Nostalgia” y su sentimiento de irreversible pérdida. Y por supuesto, “Mi Lugar”, una maravillosa rareza en el lote, la creación de talante más orgánico y clásico, con un bonito piano y ligeras reminiscencias al Nacho Vegas más intimista. Clara candidata a instante más hermoso, de mayor magia, del conjunto, y que quizá dé una pista del rumbo a seguir por la formación en sus siguientes pasos.

Silvia, Raúl y Luis esquivan otra tendencia incómoda en las confecciones de los discos, la de dejar para el final los temas de perfil más bajo, y terminan por todo lo alto, con dos temas tan incisivos y oscuros como inspirados. “Control” fascina por su siniestra energía, por las sádicas estrofas que escupe y por su reivindicable ramalazo de rock industrial. El último corte, que comparte enigmático título con el disco, es otra sinuosa composición, de atmósfera inquietante y algunas de las mejores letras del lote (“eliges la vida que no puedes llevar, aceptas la muerte que no puedes tener; eres la nostalgia del futuro que fui”).

Las expectativas eran altas, y desde luego las han superado con creces. En un panorama dominado por el estado crepuscular de la mayoría de grandes nombres que presiden festivales y tops de ventas, Tyrell se erigen como una de las revelaciones de este invierno, forjados donde se cuece lo más interesante y nutritivo de la vigente coyuntura musical: el underground más hambriento y subversivo. El recorrido que puede tener este proyecto, aunque pinta muy bien, es incierto e indetectable, como todos. Pero este indiscutible logro ya es eterno en el tiempo, cual guerrero de Xiam.

Escucha Tyrell – 202X

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